«La vida cotidiana en un convento colonial: Santa Catalina de Siena a través de la Arqueología»
El artículo «La vida cotidiana en un convento colonial: Santa Catalina de Siena a través de la Arqueología» de Daniel Schávelzon y Mario Silveira, ha sido publicado bajo dos ediciones en versiones ligeramente diferentes en: Mundo de Antes, vol. 4, páginas 105 a 126, Tucumán, en el año 2005 y en Estudios de Arqueología histórica: investigaciones argentinas pluridisciplinarias, páginas 171 a 186, Museo de la Ciudad de Río Grande, en el año 2006.
La realización de obras de arquitectura en el convento e iglesia de Santa Catalina en Buenos Aires, con el objeto de instalar allí un evento masivo para recaudación de beneficencia (Casa FOA), en junio-julio de 2001, motivó que el Gobierno de la Ciudad a través de la Dirección General de Patrimonio hiciera la supervisión arqueológica. La intención era que en la medida en que los antiguos pisos iban a ser excavados para el paso de cañerías y para cambiar los sectores deteriorados hubiera arqueólogos y conservadores para preservar lo que se hallara en esas operaciones, para que se obtuvieran todos los datos conexos posibles y se preservara un patrimonio histórico que con toda seguridad debía existir en un sitio intocado durante tanto tiempo. No estaba previsto realizar un proyecto de investigación para lo cual no había tiempo ni fondos adecuados, lo que es habitual en la llamada “arqueología municipal” (Schávelzon 1998, 2000). Pero la realidad del trabajo llevó a desdoblar las tareas: hacer el control y supervisión de las obras a la vez que la excavación sistemática de un enorme pozo de lo que fue identificado como el sitio de los lugares comunes, forma habitual de llamar a los baños o letrinas en el siglo XVIII. Esto último se transformó rápidamente en un proyecto acerca de las condiciones de vida las monjas en los inicios de su instalación en el convento.
Cabe aclarar que este convento, el primero de monjas construido en Buenos Aires, se conservaba en su parte central en forma íntegra y se mantuvo con clausura hasta la década de 1970, en que las monjas se retiraron a una nueva sede tras vender gran parte de la manzana, por lo que se demolieron varias alas del conjunto; lo que fuera la huerta se destruyó incluso después de este trabajo, en el año 2003 para hacer un enorme estacionamiento.
Los “lugares comunes”
La historia inicial del convento y su construcción fue compleja y llena de peripecias (Udaondo 1945, Millé 1955). En lo que a nosotros atañe es importante recordar que este edificio, construido por Juan de Narbona sobre planos de Giovanni Bianchi, también llamado Blanqui (Sobrón 1997), fue iniciado en 1738, habiéndolo ocupado las primeras monjas llegadas desde Córdoba en 1745. Pero en ese momento sólo ocuparon la iglesia y el primer claustro –el actualmente existente-, ya que el segundo estaba en obra y en conflicto. El segundo claustro fue completado y ocupado recién en 1755. Lo que vamos a describir está cronológicamente determinado por esas fechas.
Sabemos que Narbona construyó el edificio en dos claustros en una ampliación del proyecto inicial de Bianchi, el que había sido pensado para un lote de un cuarto de manzana; esa ampliación fue el centro de graves disputas económicas y llevó a que el constructor no entregara el segundo claustro hasta que no se le abonara todo lo hecho, en realidad el doble de trabajo que el proyecto inicial. Por eso, cuando las monjas ocuparon el primer claustro se encontraron que las letrinas quedaban en el otro sector al que no tenían acceso. Esto era un tema grave, muy grave; más aún que deberían existir dos grupos de letrinas ya que no era posible que las monjas de velo negro compartieran el sitio con las de velo blanco, con las donadas o, más grave aún, con las esclavas; los y las esclavos/as africanos vivían en una casa ubicada cruzando la calle, bajo lo que actualmente son las Galerías Pacífico. Los documentos hablan de “dos distintos paraxes para los lugares comunes” (Millé 1955:260). Cada sector del edificio reproducía la rígida estructura social que imperaba en el convento –y en la sociedad-, y los baños también.
En ese momento no hubo otra solución que construir letrinas nuevas en un sitio del primer claustro, y para ello Narbona eligió un lugar que hoy nos podría parecer exótico: una sala atrás del Coro Bajo en el pasillo de salida a la huerta ubicado al sureste. El porqué se decidió hacerlo allí es imposible de saber, pero hay dos razones válidas: el fácil acceso a tierra suelta para tirar diariamente en el interior –única forma de evitar los olores-, y porque así no se inutilizaba una celda. Si bien el convento en sus inicios estaba ocupada por poca gente, en ese momento sólo tenía la mitad del espacio proyectado y un tercio del que tendría medio siglo más tarde cuando habían viviendo en su interior más de ochenta personas.
Los documentos históricos describen bien el sitio; cuando el arquitecto Antonio Masella hizo el peritaje de las obras del edificio en 1753 puso una nota al final del texto que dice: “aunque la contrata dice que en el segundo patio debe haber dos lugares distintos para lugares comunes, está hecho el que falta en el segundo patio, tras del Coro Bajo del primer patio, conviene y alivio de las Madres, y así tiene cumplido la contrata” (Millé 1955: 262). En este caso Masella estaba haciendo una evaluación del cumplimiento del constructor de su contrato y destacó que en lugar de los dos baños separados en el segundo patio había hecho sólo uno porque el otro ya estaba detrás del Coro Bajo. Esta descripción clarifica acerca de la función de la extraña estructura que habíamos descubierto y excavado; un interesante caso del doble juego entre arqueología y la documentación escrita y la necesidad de leerla con el cuidado y controles que merece. El sitio de los lugares comunes, tal como fue descrito, es ahora un simple pasillo atrás del Coro Bajo, de paso a la ya demolida ala de la Enfermería y al claustro por el otro lado, es decir la intersección de varios pasos de la vida interna del convento en todas sus épocas. Al inicio de las obras de restauración se lo veía como un piso sin ninguna alteración que indicara la presencia de esa subestructura estructura. No obstante, los trabajos efectuados en el muro interior para controlar la humedad de los mismos, descubrió una abertura que profundizada permitió hallar la estructura.
La construcción bajo el piso ocupa buena parte del espacio citado y está compuesto por tres paredes que, al apoyarse contra un muro preexistente, deja un espacio de 4,45 por 1,80 metros (medidas internas), quedando un pasillo lateral para circular de un metro de ancho, para facilitar el paso hacia la sacristía. Posiblemente ni las letrinas ni el pasillo debían ser lo bastante cómodos para las monjas, pero se resolvió bien la situación. Cuando funcionaron estas letrinas el piso de esa habitación estaba más alto que el resto, posiblemente unos 30 cm, y el pozo propiamente dicho estaba formado por una gran bóveda de 4,50 metros de luz libre paralela a la pared y separada de ésta 55 cm. Ese espacio de medio metro sería donde se encontraban los agujeros –y sus asientos superiores- de las letrinas propiamente dichas. La bóveda descendía en su intradós 2,25 metros hasta apoyarse sobre la tierra y luego seguía un enorme pozo que, calculamos, debía medir unos diez metros de profundidad que no se completó de excavar por la inauguración del sitio. Se trata de la construcción sanitaria más grande encontrada en la ciudad y con muy pocas similares.
Sabemos que el constructor, Narbona, hizo en otra casa en donde vivieron las monjas al llegar a la ciudad, un pozo de “12 brazas” (cerca de diez metros) y en la casa de enfrente del convento, también propiedad de las monjas, las letrinas eran “ondas 20 varas” (es decir, unos catorce metros, lo que resulta exagerado para la ciudad). Es interesante que en esa otra casa Narbona había construido las letrinas con bóvedas bajo tierra de la misma forma que ésta: “2 secretas divididas con dos asientos cada una largo 6 vs., ancho 2 ½, hondas 20 vs., con dos bóvedas de cal y ladrillo, la del suelo de ¾ de grueso (…) toda revocada y corriente con sus asientos, tabiques y puerta” (Millé 1955:264). Se entiende que las “secretas” son otro eufemismo para llamar a las letrinas.
En una escala menor ya habíamos hallado una construcción en cierta medida similar: un pozo cuadrado de finales del siglo XVIII construido en Defensa 751 (Schávelzon 1992:105) cuya parte superior tenía una bóveda que no cubría totalmente la superficie; el caso es parecido aunque la estructura está armada en sentido inverso. Otra construcción que podría asociarse a ésta, que sabemos hecha hacia 1800, se excavó en la Casa Ezcurra (Alsina 455); la bóveda también está colocada en sentido opuesto a la del convento –su dimensión es mucho menor- y la estructura inferior no tiene la calidad de ésta (Seró Mantero 2000).
La excavación que se ha llevado a cabo tenía por objetivo, en primera instancia, dilucidar de qué tipo de estructura se trataba; luego, al definir su importancia entendimos que era una entrada hacia el mundo de la vida cotidiana en el convento de carácter excepcional; esto decididó transformar el simple rescate en toda una investigación sistemática.
En cuanto a interpretar su función –aun no se había hecho la lectura documental sistemática-, se barajaron varias hipótesis por su relación de cercanía con el Coro Bajo –recordemos que fue la cripta del convento, al menos para las monjas- y esto podría ser parte de esa criptas. Pese a que ahora en el Coro Bajo hay una placa que indica que allí está enterrada la madre fundadora, “las religiosas eran sepultadas en el coro, cuyo pavimento de tosco ladrillo podía fácilmente ser removido para cavar en él las fosas” (Udaondo 1945:36). Allí deben haber gran cantidad de restos humanos, ya que las monjas en su traslado se llevaron un único esqueleto suponiendo que sólo la fundadora estaba enterrada en el lugar. Otra posibilidad era que esto fuera el resultado de una modificación al proyecto original producida por los conflictos que hubo con el constructor y por la necesidad de adaptar el proyecto de Bianchi a un terreno más grande. Sólo al llegar abajo del apoyo de la bóveda, cerca de dos metros de profundidad, donde termina la alteración producida por el derrumbe de la estructura hecho en 1808, fue posible entender que era una letrina, porque al no haber sido alterado nunca se encontraban los sedimentos típicos producto de la descomposición del material orgánico. Esto ratificó la hipótesis de que era un sitio de descarga de excrementos humanos, vulgarmente un pozo ciego, rellenado con tierra, escombro y deshechos varios de la época, lo que más tarde los documentos históricos confirmaron.
El interior estaba relleno de tierra y escombro que, en forma de estratos pequeños e interrumpidos, se superponían una y otra vez; era evidente que se había ido arrojando ese sedimento muy lentamente, quizás en baldes, actitud típica para este tipo de pozos, de forma de ir evitando los olores diarios. Esa tierra contenía la basura de su época –esto lo demostramos más adelante- aunque quizás hayan objetos que vinieron con la tierra del relleno. De esa forma fueron a parar allí cantidades de fragmentos de cerámicas de uso diario rotas en el trajín cotidiano, huesos de la comida y escombro de obras. Entre lo hallado hay que destacar la presencia de bacines españoles (bacinicas o pelelas) del tipo Azul-Verde sobre Blanco y lógicamente asociadas al uso del lugar como baño (Schávelzon 2000). La otra hipótesis planteada era que se trataba de un basurero secundario, tipo de acumulación de deshechos común en la ciudad, que más adelante describimos.
La mayoría del material cerámico hallado lo componen vasijas muy modestas, de lo que se denomina Cerámica Criolla o Hispanoamericana, desde tinajones para agua y vino hasta tinajas menores para la mesa, mucha cerámica de tradición indígena entre ellas el Monocromo Rojo proveniente del Litoral y afiliada a lo habitualmente conocido como cerámicas guaraníticas, e incluso cerámicas indígenas esgrafiadas y pintadas raras de hallar en Buenos Aires. Hay cerámica importada, y entre ella debemos como única, una pieza casi completa de mayólica: un plato francés esmaltado en blanco y pintado en azul característico del siglo XVIII. También se halló una docena de fragmentos de mayólicas españolas de los siglos XVII y XVIII y, extrañamente, tres fragmentos de la lujosa vajilla Reflejo Dorado, fabricada en Valencia y cuyo uso se asociaba a la realeza. Hubo gran cantidad de mica, lo que es habitual en los conventos ya que se usaba para recortar flores que se cosían a las mortajas; grupos de éstas pueden verse en el Museo Etnográfico de Santa Fe provenientes de Cayastá.
Al parecer y según la documentación publicada, en 1808 se construyó un nuevo sector del edoficio, el ala ubicada al este del convento y destianada a la enfermería, cuya unión con el primer claustro se hacía por el pasillo en el que estaban colocados estos baños. Al hacer esa obra era ya imposible que las letrinas siguieran estando allí, por lo que no sólo se demolió todo sino que se destruyó el arco inferior arrojando el escombro en el interior para poder nivelar los pisos. Es posible que para esa época ya hacía rato que ese baño había quedado fuera de uso. Luego de eso se colocaron vigas de madera cruzando el gran hueco, tras empotrarlas en la pared con agujeros que aún son visibles y se hizo el piso manteniendo el nivel original. En ese momento se modificó el paso por el costado del coro hacia la sacristía, haciendo una puerta al este, cambiando las bóvedas y otros arreglos menores que afectaron todo este sector del edificio.
Que se trata del paso a la enfermería no hay duda porque los documentos indican con claridad las diferencias constructivas entre el convento original hecho por Narbona y esta nueva ala. El del siglo XVIII era de techo de bóveda y paredes revocadas con cal, lo del siglo XIX era de techo de vigas de madera y paredes “de embostado con paramento blanqueado” lo cual, en el sector conservado se mantiene en perfecto estado. En sí mismo resulta interesante que lo más nuevo es de menor calidad y hecho con una técnica habitualmente considerada como más antigua que la original.
La demolición de la habitación de las letrinas fue posiblemente hecha en 1808, momento para el que coinciden bien los documentos y la evidencia material. Dentro del pozo los escombros de ladrillos y cal formaban un grueso estrato en la parte superior, lo que indica una vez más que la demolición se arrojó dentro del pozo que aun no estaba completo. De esa forma se llenó totalmente y luego se hizo el piso. Lógicamente ese derrumbe de grandes ladrillos en bloques penetró dentro del sedimento flojo y húmedo del interior, llegando hasta casi un metro de profundidad, alterando un nivel de la transición entre el sedimento antiguo y el nuevo. Es por eso que en el análisis de los materiales es difícil indicar con certeza la antigüedad contextual de algunos de ellos, más allá de su propia cronología como objeto.
Cabe preguntarnos si esta estructura de letrina es habitual; realmente es difícil responder ya que a la fecha es poco lo que sabemos en el país porque se trata del siglo XVIII inicial y de un convento y no de casas privadas que es sobre lo que tenemos más información. En cuanto a los edificios religiosos hasta ahora conocemos bien los lugares comunes del convento de Alta Gracia, Córdoba y del edificio de la Compañía de Jesús en Tucumán. Del primero podemos decir que es un sistema diferente, muy sofisticado y resuelto en dos pisos mediante una pared doble que servía para que los deshechos cayeran en una acequia que lavaba el lugar; del segundo sabemos que estaban al nivel del piso y los deshechos quedaban en una estructura bajo tierra de poca profundidad (1,50 metros), a la que se accedía por una escalera, la que debía ser vaciada a mano en forma habitual (Gómez 1997).
Entre los objetos de la vida doméstica excavados hay que destacar los hechos en vidrio porque representan un conjunto interesante: en primer lugar hubo un total de 58 fragmentos; esto representa el 4,52 % de toda a cultura material recobrada (exceptuando huesos y ladrillos); esta cifra no puede considerarse baja ya que como hemos establecido en trabajos anteriores el vidrio fue un artículo raro y caro en Buenos Aires hasta los inicios del XIX. Es más, si le sacamos los 24 fragmentos de vidrio plano resulta que el vidrio de uso doméstico era realmente raro en el convento. Pero de los 34 objetos que podemos considerar de la primera época 18 de ellos (el 52.94 %) corresponden a botellas que en su origen fueron de vino y ginebra; a eso podemos sumarle al menos seis fragmentos de vidrios transparentes que fueron parte de vasos, con lo que la vajilla de cocina-mesa fue el 66.66 % del reducido número total. El resto era de tocador o farmacia: hubo al menos un perfumero verde claro, dos botellas de base rectangular, otros dos color verde claro de frascos de tocador y cuatro fragmentos no identificados. ¿Estas proporciones reflejan las condiciones de vida del convento? Es difícil saberlo, pero la evidencia material nos indica esto. Todos los vidrios (a excepción de los planos) fueron fabricados mediante el soplado a mano y son importados.
Las cerámicas halladas muestran un panorama muy interesante para Buenos Aires; básicamente hay dos conjuntos que obedecen a la secuencia de depositación: la de arriba más moderna y la de abajo más antigua. La superior, reducida en cantidad y variedad e introducida como ya dijimos en las obras de 1808 y a lo mejor en alteraciones posteriores no identificadas, está conformada por un pequeño grupo de cuatro porcelanas europeas, dos fragmentos de macetas comunes, un gres de tintero inglés y otro de una botella de ginebra, 26 fragmentos de lozas Whiteware y 19 de Creamware.
Ya también dijimos que el límite entre lo considera antiguo y lo más nuevo, es en realidad poco muy claro debido al derrumbe de ladrillos del piso que penetraron bruscamente en los niveles inferiores. De allí que haya un conjunto de materiales de difícil atribución ya que podrían pertenecer a un momento o al otro, tal como las mayólicas Triana (47 fragmentos) e incluso las de Alcora (6 fragmentos). En los niveles inferiores se hallaron 1036 fragmentos de los cuales corresponden 742 a tinajas de producción regional del tipo de las utilizadas para transportar vino, es decir de forma ahusada y de boca estrecha, hubo 110 mayólicas, 104 cerámicas de tradición europea con y sin vidriado y 127 de cerámicas de tradición indígena e hispanoindígena en especial del tipo Monocromo Rojo (Schávelzon ….).
Las mayólicas conforman –si incluimos a las Triana y Alcora- un grupo del 10.19 %, lo que indicaría que en el convento eran pocas las monjas que las usaban. Si entramos a detallarlas hubo 25 fragmentos que provenían de un mismo plato de mayólica francesa del siglo XVIII sobriamente decorado con un grupo floral al centro y una cenefa geométrica; es un tipo de cerámica muy raro en la ciudad, sin duda de gran lujo y entrado de contrabando. Este único plato representa más del 20% del total de mayólicas en fragmentos; debió arrojarse casi entero al pozo, cosa muy diferente de las demás mayólicas que no forman parte de las mismas piezas. Hay además 17 fragmentos del tipo Bacín Azul-Verde sobre Blanco, usados precisamente como bacines de baño; el resto son tres mayólicas del tipo denominado de Reflejo Dorado muy raras y costosas, usadas habitualmente en España entre cortesanos o gente muy pudiente, seis de Talavera, seis de Alcora, posiblemente seis portuguesas y el grupo mayoritario lo forman 47 fragmentos de Triana que ya dijimos que pueden ser más tardías: finales del siglo XVIII o incluso inicios del XIX.
Las cerámicas de tradición europea son: 17 Verde sobre Amarillo de Pasta Blanca, 13 de botijas de Sevilla, dos de Verde sobre Amarillo de Pasta Roja, tres Carrascal y 26 Verde Utilitarias –también posiblemente tardías-, en un total de 5.88%, al que si le quitamos las del tipo Verde Utilitario se reduce al 3.37%, lo que es realmente bajo para lo observado en la ciudad. Las botijas eran usadas en el sitio y un documento con los gastos efectuados por Narbona indica “tres botixas de grassa a 4 ps.” (Millé 1955-I:238).
Las cerámicas indígenas son más numerosas ya que conforman al menos un 11,20 % del total; pero hay una fuerte presencia de cerámicas cepilladas que no sólo son más antiguas que el siglo XVIII esperado sino incluso muy poco frecuentes en la ciudad; hubo 29 fragmentos de éstas y del Monocromo Rojo sólo 14. Veremos luego como interpretamos estas cifras. De la cerámica que últimamente consideramos como Afro sólo hay, y discutidamente, 10 fragmentos; cuatro son de un candelero para tres mechas y las demás provienen de una vasija no claramente adscripta.
En síntesis: hay una fuerte presencia de materiales locales/regionales de bajo costo: entre lo considerado indígena o hispano-indígena, las tinajas de vino y lo poco que podría ser Afro tenemos un total de 80.39 % del total absoluto de cerámicas, incluyendo lo posiblemente más moderno. ¿Nos permite decir esto que en el convento se usaban objetos da bajo costo, simples, rústicos, modestos? ¿y que sólo una persona usó un plato francés y muy pocas debieron usar mayólicas españolas?, ¿podemos inferior que en la vajilla de cocina y mesa, la vida material en la Orden quedaba bajo los Votos de Pobreza salvo para unas pocas?, ¿la mayor presencia de mayólicas Triana puede indicar el incremento en su uso para los últimos años de uso del pozo, y por ende de la calidad de la vajilla?
En la excavación se encontraron una cantidad importante de materiales de construcción, en especial fragmentos de ladrillos en diferente grado de fragmentación. Además había 107 fragmentos de tejas hechas a mano, seis piedras diversas, seis clavos de perfil cuadrado, una chapa de hierro muy alterada y diecinueve fragmentos de revoques de cal con restos de pintura blanca o con celeste agrisado encima. Los azulejos hallados son siete, cinco de ellos corresponden a fragmentos idénticos a los existentes en el Coro Bajo, decorados con una crátera de color azul y alocuciones a la virgen María, los otros dos son de azulejos españoles ornamentales. Es posible que los azulejos de las paredes del coro, tal como escribió Millé, no sean los originales, ya que parecen ser del siglo XIX y no del XVIII. Si es así y fueron cambiados quizás los fragmentos hallados en el pozo corresponden al material descartado en esa operación. Hay que destacar que en el friso hay un azulejo justo al centro, único diferente, que presenta el ramito típico de la cerámica alcoreña y que debió quedar de la decoración original. Millé indica que los azulejos fueron puestos en 1925 a la vez que señala que hubo un arreglo del interior en 1881; creo que debe haber un error en las fechas manejadas por el autor (vol. II, pag. 38).
Se encontraron otros objetos: un botón de nácar, una pipa del tipo considerado como utilizado por la población Afro o esclava (Scávelzon 2003), muchísimo carbón, gran cantidad de hojas de mica, cuero de una suela de zapato, un fleje de un barril, un herraje de bronce, un cuchillo y un tenedor de dos dientes.
La alimentación en el convento
Se hallaron 2659 fragmentos óseos de los que hemos asignado nivel taxonómico a 1935 restos, lo que hace un 73.60 % de reconocimientos. Los 694 restantes son imposibles de asignar a ningún nivel por tratarse de trozos muy pequeños.
GENERO Y ESPECIE | NOMBRE COMUN | NISP | MNI |
Bos taurus | Vacuno | 79 | 9 |
Ovis aries | Oveja / cordero | 98 | 5 |
Sus scrofa | Porcino | 2 | 1 |
Gallus gallus | Gallina/pollo | 154 | 18 |
Melagris gallopavo | Pavo | 9 | 1 |
Anas sp. | Patos | 9 | 3 |
Nothura maculosa | Perdiz chica | 9 | 2 |
Columba livia | Paloma doméstica | 15 | 2 |
Canis familiaris | Perro | 2 | 1 |
Ratus sp. | Rata | 13 | 4 |
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FAMILIA | CANTIDAD FRAGMENTOS |
Anatidae Patos/gansos | 7 |
Rheidae Ñandú | 1* |
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CLASE | CANTIDAD FRAGMENTOS |
Ave Aves en general | 142 |
Pez Peces en general | 156 |
Mammalia indet. Mamíferos en general | 1240 |
* Hay seis cáscaras de huevos de esta familia, probablemente de ñandú. Hay también dos cáscaras de huevos que pueden ser de Gallus gallus o de Anatidae
Hay cuatro fragmentos de valvas (dos nacaradas) todas oceánicas. Hay otra entera que identificamos como perteneciente a la familia Gaianartidae, una valva pequeña de 20 por 16 mm, también de tipo oceánica, que se encuentra desde Brasil hasta el extremo sur de nuestras costas. Se halló un carozo de durazno. Se han reconocido a nivel de género y especie 390 fragmentos (20.03 %), a nivel de familia 7 (0.36 %) y a nivel de clase 1538 fragmentos (79.6 %). La media de fragmentación de los restos es de 5.06 cm, un dato común en los basureros que hemos examinado. El peso total del material analizado sumó 20.82 kg.
Los huesos de Bos taurus muestran una representación esqueletaria completa con énfasis en la utilización del cuarto trasero, el de mayor rinde de carne; de esos restos surge el MNI de nueve, mientras que para cuarto delantero es sólo de tres. Los huesos de Ovis aries muestran una representación esqueletaria muy completa, tanto para los animales adultos como para los juveniles, lo que hace suponer que hubo entrada del animal entero para su consumo.
Es llamativo el alto consumo de Gallus gallus, el mayor que hemos registrado al presente en la ciudad de Buenos Aires y si bien era habitual la existencia de gallineros en los conventos, es posible pero en este caso no hay prueba concreta alguna. Los dieciocho ejemplares detectados permitieron entender que la raza de este plumífero correspondía a la introducida por los españoles, es decir un animal más pequeño que los actuales (Rhode island o Leghorn por ejemplo), que aún perdura en la llamada «raza criolla», siendo un animal más pequeño que los caseros de hoy. La iconografía para mediados del siglo XIX (Luna, Amigo y Giunta 1999:137; Del Carril 1964) nos muestra gallinas, gallos y pollos que pertenecen a ese tipo. Además, entre el material hay evidencia de una raza más pequeña aún: presumo que se trataba de las llamadas en su tiempo gallinas «pigmeas», que incluso aún hoy se ven en algunos gallineros rurales. Para identificarlas centramos la observación en los fémures, pues es un hueso que permite ver, por su tamaño y crestas de inserción de tendones y músculos, si es un animal grande o chico y si es adulto. Tratar de diferenciar pollos o gallinas con este panorama es dificultoso y lo más convenientes es utilizar un criterio de tamaño; hay nueve ejemplares de los que llamamos «chicos» y nueve de los «grandes». La presencia de pato y pavo es discreta, en cuanto a Nothura maculosa el consumo fue moderado; esta ave de caza debió ser comprada en el mercado donde no era barata si la comparamos con la carne vacuna. La presencia de Columba livia es interesante ya que nunca la habíamos hallado en Buenos Aires pese a que sabemos que sí era alimento habitual por su recuerrencia en los libros y descripciones históricas. En cuanto a un posible animal doméstico sólo hay dos falanges que presentan un problema de identificación ya que la literatura especializada no diferencia las falanges entre Canis familiaies y Felis catus (Hillson 1992:54), esto es interesante ya que la Orden no permitía a las monjas tener animales domésticos (Braccio com. pers.). La cantidad de peces si bien es alta, al compararlo con otro pozo de basura perteneciente a una comunidad católica ya excavada es decididamente menor (Schávelzon y Silveira 1998); esto refuerza la hipótesis del basurero secundario, puesto que la expectativa era de mayor cantidad de restos de peces debido a las muchas limitaciones al comer carnes rojas imperantes en los conventos.
La cantidad de restos asignados a Mammalia (predominan en el conjunto) dan un total de 1240 fragmentos, los cuales en un 90.10 % están conformados por costillas, vértebras y diáfisis. La fragmentación probablemente fue hecha en la cocina, pero imposibilitó su clasificación a un nivel taxonómico más preciso, en particular las costillas y vértebras, de baja resolución.
Finalmente hay que mencionar que hallamos el uso de huesos para la elaboración de instrumentos óseos. Hay quince instrumentos con evidencias de utilización: siete punzones y ocho agujas para tejer. Por lo menos un caso, un punzón muy bien formatizado, fue realizado sobre una espina dorsal de un siluriforme grande, el resto fue realizado en huesos de pescados. También hay un fragmento de hueso delgado de unos 4 cm de longitud por 2 cm de ancho que tiene una perforación bicónica como si se hubiera utilizado como colgante.
Algunas observaciones sobre el contenido del pozo
Hemos dicho anteriormente que el pozo era usado como letrina pero que, como hipótesis establecida, allí se arriojaba diariamente tierra proveniente de otros sitio. Y que esa tierra traía consigo restos de diverso tipo. Esto sería lo que habitualmente definimos como basurero secundario, lo que no es óbice para que en el pozo mismo se arrojaran objetos. Quizás las bacinicas sea un buen ejemplo de cosas que allí fueron a parar directamente. La diferencia entre el plato de mayólica francesa hallado casi íntegro y los demás fragmentos que no coinciden entre sí, sea ejemplo de este proceso.
Un punto a considerar para ésto es la densidad de hallazgos: si consideramos que de acuerdo a las dimensiones del pozo excavado del que se ha extraido sedimento hasta 3,60 metros, tenemos unos 14 metros cúbicos, esto nos da una densidad de hallazgos de unos 200 fragmentos óseos por metro cúbico. Recordemos que un basurero primario puede llegar a tener un promedio de 1000 o más fragmentos óseos, como ya hemos apreciado en otros sitios (Schávelzon y Silveira 1998, 2001). Tampoco se han observado restos orgánicos adheridos a los huesos (lípidos) y en sólo cuatro hubo resultado positivo (prueba con agua oxigenada 20 vols.) sobre un total de 1932 huesos examinados.
Otro punto es a quién del convento adjudicamos los restos analizados, si es que esto es posible. Los datos testimoniales, por lo menos los de Torres Briceño, nos hablan de cómo se debía conducir la vida monacal futura allí, pues escribió en 1723 «que todas las monjas hagan vida común y coman en el Refectorio salvo las enfermas impedidas o que tengan licencia de la prelada» (Udaondo 1945:11). Pero una cosa es lo que ordenó y otra lo que pudo suceder en realidad años más tarde. En verdad no tenemos elementos testimoniales que hablen de la comida en el convento o cómo y quiénes se sentaban a la mesa, pero dada las jeraquías establecidas nuestra hipótesis es que hubo mesas distintas (es decir vajillas, no necesaramiente muebles), las monjas de velo por un lado, el resto por otro, incluyendo las que estaban en la cocina y las encargadas del servicio de mesa; no sabemos si a su vez había comidas y preparaciones diferenciadas. Considerando así las cosas tenemos a través de los restos óseos una conducta de consumo correspondiente a un grupo que entendemos como: «una colectividad cuyos miembros muestran creencias comunes, valores, actitudes, estandares de conducta, así como también símbolos que representan al grupo» (Henry 1991:36). En nuestro caso la colectividad son las monjas de un convento que habrían tenido una diversidad de alimentos, de carnes rojas en primer término con vacuno y cordero, con un alto consumo de aves de corral, -el mayor que hemos detectado en Buenos Aires-, y algunas de caza, como quizás también de paloma y hay alto consumo de peces.
En cuanto a la preparación de comidas hay evidencia de largos hervidos de carne vacuna, esto por los huesos desoldados como las cabezas de fémur y las tapas de vértebras. También hay tapas de vértebras de ovino, lo que indicaría que con esa carne se habrían hecho cocidos o pucheros. Un dato histórico está en la carta que la priora remitió al arzobispo de Charcas por la irrupción de las tropas inglesas en 1807; apoya lo anterior cuando dice que “se dispuso un puchero para alimentarnos esa noche, en particular para dos de mis hijas que por sus enfermedades se hallaban moribundas» (Udaondo 1945:63). Las cáscaras de huevos, además de su ingesta directa, sugieren la preparación de comidas más elaboradas o la elaboración de pasteles. El carozo de durazno apunta a los postres. En cambio resulta extraña que haya valvas oceánicas, no tenemos explicación ya que los fragmentos no tienen ningún signo de haber sido utilizados para algún uso. Quizá las piezas nacaradas intervinieron en algún bordado, pero la valva de la familia Gaianartidae es una presencia insólita.
En resumen, esta conducta alimentaria corresponde a un grupo de la clase media alta de Buenos Aires, tal como se ha definido para la época (Moreno 1965) y a una órden religiosa donde los votos de pobreza no se habrían extendido a la comida.
Respecto al instrumental óseo hallado es llamativa la cantidad, aunque no es un caso excepcional pues los hubo en la excavación de la Casa Ezcurra (Silveira MS) e incluso en casa aristocráticas de fines del siglo XIX como la de los Alfaro en San Isidro. En el caso de Santa Catalina el uso parece destinado a los bordados y tejidos. Hay datos testimoniales que las monjas realizaban trabajos de esa índole en el siglo XVIII: «En el año de 1755 las Monjas Catalinas bordaron el Real Estandarte de la Villa de Luján, con la que ésta se juró, y tuvo la gloria de flamear en el combate de Perdriel contra los ingleses» (Udaondo 1945).
En este análisis de material óseo se ha seguido la metodología y marco teórico que hemos utilizado y explicitado en trabajos anteriores (Silveira y Fernández 1978, Silveira y Lanza 1998 y 1999, Henry 1991) y se ha prestado particular atención a los procesos tafonómicos, aspecto que debe preceder al estudio zooarqueológico (Landon 1996, Bernáldez 2001). Al respecto se observa en primer lugar que se trata de un pozo sellado a partir del inicio del siglo XIX y si bien es posible que hayan habido pequeñas acciones posteriores, no hemos comprobado su existencia más allá de algunos azulejos encontrados en el estrato superior. Si esto es así podemos concluir que el pozo estuvo al menos exento de los fuertes procesos postdeposicionales tan comunes en los sitios de la ciudad de Buenos Aires (edificaciones, paso de cañerías, rellenos recientes). En cuanto a procesos táficos no parecen haber tenido incidencia ya que sólo el 4.10 % del material presentaba síntomas de ese ataque, contra un 94.60 % en buen estado de conservación, el restante 1.30 % eran huesos quemados y/o calcinados. La conclusión es que los procesos tafonómicos no habrían alterado significativamente al material, más aún, pocas veces se ha observado en Buenos Aires un porcentaje tan alto de buena conservación ósea.
Los esclavos del convento
En la excavación hay muy pocos objetos que pudieran ser atribuidos a la población esclava del convento. Es cierto que no es fácil esta atribución y sabemos que no siempre éstos utilizaron objetos diferentes a los de la población blanca o criolla (Schávelzon 2003). Pero sí se halló una pequeña pipa, un candelero y algunos fragmentos de cerámica de posible, aunque discutible, producción o uso Afro. Sí sabemos que la Orden tenía esclavos aunque éstos vivían en un edificio en la manzana de enfrente y por ende es posible que, por esa misma razón, la basura generada por ellos quedara en otro sitio, y aunque desconocemos que funciones cumplían dentro y fuera del convento, debían ser los encargados de arrojar la tierra para llenar la letrina. La pipa hallada es del tipo que se ha identificado como muy usadas por la esclavos africanos o afro-argentinos y en especial por las mujeres negras.
Dentro del conjunto sabemos por varios documentos que existía “una sala o capilla pa. Entterar los esclavos de 15 ½ va. de largo y 5 de ancho” a un lado de la iglesia propiamente dicha (Millé 1955-II:261); entendemos que debe tratarse del espacio longitudinal en el exterior sur de la iglesia, el que luego sirvió de sacristía. Ahora se entra a él desde el pórtico y tiene en total el doble de esa medida original. Es la primera vez que encontramos en la ciudad una capilla para enterrar esclavos en el conjunto mismo, como una construcción específica y no simplemente en el cementerio, quizás eso se deba a que en los inicios no se disponía de esos terrenos por los conflictos con Narbona y lo resolvieron de esta manera; en la Catedral de Córdoba –también proyecto de Blanqui-, se produce una situación semejante con una alargada “capilla de negros” ubicada en el mismo lado de la nave que esta. Otro documento de 1753 describe el sitio: “En dicha iglesia al lado de la parte sud se halla un salón, o capilla qe. Sirve para enterrar los esclavos del Monasterio, largo 16 vs. Ancho 5, de boveda” (1955-II:268).
Respecto a la casa en que posiblemente vivían los esclavos tenemos un descripción de 1753; era una casa propiedad de Narbona y cuya tasación fue hecha por Antonio Masella:
“1: Corredor al oestte, con ocho pilares seis diviciones con puerttas para vivir negros ancho 4 vs ynclussa la pared.
1: Sala con 20 vs de largo y 6 ½ de ancho
1: Cozina de 10 vs y 6 ½ de ancho, con un Pasadizo en medio para el segundo patio, ttodo ttexado y bienecho.
1: Sala de 10 vs de largo y 6 de ancho, y un pedazo qe. Hay edificado para empezar una Sala
Esta segunda casa ttoda de barro y ladrillo exzepto arcos, ventanas, puerttas y cornizas que son de cal y la cornissa de 5: ladrillos” (Millé 1954:265).
Esta descripción es interesante ya que muestra un edificio del siglo XVIII con un área para los esclavos al frente, pero la duda que nos queda de esta lectura es si esos eran los esclavos que usaba Narbona en la obra solamente y si siguió así para la Orden por más tiempo. Los testimonios escritos dicen que Torres Briceño compró el 8 de abril de 1724, en el Real Asiento de Negros de Inglaterra, ocho negros y tres negras, de los cuales seis eran para el monasterio (Udaondo 1945:129). Estos africanos esclavizados aparecen en el testamento de Torres Briceño pero no se les dá destino, por lo menos en el ítem 23 del mismo (Millé 1955:103). A la muerte de este quedaron a disposición del albacea, el que en principio parece querer venderlos, aspecto que no parece concretarse pues en 1737 por lo menos dos están trabajando como albañiles en la construcción del convento.
Los hallazgos en las zanjas y celdas
El trabajo de supervisión de la excavación de zanjas en diferentes zonas del conjunto sólo fue una operación de rescate de lo que se iba hallando a medida que se excavaba para las cañerías, la extensión de cerca de 250 metros, su gran profundidad (hasta dos y medio metros) y la riqueza del terreno, dieron información significativa. El perfil estratigráfico básico, repetido en casi todo el terreno interno del edificio y su claustro, se encuadra en una secuencia de eventos que se producen entre los 75 y 120 cm de profundidad hasta llegar a la tosca, tierra natural intocada, de gran contenido de arcilla y previa a toda ocupación humana del terreno. Sobre la tosca original hay una capa de tierra negra, el antiguo humus, que presenta restos de ocupación: algunos huesos de animales, cerámicas y escombro; pero generalmente está limpia, lo que corresponde bien a la documentación histórica que indica que el sitio casi no estaba ocupado y por eso sirvió para una obra de estas dimensiones. La única referencia que tenemos sobre construcciones previas es una que cita “una casita” en el sitio donde luego se construyó la iglesia (Peña 1910-IV:436). Sobre ese nivel el constructor colocó una capa de polvo de ladrillo, de unos 2 cm de espesor. Esto, que en los perfiles parece un piso antiguo, es una técnica constructiva muy hábil para emparejar el suelo, afirmarlo y aislar la humedad. Sobre esta capa se colocó otra de unos 30 cm de espesor de tosca usada como relleno, limpia de restos culturales y que fue una gran operación de nivelación del terreno, digna de ser tomada en cuenta por el volumen que significó hacerlo en media manzana. Encima de ésta se colocó una nueva capa de polvo de ladrillo de dos centímetros y de allí para arriba tenemos los rellenos y evidencias de uso desde el siglo XVIII a la actualidad; este nivel superior habitualmente está totalmente alterado por las obras de la década de 1970. El esquema se repite con variedades en todas las áreas excavadas.
Las zanjas hechas en los terrenos exteriores al claustro el perfil estratigráfico es diferente: no hay los niveles de polvo de ladrillo ni la tosca revuelta superior. Es evidente que Narbona sólo niveló e impermeabilizó las zonas de los dos claustros y no lo que iba a estar destinado a huerta o cementerio. En este caso, al hacerse el bloque que iba hacia la calle Reconquista en 1808, se colocaron dos capas de tierra con escombro para lograr el nivel del terreno deseado, 80 cm arriba del humus original.
Las hechas en el patio del claustro permitieron hallar, además de evidencias constructivas de los sectores ya destruidos, una cantidad de objetos relacionados con la vida doméstica del convento formando tres tipos de conjuntos: el de lo usado como parte de la decoración del jardín mismo, el de lo posiblemente extraviado y lo que fue enterrado como basura o con otros propósitos. En primer lugar lo utilizado como macetas, maceteros y canteros ha sido de una variedad inusitada; todo sirvió para eso. Un conjunto que llamó la atención por su antigüedad es el de dos grandes tinajas de manufactura hispano-americana, pintadas de rojo en la tradición indígena y con decoración en blanco, que fueron halladas rotas en grandes fragmentos con tierra en su interior; se trata de objetos muy antiguos para la ciudad que quizás formaron parte de la decoración inicial del jardín. Con los años es evidente que fueron reemplazados por otros maceteros, también de cerámica, que se fueron rompiendo cada vez hasta llegar a las macetas modernas. La variedad de este tipo de recipientes es grande y muestra que eran importantes para las monjas.
Entre los envases de vidrio hubo un cantero formado por veintisiete botellas enteras clavadas de punta –y cientos de fragmentos-; la mitad de ellas eran de agua mineral usada hacia 1900 cuyo nombre era Krondorf (envasada por Julio Kristufer), y la otra mitad de licor Bitterquelle, envasado por quien usaba el nombre heróico de Hunyadi Janos en Saxlehners. Hubo frascos de productos farmacéuticos del siglo XIX tardío y de todo el siglo XX de proveniencia de farnacias locales cuya enumeración resulta extensa. De lo posiblemente perdido en el jardín hay de todo: desde bolitas de vidrio hasta monedas, cadenitas, caireles y adornos que debieron ir a parar al barro de días de lluvia. Y de lo enterrado uno puede preguntarse que sentido tiene que en el patio de un claustro se entierren objetos: es difícil de explicar pero son cientos los objetos hallados entre marmitas de hierro de tres patas que aún están en buen estado por lo que deben haberse descartado aún en servicio, fragmentos de platos, vasos, botellas y frascos, huesos, azulejos, materiales de construcción, candelabros y una lista casi interminable. Hay que destacar un manija de macetero de mesa de hierro fundido de gran tamaño y peso con la imagen de un macho cabrío, que seguramente fue parte de alguna ceremonia de exorcismo.
La presencia de las marmitas de hierro y una olla de cobre halladas de esta forma por primera vez en la ciudad, llama la atención. Su utilización está documentada desde los primeros tiempos donde entre los bienes heredados al fallecer Narbona figuraban “dos ollas de fierro y un tacho” y “una olla de fierro grande, otra chica, un tacho grande de cobre, dos chicos, dos calderas” (Millé 1955:270). Que las monjas enterraron objetos lo tenemos descripto cuando lo hicieron para evitar el saqueo de los objetos sagrados por los ingleses, donde también se salvaron “los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado” (Udaondo 1945:58).
Una ventana a la vida cotidiana en el convento
Ahora nos podemos hacer algunas preguntas acerca de la vida cotidiana en ese mundo cuasi cerrado del convento, pero donde pareciera que en su interior se reproducía con virtudes y defectos, el exterior. Por suerte hay bibliografía sobre el ingreso de las monjas al convento (Fraschina 1998) e imágenes de su vida cotidiana (Braccio 1999, 2000). Creemos que la arqueología histórica puede acrecarnos desde un punto de vista diferente al documental, a la calidad de vida que tenía este grupo de mujeres “casadas con Dios”.
En primer lugar debemos tener en cuenta que dentro del convento las jerarquías eran muy estrictas: esas monjas –las de velo negro sin duda y las de velo blanco en su mayoría- eran de clase alta, al parecer entre muy alta y media, luego las donadas y obviamente las esclavas seguían hacia abajo en el órden vertical. Pero las de velo negro eran la mayoría ya que por cada siete de ellas había una de blanco; es decir que las de bajos recursos eran pocas, y por supuesto entendemos que no eran realmente pobres, esas eran las otras dos categorías aun más bajas. Los requisitos de ingreso (limpieza de sangre, dote de hasta $ 2000 y legitimidad de nacimiento) hacían que ingresara un grupo selecto; en esto radicaba la diferencia con el otro convento del siglo XVIII de Buenos Aires, las capuchinas, pensado desde su origen para mujeres de menores recursos. Incluso el mandato fundacional de recibir un cierto número de huérfanas o mujeres pobres nunca se cumplió; sí hubo alguna “parda” entre las de blanco, pero eran casos esporádicos. Es decir, se trataba en la mayor parte de mujeres que habían tenido un buen nivel de vida fuera del convento y que no por enclaustrarse perdían el sustento y las relaciones familiares. Estas monjas, si bien hacían votos de pobreza, eran dominicas y no franciscanas: la diferencia entre esas órdenes estaba en que una centraba su función terrena en el estudio de la Verdad y de Dios, mientras que las otras en la práctica de la pobreza y el ayuno, lo que no era lo mismo.
¿Cuáles son los límites entre los votos de pobreza de una órden y otra, o con el mundo exterior?, por cierto que no lo sabemos, pero la excavación de otro pozo de basura, el de los padres de Santo Domingo, mostró que no eran precisamente pobres al compararlos con hallazgos en casas de familias de clase alta en la ciudad (Schávelzon y Silveira 1998; Schávelzon 1999); quizas comían diferente –en especial grandes dosis de pescado-, pero su selección de carnes rojas era variada y apetitosa. Aquí parece haber pasado lo mismo: una selección variada, gastronómicamente apetitosa, de mucha volatería y pesca. El estudio de los materiales no óseos hallados en el pozo de la letrina muestra que los objetos eran muy sencillos en su enorme mayoría, de los más modestos que había en la ciudad. Es cierto que hubo un plato de mayólica francesa y otro español del tipo Reflejo Dorado usado por la nobleza habitualmente, pero formaban un porcentaje en extremo reducido del total de fragmentos signados por lo simple y rústico; por supuesto puede ser que los objetos caros fueran para servir a la Superiora o a los padres visitantes. Pero lo que sí podemos decir es que lo visto en la vajilla es modesto, simple y en proporciones más cercanas a la sociedad pobre que a la rica en la ciudad según lo que hemos aprendido hasta la fecha. Lo mismo sucede con los instrumentos de costura, ya que fabricaron instrumentos con huesos de descarte en lugar de comprarlos hechos: ¿quiénes usaban esos objetos?, ¿eran para los niveles inferiores o para todas?
Esto nos lleva a preguntas más amplias: ¿los votos de pobreza eran para la vida cotidiana pero no para el edificio y la comida?, ¿la tenencia de donadas y esclavos era coherente con esa contradicción?, ¿tenían una excelente biblioteca pero usaban calzado de cuero crudo sobre madera? Creemos que todo esto no es contradictorio: la Orden no era pobre, por el contrario, era muy rica en propiedades, bienes, esclavos y dinero usado para préstamos e hipotecas aunque a veces tuvieron problemas financieros; las monjas en su vida material sí tenían una vida sencilla aunque comían bien en un edificio magnífico. En resumen: los votos de pobreza lo hacían las monjas, no la Orden.
¿Cambió esta actitud en el tiempo? No lo sabemos: si lo hallado en los patios es indicador, en su mayor parte, de tiempos posteriores a la letrina, parecería que la endeble rigidez del siglo XVIII se fue aflojando en la segunda mitad del siglo XIX. La sociedad de consumo entró al convento en forma de docenas de frascos de productos farmacéuticos adquiridos en el comercio, de tocador, botellas de agua mineral y de licores suaves en cantidades tan grandes que hasta se usaron para hacer canteros, e incluso algunas botellas de cerveza y ginebra. Por supuesto esas botellas pudieron usarse para cualquier otra cosa, pero las había en tanta cantidad que las descartaron enteras y eso sí era un actitud suntuaria en un mundo en el que aún no se desechaba una botella; ésto no es diferente de los braseros y ollas enterrados. Finalmente esta investigación ha aportado conocimientos acerca de: 1) Las instalaciones sanitarias del siglo XVIII para una institución religiosa; 2) Detalles de la prepación de cimientos y contrapisos al igual que las grandes operaciones de nivelación; 3) Identificación de instrumental óseo, punzones y agujas para tareas domésticas hechos sobre huesos de peces y otros animales; 4) Hábitos alimenticios y hábitos de cultura material, donde las decisiones no estaban determinadas por opciones económicas o de mercado, sino de jerarquía y por normas establecidas por la Orden; 5) Entender que los lujos no necesariamente se dan en la vajilla, un marcador tradicional en la arqueología, sino en otros espacios sociales: la arquitectura, la biblioteca, las joyas de los altares, los alimentos o el poder de la Orden en el funcionamiento de la sociedad porteña.
En síntesis, el interjuego entre riqueza y pobreza, entre adentro y afuera, entre poder y representación, es quizás lo más interesante que podemos observar en este microcosmos porteño. Y si bien la excavación no fue lo suficientemente amplia ni sistemática para dar un cuadro más acabado para cada época, nos permitió asomarnos hacia ese fascinante mundo que durante tanto tiempo permaneció cerrado a la vez que hacer un rescate patrimonial que resultó significativo.
Agradecimientos
Las excavaciones y estudios fueron hechas por los autores con la colaboración de Guillermo Paez, Patricia Frazzi, Luis Eastman, Andrea Caula, Silvia Alvarez, Claudia Calcedo y Matilde Montes. Agradecemo al padre Rafael Braun director del convento; a los arquitectos Marcelo Magadán, Eduardo Ellis y Felipe Solari, a todas las organizadoras de Casa FOA, a Virginia Agote y Graciela Braccio por sus opinioines. Y a todos los que colaboraron en la excavación y estudio de este convento. Actualmente hay un Museo en el sitio donde se exhibe lo hallado. La restauración y fichado de los materiales fue realizado bajo la dirección de Patricia Frazzi.
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