Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
"Mario J. Buschiazzo"
Volumen 54 - Número 2 - Julio / Diciembre 2024

Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo.
Universidad de Buenos Aires.

ARTÍCULO

Primero el tejado y después las paredes. Cruces entre saberes locales y mudéjares en las iglesias tropicales latinoamericanas

First the roof and then the walls. Crossings between local and mudejar knowledge in Latin American tropical churches

Fernando Luis Martínez Nespral *

https://orcid.org/0000-0001-9140-1704

* Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad de Buenos Aires (IAA-FADU-UBA)..

Arquitecto y Especialista en Historia y Crítica de la Arquitectura y el Urbanismo por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA). Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Profesor Titular Regular de Introducción a la Arquitectura Contemporánea, Historia I-II-III y Diseño Intercultural (FADU-UBA). Director del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo” (IAA-FADU-UBA), donde viene llevando adelante diversos proyectos de investigación principalmente enfocados en las conexiones entre Latinoamérica (y especialmente Argentina), España y el Mundo Árabe..

Av. Intendente Güiraldes 2160. 4° piso, Pabellón III, Ciudad Universitaria. Ciudad Autónoma de Buenos Aires (C1428EGA). República Argentina. Correo electrónico: fernando.martineznespral@fadu.uba.ar

RECIBIDO: 4 de noviembre de 2023.
ACEPTADO: 19 de febrero de 2024.


RESUMEN

La arquitectura latinoamericana ha sido explicada como un eco, una sombra o un reflejo (en última instancia una proyección) de los modelos europeos (o en tiempos más recientes, modelos norteamericanos), que son considerados por el canon occidental como arquetípicos de cada estilo o corriente. Cuando se reconoce el aporte de las poblaciones locales, este se presenta como una versión inferior o naíf que, aunque pueda aportar una nota de color, no deja de constituir una adición a un modelo que ya viene concebido desde fuera. Este artículo se enfocará en presentar las iglesias tropicales latinoamericanas que, por el contrario, no hubieran sido concebibles sin los saberes locales que constituyen su esencia, a los que se suma el aporte de los conquistadores, paradójicamente tampoco surgido exclusivamente del canon europeo occidental sino de la tradición mudéjar, permitiendo dar forma a una solución intercultural que no existía antes de dicho cruce.

Palabras clave:iglesias tropicales; saberes locales; aporte mudéjar; interculturalidad.
Referencias espaciales y temporales:Sudamérica; Caribe; Europa; siglos XVI y XVII.

ABSTRACT

Latin American architecture has been explained as an echo, a shadow or a reflection (in any case a projection) of European (or in more recent times North American) models that are considered by the Western canon as archetypes of each style or artistic movement. In this scheme, when the contribution of local populations is recognized, it has been presented as an inferior or naive version that, although it may provide a color note, it still constitutes an addition to a model that essentially comes conceived from outside. This text will focus on presenting Latin American tropical churches that, on the contrary, would not have been conceivable without the local knowledge that constitutes their essence, to which is added the contribution of the conquerors, paradoxically not exclusively emerged from European Western canon but Mudejar component, to create an intercultural solution that did not exist before this crossing.

Key words:  tropical churches; local knowledge; mudejar contribution; interculturality.
Space and time references:South America; Caribbean; Europe; XVIth and XVIIth Centuries.


Introducción

El continente americano en su gran extensión cuenta con una amplísima gama de geografías y climas, desde ambos polos hasta las zonas tropicales y el ecuador. En estos contextos tan diferentes, habitan y han habitado diversos pueblos cuyas culturas se desarrollan en concordancia con las características de los espacios en los cuales se asentaron.

El campo de la arquitectura refleja también esta misma diversidad y así puede encontrarse desde los iglúes de los Inuit hasta un amplio repertorio de tipos de tiendas y construcciones de tierra, piedra y madera propias de cada región.

Los conquistadores europeos que llegaron en el siglo XV, por el contrario, provenían de un espacio cultural y geográfico mucho menos extenso y diverso en su geografía, especialmente en Latinoamérica pues provenían casi exclusivamente de la Península Ibérica. Del mismo modo sus creencias eran mucho más homogéneas, es decir en su mayoría cristianos de la Europa occidental con tradiciones arquitectónicas que, si bien se diferenciaban por particularidades regionales, compartían un núcleo básico de códigos espaciales, constructivos y estéticos comunes (Gutiérrez, 2010).

Tanto la tradición clásica, como las recientes experiencias medievales y el por entonces novísimo Renacimiento conformaban un marco canónico de lo deseable; numerosas tipologías de planta como la iglesia basilical se perfeccionaron y consolidaron durante varios siglos, así como experiencias y saberes constructivos. En específico, aquellas ligadas a las construcciones murarias, como las realizadas en piedra, aunque también en ladrillo, sobre las cuales se instalaban cubiertas abovedadas de los mismos materiales y/o armaduras de techos de madera (Gutiérrez, 2010).

Como consecuencia de estas prácticas arquitectónicas un grupo limitado de conquistadores trató de instalar en América una serie de ideales sociales, culturales y estéticos similares, imponiéndose sobre una amplísima gama de sociedades preexistentes, con experiencias y conocimientos arquitectónicos variados y ubicadas en contextos ambientales también muy diversos. Tal como expresa Burke: “[…] en los procesos colonizadores, los europeos tenían que dar forma a un entorno construido que integrara los mensajes que querían transmitir […]” (Burke, 2020, p. 72).

Ahora bien, el pragmatismo y la necesidad de resolver la construcción de nuevas ciudades y edificios hizo que los europeos tendieran a aprovechar las experiencias locales previas que, sin duda, estaban exitosamente adaptadas a las condiciones de su lugar. Así se generaban una serie de soluciones sincréticas que combinaban los saberes de conquistadores y conquistados. La arquitectura colonial iberoamericana muestra un amplio abanico de ejemplos de esta amalgama. En este sentido lo expresaba Gutiérrez: “Selección y síntesis son pues las manifestaciones de la transferencia de la cultura dominante. A la vez adaptación y creación son los aportes que la cultura dominada integra para resolver los problemas que la nueva circunstancia histórica impone” (Gutiérrez, 2010).

Sin embargo, esta concepción homogénea de los ideales europeos traída por conquistadores no refleja de manera adecuada su pensamiento. Este incluía, al menos en el caso de los ibéricos para el fenómeno latinoamericano, una faceta que no proviene ciento por ciento del canon occidental: la vertiente Ibero-Islámica de españoles y portugueses. Esta faceta, históricamente invisibilizada o subvalorada como todo rasgo no occidental, jugará un papel central en varias de las soluciones sincréticas y en particular en esta historia, como se verá más adelante.

Saberes arquitectónicos locales de las regiones tropicales latinoamericanas

De las diversas geografías americanas antes mencionadas, las selvas tropicales desde el Caribe hasta Sudamérica presentaron a los conquistadores un escenario más adverso para implantar los tipos y sistemas constructivos europeos (Giuria, 1950, p. 18).

Regiones como la caribeña en la actual Panamá y la guaranítica entre los actuales Paraguay, Brasil y Bolivia, presentaban escasez de piedra útil para fines estructurales y a la vez una sobreabundancia de madera que excedía lo necesario para las construcciones a las que españoles y portugueses estaba habituados en la Península ibérica (Giuria, 1950, p.16).

Pero más allá de la mera disponibilidad de estos recursos naturales, los europeos encontraron sociedades ampliamente experimentadas en la construcción en madera con un sistema totalmente distinto al que conocían, pero a la vez extremadamente eficaz y de muy rápida construcción. Estas características se volvieron muy atractivas para los conquistadores ya que permitían resolver de forma veloz y económica las necesidades edilicias de las nuevas ciudades coloniales.1

El sistema constructivo tropical al que se hace referencia se manifestó a través de diferentes variantes regionales pero con ciertos elementos comunes, como se pueden encontrar en el Caribe, la Chiquitania y la región Guaraní. Se lo puede organizar de la siguiente manera:

Primero se implantan una serie de hileras de columnas compuestas por troncos enteros, más altas en el centro del edificio y más bajas hacia los bordes. La cantidad de columnas puede variar para adaptarse a las dimensiones necesarias del edificio, pero se mantiene fijo el número impar, pues una de ellas se ubica indefectiblemente en el centro. Luego, sobre la hilera de columnas centrales, se ubica la viga cumbrera que define el punto más alto de un techo a dos aguas. Asimismo, sobre las hileras de columnas menores, se disponen otras vigas que marcan los distintos niveles descendientes hasta los bordes inferiores del techo.

Finalmente, sobre estas vigas principales se instalan otras vigas secundarias transversales que acompañan las pendientes del techo y se enciman unos refuerzos menores y una cubierta vegetal que protege del sol y de la lluvia, construida con las hojas de los mismos árboles utilizados para la estructura (Figura 1).


Figura 1: Esquema básico de la estructura de las construcciones guaraníes. Fuente: Dibujo de Julián Fondacaro en base a esquema del autor.

Como puede observarse, el sistema constructivo no requiere de muros para el sostén de la cubierta, por lo tanto, los paramentos verticales pueden no existir (recuérdese que se ubican en regiones tropicales por lo cual no es necesaria una aislación térmica que proteja del frío). En los casos en los que existen cerramientos, estos se conforman a través de estructuras livianas de tipo vegetal que no cumplen funciones estructurales sino de simple cerramiento para separar el espacio interior de los edificios del exterior.

En lo que refiere a la región guaranítica (Figura 2), el sistema se encuentra ampliamente descrito en el ya clásico Templos jesuíticos-guaraníes (Sustersic, 1999) aunque también existen sobre la temática otros textos (Giuria, 1950; Busaniche, 1955; Plá, 1968). El abordaje de Sustersic resulta de especial interés para los fines del presente artículo en virtud de las fuentes citadas donde se puede advertir la sorpresa de los españoles frente a la novedad que, para ellos, este tipo de construcción tropical significaba.


Figura 2: Arquitectura de las regiones guaraníes. Casa en Puerto Iguazú, Misiones, Argentina. Se puede observar aquí materializado el esquema planteado en la Figura 1. Fuente: Fotografía del autor.

Así el Padre José Cardiel (1704-1782), misionero jesuita, señala el contraste que esta técnica constructiva local representaba para un europeo habituado a construir primero cimientos, luego muros estructurales y por último la cubierta: “todos estos edificios se hacen de diverso modo que en Europa: porque primero se hace el tejado y después las paredes” (Sustersic, 1999, p. 33).

Pero no se limitaba solamente a señalar la diferencia, Cardiel estaba admirado por la velocidad de este sistema frente a los que él conocía, que requerían muchos meses o incluso años de obra:

Fuimos al puesto donde juzgamos imposible de creer (si la vista no lo atestiguara) que de noche se pudiera haber hecho tanta obra; cuya oscuridad vencieron grandes hogueras, a cuya luz se hizo toda aquella obra; propia de la divina diestra, a quien hicimos las debidas gracias (Sustersic, 1999, p. 30).

Y esta velocidad resultaba especialmente útil para los españoles pues, por el contrario, pretender construir iglesias de piedra, cubiertas con bóvedas y cúpulas a la manera renacentista, resultaba una empresa casi imposible en estas regiones tropicales, pues no se contaba con piedra de la calidad necesaria, tampoco había cal salvo en muy pocos lugares y la mano de obra local no estaba entrenada en esas técnicas.

De hecho, hacia el final de su presencia en América, los jesuitas intentaron construir una iglesia con el sistema europeo, la Misión de Trinidad en el actual Paraguay, donde el proceso2 fue arduo, complejo y condujo a numerosos pleitos y hasta el desplome de la bóveda (Sustersic, 1999, p. 101).

Cabe señalar que si bien se cuenta, gracias a Sustersic, con un completo análisis del caso guaraní, diversos autores como Damián Bayón han señalado la gran similitud que existe entre la arquitectura de esta región y las construcciones de otras zonas selváticas tropicales del Caribe: “En la región boscosa, la buena solución parece ofrecerse de una manera casi espontánea, y es la misma que ya hemos encontrado en Cuba, Panamá y Venezuela y que veremos también en la región de Moxos y Chiquitos, Bolivia” (Bayón y Marx, 1989, p. 201).

Mario J. Buschiazzo también hizo notar la similitud entre las iglesias de distintas zonas tropicales: “[…] debe vincularse la curiosa arquitectura en madera de los templos de Mojos y Chiquitos con la de las primitivas misiones del Paraguay […]” (Buschiazzo, 1952, p. 25) y justifica esta similitud en la abundancia de madera: “[…] el bosque, la naturaleza toda de esa zona continental que forma la vertiente natural hacia el Atlántico, determinó formas arquitectónicas lignarias similares, casi idénticas” (Buschiazzo, 1952, p. 25).

Ahora bien, es posible observar cómo en las distintas regiones selváticas del continente americano resultó extremadamente complicado para los conquistadores ibéricos implantar los sistemas constructivos que conocían. Sistemas que, más allá de sus diferencias regionales, siempre estaban basados en muros de piedra o ladrillos, pero encuentran en estas áreas soluciones locales muy apropiadas.

Aun así, debido a que los sistemas locales, más allá de su eficiencia, estaban concebidos en sociedades con creencias e ideales muy diferentes a las europeas, tenían dos características centrales que chocaban con los objetivos de los conquistadores. Primero, la falta de una clara delimitación de un interior y exterior. Los edificios europeos, resueltos con gruesos muros estructurales, generan una demarcación muy clara del adentro y el afuera que el modelo constructivo tropical en madera no otorgaba. Por otra parte, los europeos tenían incorporada una concepción de la arquitectura propia de regiones donde, al menos en ciertas épocas del año, es necesario resguardarse del frío, por lo cual el concepto de la fluidez espacial entre interior y exterior estaba, para ellos, limitado a pórticos y claustros, pero en absoluto era asimilable para el resto de los espacios.

En segundo lugar, la existencia de la hilera de columnas centrales que sostienen la cumbrera mayor resultaba absolutamente inadmisible para un ritual con fuertes componentes visuales y procesionales como el cristiano. En una iglesia cristiana, más allá de las diversas tipologías de planta y estilos que se desarrollaron a lo largo del tiempo, el centro es siempre un espacio libre. Esto constituía una diferencia fundamental que debía ser resuelta si querían asimilar los saberes locales.3

Además, los sistemas constructivos locales tenían otras diferencias con los esquemas ideales europeos. Por ejemplo, no contemplaban la torre campanario, tan frecuente en las iglesias españolas y portuguesas. Respecto al espacio interior, el gran techo a dos aguas de los trópicos no permitía las diferencias de altura entre naves, propias del corte basilical europeo, con sus correspondientes claristorios para la iluminación cenital. Aunque, sin dudas, la hilera de columnas centrales y la ausencia de muros perimetrales eran los principales obstáculos.

Para salvar estas divergencias, los europeos impulsaron un esquema híbrido, que suma al sistema local las torres campanario, o eventualmente espadañas y muros de cerramiento. Estos podían ser de tierra o de piedra de acuerdo con la disponibilidad, tal como se puede observar en las diversas iglesias Panameñas, Chiquitanas y Guaraníes mencionadas en este texto (San Atanasio, San Xavier y Yaguarón respectivamente). Este tipo de muro no contradecía el esquema estructural tropical ni obstaculizaba la construcción, era esencialmente un agregado. Para ello, se construía primero el tejado y después las paredes, que no cumplían función de soporte del techo sino solo de cerramiento. Esta adición tenía el beneficio, desde la perspectiva de los conquistadores, de facilitar la construcción de una fachada frontal que pudiera replicar elementos ornamentales de la tradición europea como arcos, frisos, columnas y volutas, y brindar al edificio una apariencia más similar a los modelos canónicos. Esto puede verse muy claramente en la Iglesia de San Atanasio, en la Villa de los Santos en Panamá, por mencionar uno de los templos ilustrados en este texto, aunque la estrategia fue utilizada de manera frecuente.

Damián Bayón destaca, para ese caso panameño, el uso de la fachada mencionada, que él hábilmente define como “pantalla”, pues oculta tras su apariencia barroca la totalidad de un edificio que responde a otros parámetros:

La única parte barroca del edificio, sería por así decir, la “pantalla” que hace las veces de frontis libre que se despliega en curvas a lo ancho de la fachada, recordando soluciones brasileñas y paraguayas. Ese rasgo resulta funcional en la medida que oculta el nacimiento del gigantesco techo a dos aguas (Bayón y Marx, 1989, p. 121).

Como se ve en la cita de Bayón, algunas de las características divergentes de la solución local se aceptaron, pues modificarlas hubiera sido muy complicado. Esto puede apreciarse en el “gigantesco techo a dos aguas” que se mantuvo en lugar de utilizar la techumbre de naves separadas por diferencia de alturas, propias de la tradición europea. Sin embargo, otras características locales sufrieron modificaciones, como la incorporación de los muros perimetrales y fundamentalmente la fachada frontal.

El mismo Bayón señala también, cómo esta solución no es solo característica de Panamá, sino que se implementó en otras regiones tropicales como la actual Venezuela:“[…] la fachada-pantalla que oculta las dos aguas del techo, como a su vez la torre, representaron más tarde un modelo para una multitud de otras iglesias venezolanas” (Bayón y Marx, 1989, p. 131).

Una vez resueltas las necesidades de los conquistadores con la existencia de un muro y una fachada, y aceptada la ausencia del corte basilical y la iluminación cenital, queda aún un problema: la hilera de columnas centrales del modelo local destruía la concepción cristiana del espacio litúrgico. Para enfrentar este problema, los conquistadores recurrieron a su propia componente no europea.

Saberes arquitectónicos mudéjares de los conquistadores ibéricos

A excepción de los anglosajones y franceses que ocuparon la parte noreste de Norteamérica y algunas regiones del Caribe, la mayor parte del continente, desde Florida, Texas y California hacia el sur fue conquistada principalmente por españoles y portugueses.

Ambos compartían un rasgo central, su componente árabe-islámico, basado en la arabización e islamización de la península ibérica durante la Edad Media. Este proceso, que había concluido el mismo año del “descubrimiento” con la caída del reino musulmán de Granada en manos de los Reyes Católicos, tiene enormes y muchas veces insospechadas consecuencias en lo cultural hasta el presente, y mucho más entonces.4

Existe, desde hace treinta años un diccionario que reúne los varios cientos de palabras españolas de origen árabe referidas a la arquitectura (Noufouri y Martínez Nespral, 1992), dando cuenta, ya desde el lenguaje, que la concepción ibérica del espacio y la construcción estaba fuertemente signada por ideas provenientes del periodo árabe-islámico.

De este legado arquitectónico, se hará foco particularmente en las armaduras de cubiertas de par y nudillo que sincretizan saberes europeos con otros ibero-islámicos. Este tema es abordado desde los textos clásicos, como el tratado de Diego López de Arenas (López de Arenas, 1633), aunque existe una abundante bibliografía que llega hasta el presente, de la cual sobresale la obra de Francisco Mamani Fuentes (Mamani Fuentes, 2022).

El más importante de estos recursos es el sistema de armaduras de cubiertas denominado “de par y nudillo” 5 , por el cual, a través de la incorporación de una pequeña viga horizontal o “nudillo” que absorbe los esfuerzos de flexión de las vigas diagonales que acompañan la pendiente o “pares”, se conforma una cabreada con forma de letra “A” mayúscula (Figura 3). Esto permite prescindir de la gran viga cumbrera central (la más larga y de mayor sección) y conformar un sistema de cubierta que se puede resolver integralmente con vigas más cortas y de menor sección.


Figura 3: Esquema simplificado de las armaduras de par y nudillo. Se han eliminado aquí la mayor parte de las múltiples piezas que componen el sistema, así como también se muestran con una separación mayor que la real en los pares, de modo que se pueda percibir la esencia del sistema. Es posible observar la forma de letra “A” conformada por pares y nudillos que le dan su nombre y la descarga sobre muros portantes perimetrales. Fuente: Dibujo de Julián Fondacaro en base a esquema del autor.

Ahora bien, trasladado a las zonas selváticas del continente americano donde abunda la madera, este sistema carecería de utilidad. Pero la posibilidad de eliminar la necesidad de apoyos bajo la cumbrera resuelve, para los conquistadores europeos, el dilema de la hilera de columnas centrales.

Así, a partir del nudillo, la única hilera de columnas central del sistema original se reemplaza por dos hileras de columnas que despejan el espacio axial y resuelven las necesidades visuales, a la vez que permiten las procesiones de la liturgia cristiana (Figura 4).


Figura 4: Esquema de las iglesias tropicales latinoamericanas. Aquí se puede observar la sustitución de la hilera central de columnas del sistema local y su reemplazo por dos hileras paralelas, así como la incorporación de los muros de cerramiento que se construyen luego de levantada la estructura lignaria, de acuerdo con la manera local. Fuente: Dibujo de Julián Fondacaro en base a esquema del autor.

De esta manera, se generaba una especie de planta con tres naves similar a la de las iglesias europeas, aunque, al estar construidas de un modo muy diferente, el espacio resultante era diverso. La división entre naves se hace mucho menos marcada por la esbeltez de las columnas de madera, frente a los gruesos pilares de piedra europeos que fraccionan el espacio (Figuras 5 y 6). Por otra parte, al existir un único techo a dos aguas, sin diferencias de altura ni claristorio, también se diluye el efecto de tres espacios diferenciados, propio de los modelos europeos que se utilizaban desde la Antigua Roma (Sustersic, 1999).


Figura 5: Interior de la Iglesia de San Atanasio, Villa de los Santos, Panamá. Se puede observar la estrecha similitud entre casos tropicales centroamericanos y los sudamericanos como los de la región Guaraní y la Chiquitania. Fuente: Gualberto107 - Own work, CC BY-SA 3.0. Recuperado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Iglesia_San_Atanasio_de_La_Villa_de_Los_Santos.jpg


Figura 6: Interior de la iglesia de San Xavier de Chiquitos, Bolivia. Fuente: Gualberto107 - Own work, CC BY-SA 3.0. Recuperado de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:San_Xavier_005.JPG

Por consiguiente, se observa aquí un claro ejemplo de la paradoja presente en muchas otras situaciones, dada a partir de esos cruces entre la cultura ibero-islámica en contacto con la alteridad americana. Muchos de los conquistadores ibéricos, se consideraban a sí mismos como “cristianos viejos” y acérrimos adversarios de los musulmanes peninsulares, a quienes habían vencido en la guerra y pretendido expulsar del territorio occidental y cristiano. Estos “cristianos viejos” eran a su vez portadores del legado cultural ibero-islámico y lo difundieron por todo el mundo en sus campañas de conquista.

Sucede entonces, que tanto españoles como portugueses cristianos habían nacido y vivido en ciudades cuyas infraestructuras habían sido en buena parte construidas durante la islamización ibérica. Muchas de las iglesias de sus pueblos en España o Portugal se habían construido como mezquitas y luego fueron reconvertidas.

De esta forma, cuando aplican “sus” soluciones y sus experiencias y saberes tradicionales ibéricos en el continente americano, implementan típicas soluciones ibero-árabes que se encontraban plenamente insertas en las costumbres y formas de vida peninsulares, como un componente interno de su propia cultura y no como una influencia externa.6

Planteada toda la secuencia, puede verse cómo el producto final, es decir las iglesias coloniales de zonas tropicales, constituyen una creación intercultural cuyos dos componentes fundamentales son no europeos occidentales (Figura 7). Así, el sistema estructural y constructivo en madera de los pueblos americanos preexistentes a la conquista, es combinado con el “par y nudillo”, un saber ibero-árabe que permitió adaptar la solución local a los requerimientos espaciales de una iglesia cristiana.

En contraste, las piezas arquitectónicas europeas, como la fachada “pantalla” poseen un carácter superficial (Figura 8) y, en su mayoría, buscan enmascarar un sistema que desde lo espacial y lo constructivo se define de manera diferente y resulta mucho más apropiado para el sitio, en comparación a los modelos europeos.


Figura 7: Iglesia de la Misión Franciscana de Yaguarón, Paraguay. Fuente: Fotografía de Hugo Díaz Lavigne. Recuperado de: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Iglesia_Yaguaron_frente_campanario.png


Figura 8: Iglesia de San Atanasio, La Villa de los Santos, Panamá. Se puede ver la “fachada telón” de líneas barrocas europeas que cubre solo el frente de un edificio concebido en base a lógicas locales. Fuente: Gualberto107 - Own work, CC BY-SA 3.0. Recuperado de: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=28089945

Par y nudillo en los trópicos, un aprendizaje decolonial

Más allá de lo que se acaba de exponer, es decir, que las componentes no europeas son centrales e ineludibles para poder comprender estos casos, la historiografía, salvo contadísimas excepciones como el caso de Sustersic ya señalado, ha tendido a explicarlos a través de relaciones con los ejemplos europeos en una lectura que no permite una adecuada comprensión, e incluso genera importantes confusiones.

La primera de estas perspectivas tiende a minimizar el valor de estas obras, considerándolas como el resultado de la necesidad o de la escasez de otros recursos. De esta forma, se las interpreta como una solución de compromiso, lejos del ideal de los conquistadores, y como una enmienda que se vieron obligados a adoptar debido a las circunstancias.

En este sentido Bayón plantea: “[…] se trata simplemente de cubrir el mayor espacio posible con los medios más elementales y al mismo tiempo más económicos” (Bayón y Marx, 1989, p. 201). Y a la vez Nicolini menciona el “empirismo de la mano de obra guaraní” (Nicolini, 1995, p. 289).

Al retomar estos planteos, puede encontrarse una lectura naíf de las obras, como productos realizados por una mano de obra indígena inexperta, que no supo administrar los recursos del diseño europeo y que tenía como responsables de las obras a maestros europeos, que no estaban acabadamente formados.

El mismo Bayón lo explica en estos términos: “Un repertorio variado y ecléctico tentaba a los artesanos locales, al no existir -por definición- ni un “gran programa” ni un tiránico maestro de obras que quisiera aplicar las normas de ciertos modelos cultos” (Bayón y Marx, 1989, p. 136).

Incluso, cuando se refiere a la iglesia de la Misión de San Ignacio Miní, menciona que la solución advertida como defectuosa se debe al desconocimiento por parte de los autores de los cánones clásicos: “El conjunto da un poco la impresión de las piezas de un enorme rompecabezas reunidas arbitrariamente por alguien que no estuviera al tanto de esa lógica que, en general, se desprende de la arquitectura basada en los principios grecolatinos” (Bayón y Marx, 1989, p. 202).

Otro aspecto de estas lecturas que pretenden explicar las obras desde parámetros europeos es la forzada relación con ejemplos canónicos. Tal es el caso de la comparación de las iglesias jesuíticas de la región guaraní y del actual oriente boliviano (zona de Moxos y Chiquitos) con la iglesia matriz de la orden, il Gesú de Roma. Sobre estas producciones que miran la obra de Vignola (il Gesú) o aquellas que cuentan con la presencia de un constructor no ibérico (alemán o italiano, por ejemplo) se sobredimensiona la participación occidental y se dejan en un segundo plano rasgos esenciales ibéricos o nativos (Rodríguez Trujillo y Eckart, 2010).

Este erróneo análisis, denunciado y explicado por Sustersic en la primera lectura decolonial de este fenómeno, ya había mencionado que: “La forma forzosamente rectangular de las plantas de estas iglesias (como la de los santuarios guaraníes pre-jesuíticos) llevó a algunos estudiosos a relacionarlas con el Gesú de Roma” (Sustersic, 1999, p. 38). En esta denuncia se destaca también el uso del término “forzadamente”, pues el autor entendió a las claras que esa forma rectangular se debía a las tipologías regionales y no a lejanos referentes italianos.

Por ello, se puede considerar falaz la relación con ejemplos del canon europeo, basada en la forma de la planta y en las aparentes tres naves, debido a que estas no se perciben como tales, pues las esbeltas columnas y el techo unificado sin claristorio generan una lectura unitaria del espacio que nada tiene que ver con los modelos basilicales europeos.

Pero si esta comparación con la obra de Vignola es errónea y genera una mala interpretación, hay otra que se ha realizado varias veces y que alcanza ya niveles de distorsión absurdos: la relación entre este tipo de iglesias y los templos griegos clásicos.

Sucede que, como las zonas selváticas en las que se implantan estas construcciones son naturalmente muy húmedas y lluviosas, los muros agregados por los conquistadores al sistema original se ven severamente afectados por el agua y la humedad, más aún en los casos en los que se hicieron de barro.

Este problema, que no existía en el modelo originario americano (pues no había muros) es consecuencia de los cambios y necesidades introducidas por los europeos, que resolvieron utilizar una solución basada en el sistema local. Debido a que la estructura de cubierta se apoya en las columnas y no requiere de los muros, se prolonga el gran techo más allá de las paredes y conforma una galería perimetral semicubierta que protege a los muros de las inclemencias de la lluvia (Figura 4).

A simple vista, se observan edificios de forma rectangular, cubiertos por un gran techo a dos aguas y rodeados de una semicubierta perimetral que fue asociada por varios autores con el lejano e inconexo templo clásico períptero. Así lo plantea Nicolini: “La analogía más sorprendente que puede señalarse es su semejanza con el Partenón, presunto modelo que se nos impone por tratarse de un templo períptero […]” (Nicolini, 1995, p. 287). Lo mismo propone Bayón: “En cierto modo se recreaba, así, el prototipo del arcaico templo griego: una cella cerrada y una columnata anfipróstila o períptera, o sea a todo alrededor del núcleo central” (Bayón y Marx, 1989, p. 202).

Esta relación plantea una evidente comparación forzada, pues las similitudes entre ambos casos son meramente casuales y están basadas en una lectura muy superficial de su apariencia. Es decir, no existe conexión alguna entre las motivaciones, contextos geográficos, históricos y culturales de ambos casos y solo puede ser justificada por la necesidad colonial de explicar los fenómenos americanos en base a supuestos referentes europeos, a la vez que se invisibilizan o subvalúan los verdaderos referentes: americanos y no canónicos.

Tal como explica la nueva generación de historiadores de la arquitectura del continente americano, la cual es representada por colegas y especialistas en distintos periodos y temas, habrá que despojarse de las anteojeras coloniales para poder realizar una eficaz y provechosa historia de la propia arquitectura. Un ejemplo reciente es la publicación colectiva editada por Lara y Hernández (2021) en la que han intervenido varios colegas.

Sirvan pues estas líneas sobre las iglesias tropicales donde españoles y portugueses miraban azorados cómo se construía primero el tejado y después las paredes como una humilde contribución a este desafío colectivo.


Notas

1. Un fenómeno similar sucede en Colombia con el sistema de bahareque, que también se caracteriza por la velocidad y economía de la construcción, dada la abundancia del material en la zona. En este sentido, hay una amplia bibliografía (Ossorio Velázquez, 2013; Arteaga Botero, 2017).

2. Los capítulos V a X del ya mencionado libro Templos jesuíticos-guaraníes de Sustersic están dedicados a un análisis detallado de este intento fallido de implantar, en el territorio guaraní, una iglesia construida con el sistema europeo de bóvedas y cúpulas de piedra que se utilizaba desde tiempos del Imperio Romano. En el siglo XVIII, cuando se propusieron implementarlo en esta obra, ya conformaba la estructura más usual en las iglesias barrocas canónicas.

3. Si se analizan las diversas tipologías concebidas para el culto cristiano desde sus orígenes, a partir del modelo basilical adoptado de los romanos, incluso en aquellos de plantas centrales, la idea de una hilera de columnas ubicada en la parte central es inimaginable. Casos como la Ermita de San Baudelio en Casillas de Berlanga, con su columna axial de estructura palmiforme, constituyen rarísimas excepciones (Utrero Agudo, 2006).

4. El tema de la componente árabe-islámica en la cultura española, y más específicamente en el arte y la arquitectura, ha sido ampliamente estudiado en los últimos ciento cincuenta años, desde que José Amador de los Ríos presentara su discurso sobre “Arquitectura Mudéjar” en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid (Amador de los Ríos, 1859). En el continente americano, el pionero fue Manuel Toussaint (Toussaint, 1946), y en la actualidad el volumen que aborda de forma integral este fenómeno es la obra de Rafael López Guzmán (López Guzmán, 2000).

5. Como ya se ha mencionado, este tema se encuentra ampliamente estudiado, así como detalladas las múltiples piezas que lo componen y las formas de materializarlo. Para ello, es de enorme valor la labor de Ángel María Martín López quien realiza talleres y cursos de capacitación para entender y enseñar las técnicas de estas armaduras. De acuerdo con los límites y alcances de este texto, el foco está en explicar ciertas piezas claves, como los pares (o alfardas para utilizar el arabismo) y el nudillo, aunque se trata de un sistema muy complejo. Para un completo glosario y detalles de la técnica se puede ver el reciente texto de Marrero Alberto (Marrero Alberto, 2017).

6. Para entender lo ibero-islámico como componente interno de la cultura ibérica e iberoamericana antes que como influencia de un agente externo, es preciso concebirlo como elemento esencial e inescindible para una acabada comprensión de las expresiones culturales. Para ello, se recomienda consultar la tesis que sustenta lo planteado en este texto, así como otros a estudios realizados anteriormente sobre diversos temas de arquitectura (Martínez Nespral, 2019).

Referencias bibliográficas

1. Bayón, D. y Marx, M. (1989). Historia del Arte Colonial Sudamericano. Barcelona, España: Polígrafa.

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Como citar este artículo

Martínez Nespral, Fernando Luis (2024). Primero el tejado y después las paredes. Cruces entre saberes locales y mudéjares en las iglesias tropicales latinoamericanas. Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas "Mario J. Buschiazzo". 54(2). Recuperado de . Fecha de acceso:


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