Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
"Mario J. Buschiazzo"
Volumen 54 - Número 2 - Julio / Diciembre 2024
Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Universidad de Buenos Aires.
ARTÍCULO
Itinerancias y emplazamientos de la Orden Franciscana en Cusco (1534-1643)
Itinerancies and settlements of the Franciscan Order in Cusco (1534-1643)
Victoria Jiménez Martínez *
https://orcid.org/0009-0000-5739-8070
* Instituto de Investigación en Arte Andino y Cultura Visual (WIÑAY).
Licenciada en Bellas Artes por la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile. Actualmente es candidata a Doctora en Historia del Arte en la Universidad de Barcelona. Su tesis doctoral, Pintando la serie ‘Vida de San Francisco de Asís’ en Cusco (1667-1668): Un análisis documental, material y social sobre comitencia franciscana y producción colaborativa en los obradores de Basilio Santa Cruz y Marcos de Rivera, investiga el análisis documental, material y social del patronazgo franciscano y la producción colaborativa en los talleres de Basilio Santa Cruz y Marcos de Rivera. También se desempeña como coordinadora académica del Instituto de Investigación en Arte Andino y Cultura Visual (WIÑAY), con sede en Cusco, Perú.
Carrer del Marqués de Barberá 19, 1º - 1ª. Barcelona. España. Correo electrónico: victoriafranciscajimenez@gmail.com
Este artículo es parte de una investigación de tesis.
RECIBIDO: 12 de junio de 2024.
ACEPTADO: 26 de agosto de 2024.
RESUMEN
Este estudio examina las etapas de itinerancia y establecimiento de la Orden Franciscana en Cusco entre 1534 y 1643, un periodo marcado por importantes cambios territoriales y urbanos en la ciudad. A través del análisis de crónicas históricas, protocolos notariales e imágenes previas al terremoto de 1650, se ofrece una perspectiva sobre los desplazamientos y emplazamientos del convento Observante, destaca su influencia en la configuración urbana y en la reestructuración territorial de la época. Los hallazgos sugieren que las decisiones de ubicación y las estrategias de asentamiento de los Hermanos Menores estuvieron determinadas no solo por tensiones políticas externas, sino también por elementos propios de la misión franciscana que contribuyeron al proceso de transformación del paisaje social y arquitectónico tras la llegada de los conquistadores.
Palabras clave: observancia franciscana; Cusco virreinal; transformaciones arquitectónicas; historia urbana; historia religiosa; reestructuración territorial.
Referencias espaciales y temporales: Perú; Cusco; siglo XVI y XVII.
ABSTRACT
This study examines the phases of itinerancy and establishment of the Franciscan Order in Cusco between 1534 and 1643, a period marked by significant territorial and urban changes in the city. Through the analysis of historical chronicles, notarial records, and images from before the 1650 earthquake, it provides insights into the movements and locations of the Observant convent, highlighting its influence on urban configuration and territorial restructuring during that time. The findings suggest that the decisions regarding location and settlement strategies of the Friars Minor were shaped not only by external political tensions but also by elements inherent to the Franciscan mission, thus contributing to the transformation of the social and architectural landscape following the arrival of the conquistadors.
Key words: franciscan observance; viceroyal Cusco; architectural transformations; urban history; religious history; territorial restructuring.
Space and time references:Peru; Cusco; XVIth and XVIIth Centuries.
Introducción
Este artículo examina el impacto de la llegada de la Orden Franciscana al Cusco en el contexto de la conquista del Perú, un proceso que generó una significativa reestructuración territorial en la antigua capital política, administrativa y religiosa del Imperio Inca (Parssinen, 2003; Schreffler, 2020). La investigación se centra en el itinerario de las tres locaciones sucesivas que ocupó el convento Observante1 como indicadores de los cambios urbanos y políticos de la época. Para ello se emplean crónicas históricas, protocolos notariales e imágenes previas al terremoto de 1650, que destruyó gran parte de la ciudad. El periodo de estudio abarca desde la llegada de los franciscanos al Cusco en 1534 hasta 1643, año en el cual se realizó el primer plano conocido de la ciudad, el cual documenta la estructura inicial del convento e iglesia de los Observantes en su ubicación actual. Con base en la evidencia, se propone que estos desplazamientos no solo facilitaron la expansión de la orden, sino que también formaron parte de una estrategia de control espacial impuesta por la nueva administración virreinal. Asimismo, se propone que las decisiones de ubicación reflejan, en gran medida, la adaptación de los franciscanos a una estructura urbana en constante cambio, en la cual sus espacios contribuyeron a redefinir los límites y el control territorial de Cusco bajo el dominio español. En este sentido, el análisis busca ampliar el conocimiento sobre las etapas de itinerancia de la temprana Orden Franciscana en Cusco, al considerar que actualmente se carece de vestigios físicos de esas primeras fases. Por consiguiente, el artículo revisará brevemente los tres espacios ocupados por ellos, y explorará los factores externos e internos que influyeron en su presencia y movilidad dentro de la ciudad, al examinar sus desplazamientos y emplazamientos.
Para cumplir con este propósito, el artículo se organiza en torno a tres objetivos específicos: en primer lugar, se identifican las ubicaciones sucesivas del convento y se analiza cómo estas fueron resultado tanto de la interacción con las decisiones de las autoridades virreinales (en un momento en que la ciudad era un territorio en disputa) como de las aspiraciones de los frailes por lograr un mayor retiro y autonomía territorial. En segundo lugar, el caso de los franciscanos se emplea como ejemplo del modo en que estas nuevas instituciones contribuyeron a la expansión física de la ciudad, al promover un crecimiento descentralizado en Cusco. Finalmente, el análisis destaca la incorporación de elementos arquitectónicos cusqueños en la iglesia y convento definitivos, e interpreta la permanencia de estos rasgos como una manifestación de la interacción y fusión de tradiciones, tanto prehispánicas como coloniales, que definieron la evolución urbana de la ciudad.
Llegada de los franciscanos y primeros emplazamientos
Antes de la llegada de los españoles, la ciudad se regía por un diseño urbano que combinaba elementos agrícolas, religiosos y habitacionales en conformidad con las características geográficas del entorno (Zecenarro, 2017; Schreffler, 2020). La organización territorial se basaba en un sistema de caminos que conectaban con los cuatro suyos o divisiones administrativas del Imperio Inca.2 La ciudad estaba compuesta por un núcleo central, que incluía el eje político y religioso del Imperio, y barrios residenciales organizados alrededor de los mencionados cuatro caminos principales. El arquitecto Mateo Dolmos (1986) estableció la existencia de una zona suburbana con poblaciones que se extendían hasta 5 km de distancia de la ciudad. Este patrón de asentamiento se caracterizaba por manzanas o canchas cuadrangulares separadas por calles estrechas, donde las edificaciones eran mayormente rectangulares y de un solo piso (Castillo Venero et al., 2013). En la actualidad, la evidencia de dicha arquitectura primigenia es visible en los numerosos sitios arqueológicos que rodean la ciudad y que contienen vestigios de poblaciones antiguas, terrazas agrícolas, canteras, caminos y reservorios (Pardo, 1957).
Los españoles llegaron al Cusco en 1533, posiblemente acompañados de Franciscanos, aunque las pruebas documentales de su presencia datan de 1534. Desde ese momento, los cronistas han identificado tres lugares donde se establecieron antes de encontrar su ubicación definitiva en el emplazamiento actual, como se muestra en la Figura 1. El testimonio más antiguo al respecto proviene del fraile franciscano y obispo de Mantua, Francisco de Gonzaga, quien afirmó que los franciscanos se establecieron en 1534 en el barrio de San Blas con la ayuda del gobernador Francisco Pizarro y que fue fray Pedro Portugués quien lideró la construcción de este primer convento de frailes menores (Gonzaga, 1587). Al corroborar esta información, la obra del mercedario Pedro Ruiz de Naharro indica el lugar designado para la iglesia mayor, las casas del cabildo y los conventos de Santo Domingo y San Francisco. Esta fundación coincide con la información documental, que testimonia la presencia en el Cusco de miembros de la Orden en ese momento, como fray Marcos de Niza y otros compañeros (Naharro, 1842-95, p. 208).
Figura 1: Mapa del Cusco que exhibe las cuatro regiones o suyos, la distinción urbana entre Hanan y Hurin, así como los tres sitios donde se ubicó el convento de San Francisco. Fuente: Elaboración propia a partir del plano publicado en Arquitectura inka (Gaspirina y Margolies, 1977, p. 48). Caracas, Venezuela: Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela.
En referencia a esta primera asignación de terrenos, el también cronista franciscano Diego de Mendoza señaló que cuando Francisco Pizarro estableció oficialmente la ciudad en marzo de 1534, reservó algunos terrenos para que los Observantes pudieran erigir una residencia. Mendoza da cuenta de la creación del convento de San Francisco por parte del padre fray Pedro Portugués y señala que la selección del lugar —situado en un monte apartado de la ciudad— manifestaba el aprecio de los primeros religiosos hacia “la quietud del alma, en la oración y contemplación, y a la salud del prójimo, donde venían llenos del celo de Dios, y salvación de tantas almas infieles, a predicar” (Mendoza, 1664, p. 41). Mendoza también informa que este primer convento fue abandonado durante la rebelión indígena en el Cusco en 1536.3 Dicha rebelión fue un alzamiento bélico liderado por Manco Inca Yupanqui que buscaba expulsar a los conquistadores y restaurar el control incaico. De la crónica se infiere que los desórdenes y la violencia de este conflicto obligaron a los franciscanos a marcharse. Sin embargo, en 1538, se les entregó una nueva residencia dentro de la ciudad, en un sitio conocido como Tambo Sillerico —ubicado en el área que hoy en día se reconoce como Plaza de Armas—, en el complejo conocido entonces como Cassana.4
Brian Bauer (2008) señala este lugar como el sitio donde se ubicaba el palacio de Pachacuti Inca Yupanqui, uno de los edificios más prominentes de la mencionada Plaza de Armas del Cusco. Garcilaso de la Vega, por su parte, relata que Cassana destacó por sus impresionantes estructuras rodeadas por un gran muro, y evidenció su construcción en cantería finamente trabajada, además de sugerir su uso como habitaciones reales en tiempos anteriores (Vega, 1609). El cronista destacó la presencia de un enorme galpón que, durante el imperio Inca, se utilizaba como plaza para eventos festivos y bailes en días lluviosos, algo que indica su amplia capacidad, incluso para albergar juegos de cañas con sesenta personas a caballo. También menciona el traslado del convento de San Francisco a este galpón, desde el barrio Tococachi, por su ubicación apartada de las áreas más densamente pobladas por los españoles. Garcilaso de la Vega narra cómo en uno de estos grandes galpones se organizó el convento y la iglesia de San Francisco, lo que indica que junto a la iglesia se disponían las celdas, el refectorio y otras oficinas necesarias para la vida conventual, y señala que, de no haber estado cubierto el galpón, habría espacio suficiente para construir el claustro en su interior (Vega, 1609). La reubicación en este espacio permitió a los franciscanos ocupar un lugar de valor simbólico en la jerarquía urbana. Este traslado temporal también reflejó la política colonial de reapropiación de sitios incaicos, al resignificar dichos espacios dentro del contexto de poder español. La adaptación de Cassana como sitio conventual muestra que la orden no solo se adaptó, sino que formó parte de un proceso mayor de reconfiguración del paisaje urbano cusqueño.
Sin embargo, de acuerdo con las crónicas, esta segunda ubicación tampoco resultó favorable, lo que impulsó un nuevo traslado. El historiador franciscano Antonino Tibesar señaló que los frailes cusqueños se vieron obligados a huir de la ciudad a finales de 1547, durante la rebelión de las fuerzas de Gonzalo Pizarro contra la Corona española (Tibesar, 1991, p. 95). En este momento se desataron sangrientos enfrentamientos contra todos los que se oponían al propósito pizarrista de convertirse en rey del Perú.5 Sin embargo, tras la derrota de los rebeldes en abril de 1548, los frailes regresaron, pero en lugar de volver a Qasana, se asentaron en el terreno que ocupan hasta el día de hoy (Tibesar, 1991, p. 135). Diego de Mendoza menciona que el traslado se efectuó en 1549. El cronista comenta que en este lugar se ubicó previamente el antiguo Hospital de San Lázaro, un sitio que se encontraba cerca de la plaza conocida como El Regocijo, caracterizada por su saludable ubicación y abundancia de agua (Mendoza, 1664, pp. 41-42).
Francisco de Gonzaga por su parte, coincide en señalar que los frailes, insatisfechos con la escasa salubridad de Cassana, decidieron trasladarse después de algunos años al lugar actual. Este lugar estaba ubicado dentro de las murallas de la ciudad y ofrecía mayor comodidad (Gonzaga, 1587, p. 1313). Por otro lado, Diego de Mendoza proporciona información adicional sobre el entorno físico y la importancia del espacio. Explica que fue fundado debajo del coro y la casa de los vicarios, y destaca que se encontraba en el sitio más apacible de la ciudad. En este emplazamiento el ambiente era sereno y ocupaba un espacio de cuatro cuadras en cuadro, lo que incluía áreas amplias como su cementerio (Mendoza, 1664, p. 43). Más tarde, Garcilaso de la Vega también menciona esta tercera ubicación, que estaría en las faldas del cerro Carmenca. Su relato detalla cómo la llegada de los españoles transformó el paisaje urbano del Cusco a través de la reutilización o adaptación de estructuras arquitectónicas incas. Por ejemplo, según Garcilaso, en el lugar donde actualmente se encuentra el convento de San Francisco había un andén largo y ancho, así como una gran plaza situada delante del convento (Vega, 1609).
Hasta este punto, el recorrido por las primeras ubicaciones del convento franciscano en Cusco permite vislumbrar la manera en que los frailes se adaptaron a la reorganización territorial y política en constante cambio, así como a las necesidades internas de su orden. Aunque San Francisco expresamente evitó la vida en conventos y promovía una pobreza extrema, la expansión de la Orden hizo necesaria una estructura más estable para la formación, coordinación y protección de sus miembros. A pesar de esta contradicción con la senda de San Francisco, los conventos proporcionaban seguridad en tiempos de conflicto, permitían el desarrollo de ministerios como hospitales y escuelas, y contribuían a mantener la cohesión de la comunidad religiosa. Este proceso se entrelaza con complejos asuntos políticos, ya que las itinerancias propiciadas por la conquista y la repartición inicial de territorios ocurrieron en un momento en que Cusco era visto como un botín. La conquista española desencadenó una serie de reconfiguraciones territoriales, sociales y étnicas a las que los franciscanos debieron adaptarse. Las crónicas y registros históricos sugieren que cada ubicación del convento ofrecía ventajas y desafíos distintos, adaptándose a las condiciones políticas y sociales en evolución, mientras negociaban su lugar dentro de la jerarquía urbana y su interacción con la población laica, con otras órdenes religiosas y con su propia regla de vida.
A partir de lo expuesto, se observa que la preferencia de los Franciscanos por ubicaciones alejadas del centro, como San Blas, y su posterior establecimiento en San Pedro —en contraste con la ubicación previa en Cassana, cerca de la Plaza de Armas, centro del nuevo poder colonial— evidencia una estrategia de distanciamiento físico y simbólico respecto de las autoridades coloniales. Es razonable proponer que este rechazo del núcleo de poder, aun cuando se les había ofrecido un espacio en él, reflejaba no solo su voluntad de autonomía y su adhesión a un ideal de retiro espiritual, sino que también contribuyó a ampliar el espacio urbano cusqueño. Desplazar la influencia franciscana fuera de la supervisión directa de las autoridades españolas facilitó la expansión del poder religioso hacia zonas menos urbanizadas y simbólicamente independientes, lo que permitió configurar una presencia religiosa menos centralizada y más distribuida. Además, este patrón de itinerancia, que contrastaba con la lógica de emplazamientos fijos seguida por otras órdenes en Cusco —como los Dominicos en el antiguo templo de Coricancha desde 1534 y los Jesuitas en el Amarucancha desde 1571—, también se repite en otras ciudades de la región, como Ayacucho, Lima, La Paz, Quito, Bogotá y Santiago de Chile, donde los franciscanos eligieron establecerse en lugares distantes de las plazas principales. Este análisis sienta así las bases para entender la transformación territorial de Cusco, que será explorada en el siguiente apartado, y profundiza en cómo la presencia franciscana modeló tanto el entorno físico como el tejido social de la ciudad.
Construcción de la iglesia primitiva
La construcción de la iglesia primitiva de San Francisco no solo aporta información valiosa sobre los procesos técnicos de la época, sino que también muestra el modo en que las instituciones religiosas se adaptaron y transformaron el paisaje urbano legado por las culturas prehispánicas. En este apartado se analizarán los antecedentes del sitio que actualmente ocupa la Orden Menor, así como el desarrollo constructivo que precedió a la arquitectura conocida en la actualidad. Como se ha mencionado, después de una breve estancia en el barrio de San Blas y, posteriormente, en la Plaza de Armas, los religiosos se establecieron de manera definitiva en el actual barrio de San Pedro. De acuerdo con Dolmos (1986), uno de los andenes de la ciudad imperial pudo haber servido como base para la construcción del Convento de San Francisco. Además, tanto Jessica Esquivel Coronado (Esquivel, s.f.) como Pedro Fernández Díaz et al. (2019, pp. 49-68) confirman la presencia de varios andenes en la zona, algunos de los cuales se sitúan frente al Colegio de Ciencias, en el Colegio San Francisco o en el Colegio de Ciencias (Figura 2). Por su parte, John Rowe menciona que las casas al norte de la calle Santa Clara están edificadas sobre o dentro de un gran andén incaico (Rowe, 1989), un planteamiento respaldado por Jessica Esquivel, quien también destaca la existencia de terrazas agrícolas a lo largo de la calle Santa Clara, lo que sugiere la importancia agraria en la zona.
Figura 2: Actual Colegio de Ciencias, edificado sobre andén inca. Fuente: https://wikimapia.org/6525165/es/Colegio-Nacional-De-Ciencias.
Al ampliar la información anterior, las crónicas de Fernando de Montesinos y Diego de Mendoza ofrecen perspectivas sobre el traslado definitivo del convento. Montesinos sitúa este acontecimiento en 1555, y resalta la fundación del hospital de San Lázaro por Juan Rodríguez de Villalobos (Montesinos, 1644, publicado en 1871, pp. 231-234), mientras que Mendoza lo ubica en 1549, ya que explica que los frailes se mudaron a un lugar más espacioso (Mendoza, 1664, pp. 41-42). Aunque las fechas difieren, ambos relatos coinciden en la participación de Villalobos y en la importancia del hospital como lugar existente antes de la construcción del convento, en el mismo emplazamiento.6 A partir de estos relatos, es posible inferir que si la primera iglesia de San Francisco se erigió sobre la estructura del antiguo hospital de San Lázaro —que utiliza posiblemente sus cimientos, como sugiere Dolmos— también es factible que algunos sectores de esta nueva residencia hayan empleado la andenería en su estructura.
Respecto a la edificación de la iglesia, el documento más antiguo disponible hasta el momento data del 6 de marzo de 1597 y relata un convenio entre Uzel de Estazio Mercader, representante del convento de San Francisco del Cusco, y Juan Ximénez, maestro albañil (Archivo Regional del Cusco, Sección Notarios, Antonio de Salas, 1595-1597, Protocolo 18, fols. 783v–784r). Según lo acordado en este contrato, Ximénez debía desmontar y reconstruir una sección del claustro del convento, transformándola en una azotea con su correspondiente pretil, torta de hormigón y caños.7 Además, se comprometió a levantar una alcobeta8 desde los cimientos, que incluiría un altar y una alberca de piedra y cal. El suelo de la parte superior sería pavimentado con ladrillo, y se construirían diez alcobas con bóvedas de medio ladrillo de grosor. Asimismo, Ximénez se comprometía a proporcionar toda la cal, yeso y ladrillo necesarios para la obra, así como su propia mano de obra y la de otros oficiales de albañilería. Por su parte, el convento proporcionaría seis indígenas para ayudar en el trabajo, quienes serían remunerados por la propia institución.
En otro de los escasos conciertos de obra encontrados en época anterior a 1645, se halla un documento fechado el 7 de noviembre de 1636, en que los canteros indígenas, Tomás Yllaguanca y Lorenzo de Salazar se comprometían a construir una portada de piedra en el oratorio de la enfermería del convento, con el diseño proporcionado por los frailes legos Fray Xino de Heredia y Fray Luis de Espinosa. Los franciscanos suministrarían todos los materiales necesarios, mientras que los canteros se encargarían de la mano de obra. Se estableció como fecha límite para la finalización de la obra el día de la Santa Pascua de Navidad del mismo año (Archivo Regional del Cusco, Sección Notarios, Joseph Calvo, 1646-1648, Protocolo 54, fols. 684r-684v).
En la Figura 3 observamos un plano que data de 1643, el cual fue hallado y analizado por el arqueólogo y antropólogo John Rowe entre los años 1987-1989 (Rowe, 1989) y que fue realizado en tinta y acuarela sobre papel por encargo del Padre Gaspar de Villagra.9 La imagen ofrece una perspectiva en altura de la configuración arquitectónica de la iglesia y convento de San Francisco antes del terremoto de 1650, y presenta de manera simultánea enfoques aéreos, laterales y frontales. La representación proporciona una visión general de la distribución de los espacios, delimita el área que ocupaban la iglesia y el convento en aquel entonces e ilustra cómo se organizaron habitaciones, espacios internos y accesos principales de la construcción. Asimismo, el esquema muestra la organización del espacio interior y la jerarquía de los distintos patios, lo que sugiere que el patio central era el más importante, seguido de áreas de trabajo y otros espacios abiertos secundarios. Además, una sección del claustro principal, coloreada en un tono azulado, indica que la estructura superior tenía una forma similar a una "U" invertida. En concordancia con Rowe, se interpreta que el color azul, tanto en este detalle como en otras partes del plano, podría señalar la presencia de áreas verdes, agrícolas o de jardín. La ilustración también exhibe las techumbres, cuyo diseño y tonalidades rojas sugieren el uso de tejas de arcilla. No obstante, aunque esta vista general proporciona información sobre la organización de los recintos interiores del conjunto, no ofrece detalles precisos sobre las alturas o niveles de sus plantas.
Figura 3: Representación de una vista aérea de la desaparecida iglesia y convento de San Francisco, extraída de un detalle del plano de Cusco realizado en 1643. Acuarela sobre papel. Fuente: Apelaciones de Cuzco, Legajo 3, 166 - 83, fol. 324, Archivo Arzobispal de Lima.
En la parte inferior central de la imagen se observa una elevación de la torre lateral, que posiblemente fue una espadaña;10 esta estructura consta de tres cuerpos principales, cada uno separado por cornisas. La base se apoya sobre un pórtico clásico con un frontón triangular y columnas laterales, mientras que los dos niveles superiores están dedicados a las campanas y muestran tríos de ventanas arqueadas u hornacinas, cada una de las cuales alberga una campana. El tercer cuerpo, de menor tamaño que los anteriores, también incluye tres hornacinas con campanas, que mantienen la misma disposición simétrica. El remate de la estructura tiene la forma de un pináculo ornamentado con una base ancha y una ligera elevación en el centro, flanqueado por dos esferas decorativas.
Diego de Mendoza relata la demolición de la iglesia de San Francisco en 1645, donde atribuye este hecho principalmente a su estado ruinoso, al igual que el del convento. El cronista señala que, aunque la iglesia se mantenía milagrosamente en pie, requería una intervención estructural completa. Esta demolición voluntaria dio lugar a la construcción de un nuevo edificio, cuya edificación se extendió hasta 1652. En este artículo, se menciona este evento de manera breve, ya que el análisis se centra en los territorios y edificios desaparecidos. Sin embargo, es pertinente indicar que el terremoto de 1650 afectó de manera significativa el progreso de esta nueva construcción, y causó daños estructurales en las obras ya realizadas. Como se observa en la Figura 4, la nueva iglesia fue erigida con piedras de sillería, una materia prima abundante en la ciudad, caracterizada por su tallado cuadrado y representativo de la tradición constructiva incaica (Mendoza, 1664, p. 44).
Figura 4: A la izquierda, se observa un detalle de la elevación de la torre lateral de la desaparecida iglesia de San Francisco, según el plano de 1643. A la derecha, una fotografía de la torre lateral de la iglesia actual. Fuente: elaboración propia en base a fotografía de la autora.
Como se observa en esa Figura, ambos edificios presentan similitudes, especialmente en la ubicación y orientación de sus iglesias, construidas en la misma esquina de la plaza. En cuanto a la distribución general y algunos elementos arquitectónicos, como la elevación de una torre (o espadaña) lateral y los accesos principales con arcos, el edificio definitivo mantuvo una disposición semejante al diseño de la iglesia demolida. No obstante, una diferencia notable es la simplicidad del espacio antiguo, que contaba con un techo a dos aguas, visible en el plano de 1643, y que fue sustituido por una construcción más robusta en planta de cruz latina. La torre de la iglesia definitiva también presenta una estructura más sólida, probablemente diseñada para mejorar su resistencia tras el terremoto de 1650. Finalmente, la disposición de los claustros adyacentes en la iglesia actual guarda una notable semejanza con la del plano de 1643 (Figuras 3 y 5).
Figura 5: Vista satelital de la iglesia y convento de San Francisco. Fuente: Elaboración propia a partir de imagen satelital de Google Maps.
En base a los hechos documentados, es posible advertir que la construcción de la desaparecida iglesia de San Francisco refleja no solo la adaptación de las estructuras religiosas en un entorno urbano en transformación, sino el aporte de mano de obra indígena y mestiza en el proceso constructivo, lo cual fomentó un intercambio de conocimientos que enriqueció tanto a la comunidad religiosa como a la local. Este proceso invita a reflexionar sobre cómo la interacción entre esta orden religiosa y la población local fue un factor significativo en la configuración arquitectónica y cultural de la ciudad en el siglo XVII. Asimismo, el traslado y establecimiento definitivo del complejo franciscano en el barrio de San Pedro no solo contribuyó a la expansión física de la ciudad, sino que también promovió un modelo de crecimiento en áreas funcionalmente separadas del centro urbano. En un contexto donde otras órdenes, como los Dominicos y Jesuitas, se asentaron en sitios de alta carga simbólica, como el Coricancha o el Amarucancha, la elección de los franciscanos sugiere una preferencia por habitar y evangelizar áreas alejadas del núcleo político-administrativo, algo que ofrece una alternativa de influencia en sectores menos próximos al centro urbano de la antigua ciudad.
Conclusiones
El presente estudio se propuso investigar de qué modo la movilidad territorial de los franciscanos refleja aspectos de la configuración urbana y territorial del Cusco virreinal, además de analizar las fases de itinerancia y asentamiento de la Orden entre 1534 y 1643. Los resultados muestran que los traslados sucesivos del convento no solo respondieron a necesidades logísticas y espirituales, sino que también reflejaron una estrategia de adaptación a un entorno geopolítico en constante transformación, marcado por la consolidación de la autoridad colonial y el desarrollo urbano de Cusco. En este sentido, los traslados de la Orden Seráfica contribuyeron a moldear la estructura urbana de la ciudad y dejaron una huella duradera en el paisaje urbano y espiritual cusqueño. A partir de este objetivo general, la investigación se estructuró en tres objetivos específicos, los cuales guían las conclusiones obtenidas y permiten ahondar en el impacto de la presencia franciscana en la antigua capital inca.
Al analizar la relación entre las decisiones de ubicación de la Orden y su misión religiosa, el estudio revela que la preferencia franciscana por ubicaciones periféricas, como San Blas y San Pedro, manifiesta una estrategia de distanciamiento tanto físico como simbólico frente al centro de poder colonial. Este alejamiento —testimoniado en su llegada a San Blas, pero especialmente en el traslado desde Cassana a la locación actual— sugiere una orientación hacia la vida contemplativa y el ideal de retiro en entornos naturales relativamente aislados. También plantea la necesidad de un estudio en profundidad sobre las razones de estos movimientos lejos de los centros de poder político y su significado en el escenario virreinal. Con respecto a la expansión y redistribución urbana del Cusco, los hallazgos evidencian que el traslado definitivo a San Pedro promovió una revalorización y expansión del entorno de la ciudad en antiguas zonas de cultivo. Al establecer su convento en esta área, los franciscanos fomentaron un crecimiento urbano que contribuyó a una estructura menos concentrada y articulada, donde pudieron integrar espacios residenciales, religiosos y naturales en un esquema que amplió los límites físicos y simbólicos del Cusco, como así también crear una configuración urbana más distribuida y diversa.
Asimismo, la presencia de elementos arquitectónicos y materiales locales en la instalación definitiva del convento, en relación con el objetivo de estudiar la adaptación de la Orden al entorno andino, revela una estrategia de incorporación de técnicas y materiales locales. Esta práctica permitió a los franciscanos consolidar la identidad cusqueña del espacio, al establecer una fusión entre tradiciones arquitectónicas prehispánicas y valores europeos en el paisaje urbano. La investigación abre, en este sentido, nuevos espacios para estudios interdisciplinarios que puedan profundizar en el papel de las órdenes religiosas en la transformación de estos lugares, y aportan a un entendimiento más detallado sobre la transferencia de conocimientos y prácticas constructivas en la época virreinal.
Por último, este análisis plantea interrogantes sobre la adaptabilidad y movilidad de los conventos en el escenario urbano virreinal. Dichas cuestiones requieren un estudio más profundo desde perspectivas como la historia social, la arqueología de la arquitectura o la antropología. Entre estas preguntas destacan: ¿Cómo influyeron las tensiones de poder entre las autoridades civiles y religiosas en los cambios de ubicación de los conventos?, ¿De qué manera impactaron los traslados en la relación entre los franciscanos y la población indígena, especialmente en el contexto de su segregación en doctrinas posteriores a la conquista? y ¿Qué papel desempeñaron los acuerdos arquitectónicos entre órdenes religiosas y maestros locales en este proceso de adaptación cultural?. En síntesis, este estudio contribuye al conocimiento sobre la historia urbana y religiosa del Cusco, al destacar la influencia de la Orden Franciscana en la transformación de la ciudad, en la transmisión e intercambio de saberes constructivos y en la configuración de un patrimonio arquitectónico que permanece como un componente identitario de la antigua capital del Tahuantinsuyo.
1. Los franciscanos observantes constituyen una rama de la Orden Franciscana que surgió en el siglo XV como un movimiento reformista, liderado por figuras como San Bernardino de Siena y San Juan de Capistrano. Tras la atenuación de la disciplina original en algunos sectores de la orden, estos frailes buscaban restaurar una vida de mayor austeridad y rigor, adherida estrictamente a la regla establecida por San Francisco de Asís.
2. En quechua, suyo significa "región" o "provincia". Es un término que se utiliza para referirse a las cuatro regiones del Imperio Inca: Chinchaysuyo, Antisuyo, Collasuyo y Contisuyo.
3. La rebelión indígena en Cusco, conocida también como la rebelión de Manco Inca, tuvo lugar en 1536 y fue liderada por Manco Inca Yupanqui, quien fue proclamado nuevo líder inca tras la captura y ejecución de Atahualpa por los españoles. El levantamiento tenía como objetivo expulsar a los conquistadores de la región. Aunque inicialmente tuvo éxito al sitiar la ciudad de Cusco y otros asentamientos españoles, la resistencia fue finalmente sofocada por las fuerzas españolas. Para mayor información, consultar a Prescott (2009) o Martínez (2020).
4. El convento se habría ubicado en el actual Portal de Panes.
5. Gonzalo Pizarro encabezó este levantamiento que inició en 1644.
6. Este hospital tenía como objetivo tratar a los pobres afectados por la enfermedad de San Lázaro, que era como se conocía a la lepra en el Perú virreinal en ese entonces.
7. En el ámbito de la construcción y la arquitectura, específicamente en el contexto del contrato mencionado, el término "pretil" se refiere a la barandilla o muro bajo que rodea la azotea en proceso de construcción o reparación. Por otro lado, la "torta de hormigón" alude a una capa de hormigón compuesta por cemento, arena, grava y agua, que se aplica sobre una superficie con el fin de nivelar, impermeabilizar o reforzar su estructura. En el contrato, esto sugiere la colocación de una capa de hormigón sobre la azotea para garantizar su durabilidad y solidez. Por último, los "caños" son conductos o tuberías destinados al drenaje del agua. En el contexto de una azotea, los caños corresponden a las tuberías o desagües instalados para facilitar el desalojo del agua de lluvia y prevenir la acumulación, evitando posibles daños en la estructura.
8. Una alcobeta es un término antiguo que hace referencia a una pequeña habitación o alcoba. En el caso de este documento, es probable que se refiera a un espacio reducido o compartimentado dentro del convento. Estas alcobetas podían tener diversos usos, como servir de celdas para los frailes o como espacios de almacenamiento.
9. Gaspar de Villagra, sacerdote de la parroquia de Santa Ana en Cusco, mandó realizar un plano de su parroquia y del Hospital de los Naturales, situado en el terreno donde hoy se encuentran la Iglesia de San Pedro y la Estación San Pedro, en la intersección de las calles Cascaparo y Hospital (Rowe, 1989).
10. Una espadaña es una pared elevada con arcos o aberturas para colocar campanas, generalmente situada en la fachada de una iglesia o en un extremo del edificio, y su diseño abierto permite que el sonido de las campanas se proyecte libremente al exterior.
1. Bauer, B. S. (2008). Cuzco antiguo. Tierra natal de los incas. Cusco: Centro Bartolomé de las Casas.
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FUENTES DE ARCHIVO
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2. Archivo Regional Del Cusco. Sección Notarios: Joseph Calvo, del año 1646-1648, Protocolo N° 54. Folio 684r al 684v.
Como citar este artículo
Jiménez Martínez, Victoria (2024). Itinerancias y emplazamientos de la Orden Franciscana en Cusco (1534-1643). Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas "Mario J. Buschiazzo". 54(2). Recuperado de https://iaa.fadu.uba.ar/ojs/index.php/anales/article/download/402/533?inline=1. Fecha de acceso: 26 de Marzo de 2025
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Anales del IAA - Versión impresa: ISSN 0328-9796 / Versión digital: ISSN 2362-2024
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