«Una experiencia urbana: rescate arqueológico en la vereda de la iglesia de San Miguel, Buenos Aires»
El artículo «Una experiencia urbana: rescate arqueológico en la vereda de la iglesia de San Miguel, Buenos Aires» realizado por Daniel Schávelzon es un informe inédito desarrollado para el Centro de Arqueología Urbana (FADU – UBA), el 17 de diciembre de 2009, Buenos Aires.
La arqueología de rescate, como se la ha llamado, siempre ha sido el patito feo de la arqueología como ciencia. Pero en el mundo moderno ha crecido y seguirá creciendo cada día más, en la medida en que los procesos de urbanización y de alteración de zonas rurales es cada vez más rápida y de envergadura. Y obviamente no hay ley posible para detener este proceso, ni aquí ni en lugar alguna del mundo. Es cierto que algunos países de alto desarrollo han logrado manejar el problema con buen grado de calidad, pero a costos y tradiciones políticas impensables para nosotros. En Buenos Aires hacemos lo mejor que podemos, y eso es ya todo un logro. Por supuesto, la gran pregunta que nos hemos hecho tantas veces acerca del valor en términos científicos de estas acciones de rescate, sigue vigente; pero creo que la arqueología urbana ya ha respondido extensamente a través de resultados concretos, visibles y reconocidos por la comunidad; tan obvio que ni siquiera es necesario hacer largas bibliografías.
Un caso que nos ha parecido sintomático por reunir todos los defectos y cualidades de la arqueología de rescate, es decir la no universitaria o de instituciones científicas, sino en la que el profesional actúa como un bombero –y actividad claramente municipal-, ante denuncias sobre la destrucción de sitios o contextos arqueológicos, es la de la fachada de la iglesia de San Miguel, en la calle Bartolomé Mitre 886 de Buenos Aires.
La importancia arqueológica de ese sitio lo conocíamos desde que en 1996 se hicieron las primeras excavaciones en lo que fueran sus terrenos, la actual plaza Roberto Arlt. Allí se encontraron los restos de un cementerio que la Hermandad dedicaba a quienes no tenían acceso a un entierro en el suelo consagrado en las iglesias, por diferentes motivos, aunque básicamente por pobreza absoluta (habitualmente esclavos), abjurados, sentenciados a muerte o excomulgados. Lo que se hizo fue un trabajo arqueológico de envergadura con buenos resultados pese a la destrucción del lugar, ya que allí funcionó más tarde y por más de un siglo la Asistencia Pública, antes un hospital de mujeres y varios otros edificios que se hicieron y demolieron sucesivamente1.
Pero nunca se había logrado intervenir en otros sectores de la iglesia; en el interior por tener una enorme cripta que había destruido el subsuelo, en el frente –donde estuvo el atrio, porque hoy es la vereda de la calle. Y jamás nadie puede imaginar excavar una vereda, o que hubiese algo debajo de ella, sobreviviendo a las constantes aperturas para pasar caño tras caño. Más aun en este caso en que el frente de la iglesia no es el original, sino que fue totalmente rehecha a pedido de De Andrea, por el arquitecto italiano César Augusto Ferrari entre 1912 y 1918; el interior lo rehicieron completo también, entre 1917 y 1922. Por lo que hemos visto, se usó la fachada original para colocarle encima esculturas y adornos, frisos y columnas, por lo que bien se podría regresar al estado original sin gran esfuerzo y sin pérdida patrimonial alguna ya que los ornamentos pueden guardarse.
En 1727, Juan Guillermo González y Aragón fundó la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, para asistir a los pobres de la ciudad en la enfermedad y en la muerte; recordemos que quien no podía pagar no tenía asistencia de ningún tipo, ni siquiera entierro. En 1733 la Hermandad compró la manzana que hoy ocupa la iglesia y construyó un primer y modesto templo, en el cual y en su altar mayor se ubicó una imagen de Nuestra Señora de los Remedios traída desde España. En la misma manzana funcionaron el cementerio, el Hospital de San Miguel y el Colegio de Huérfanas. En 1768 reedificó la iglesia, la que se inauguró diez años más tarde con una nave central, capillas laterales y cúpula sobre el altar. Su sencillez original es la que fue alterada por iniciativa de Monseñor De Andrea. En la fachada principal, redecorada con un basamento de granito, pares de columnas, cruces y ornamentos en relieve y frisos con mosaicos, se destaca su torre que se conserva sin mayores cambios. El interior fue muy modificado al grado que sólo se conservaron algunas de las imágenes religiosas originales. Ferrari creó con su pintura un falso ábside, con media cúpula y un recubrimiento interno de yeso sobre el que pintó una arquitectura ilusionista con varias notables escenas bíblicas. En el vestíbulo, menos alterado, aun se aprecian los pilares de mampostería y puertas originales. El cupulín original de la torre fue destruido en 1998 y los azulejos vendidos a coleccionistas o destruidos.
Esta iglesia ha estado en los medios de comunicación en los últimos años, primero por el escándalo que significó que se dejaran destruir los murales de Ferrari en el interior para pintarlos encima de blanco en 1994, ya que el cura no le gustaban los desnudos, cosa que no se oía desde que taparon los de Miguel Angel en Roma. Pero eso quedó en la mitad, abandonado y cubierto de lonas, lo que fue todo aun peor2. Luego, por un intento de negocio turbio para hacer un pequeño shopping demoliendo la Casa Parroquial y dándole entrada, o salida, desde la plaza, para colocar allí el restorán aprovechando el espacio público, aunque es cierto que ese sector de la plaza está en un tétrico estado de abandono. El proyecto fue firmado e impulsado por el padre Zamboni, por la curia metropolitana a través de quien luego sería arzobispo de la ciudad y la empresa Poli S. A. El escándalo fue tal que terminaron dejándolo de lado, cambiando al párroco por Carlos M. Kless, aunque no haciendo nada para evitar el derrumbe de la antigua Casa Parroquial que ya estaba caída en su interior por haberle tapado con cemento los pluviales de la terraza. Nadie había entendido que era parte del Monumento Nacional y que además una de la pocas obras en pie de los hermanos Canale; por lo tanto era también significativa para la historia urbana, además de que fue usada por monseñor De Andrea entre muchos otros3. El cierre de la iglesia se hizo con una tremenda fiesta en la cripta, organizada por los boy scouts, cuya música y vibraciones parece que causaron más daños que un siglo de colectivos pasando por la puerta.
Todo siguió en el abandono por un par de años más, incluido el interior de la iglesia, presa del saqueo desmedido, hasta que la Dirección Nacional de Arquitectura llamó a licitación para hacer obras, si bien de restauración, en realidad eso era nada más que para la fachada mientras que en la casa Cural se demolió lo que quedaba, ya muy poco, con destino ahora incierto. Lo concreto es que ella ya no existe y buena parte del patrimonio de esa iglesia ha desaparecido4.
El rescate arqueológico
En el mes de agosto de 2005 recibimos por información personal de uno de los miembros de la empresa ganadora de la licitación para el arreglo de la fachada, una persona responsable e interesada por que las cosas se hagan de la mejor manera posible, que se estaban encontrando huesos humanos en la remodelación de la vereda en todo su ancho y largo. Y nos invitó a ver que sucedía. Ello motivó una acción de rescate de un único día de trabajo, ya que la misma Dirección Nacional de Arquitectura desautorizó el rescate y ordenó la perentoria terminación de las veredas, aunque todo lo que estaba a la vista se destruyera, incluso llegando a los insultos y amenazas. Típica obra de rescate arqueológico en Buenos Aires en que si un organismo había dado su autorización, los demás no lo reconocían5, por lo que los trámites llevan años de espera, para una operación que debía hacerse ese día o nunca jamás.
Los trabajos arqueológicos que se pudieron hacer fueron tres, coincidentes con los lugares en que los baldosones de la vereda aun no estaban colocados, que en el plano se numeran en el orden que se actuó.
El primer sector estaba al pie de la escalera de mármol de acceso desde la calle, midiendo poco más de un metro de lado; en esta cuadrícula se logró encontrar dos pisos antiguos superpuestos, de ladrillos, del atrio original. Si bien ambos pisos los ubicamos en el siglo XVIII, no fue posible entender bien el porqué de la secuencia, aunque creo que se trata de una escalera original que fue desarmada para la actual aunque pese a que el inferior está sólo a 15 cm del piso actual, es anterior a las obras de la iglesia, mientras que el piso superior, que pasa por debajo de los escalones de mármol, si era el que estaba en uso después de inaugurado este gran conjunto religioso. La vereda fue colocada directamente sobre ese enladrillado antiguo que bien hubiera podido quedar a la vista. En total se profundizó 70 centímetros desde el piso actual. El único objeto material fue un clavo de perfil cuadrado ubicado entre ambos pisos.
Como era de suponer había entre la tierra revuelta, huesos humanos (Homo sapiens), una epífisis proximal del radio de un cuerpo adulto. También se hallaron cuatro vértebras de pescados, un fragmento proximal de una costilla de Bos taurus, y cinco fragmentos de huesos de mamífero grande y tres de mediano tamaño, no identificables.
El segundo sector excavado fue en medio de la vereda de la calle Bartolomé Mitre, donde estaban a la vista de quienes estaban colocando las baldosas, huesos humanos mezclados con cerámicas del siglo XVIII y que fue el hallazgo inicial que produjo el rescate. Allí se logró recuperar dos restos de Homo sapiens, la mitad de una mandíbula izquierda con parte frontal sin dentición aunque en buen estado y otro de pelvis. De restos vacunos habían dos huesos de Bos Taurus: una rótula de animal adulto y la parte proximal de una costilla; de mamíferos grandes indeterminados, aunque también seguramente vacunos, habían 44 fragmentos en buen estado y once erosionados, 25 astillas no identificables y siete fragmentos de un mamífero mediano. En total son 71 huesos animales.
En esta pequeña excavación, de quince centímetros de profundidad, se logró además recuperar, en contexto con los huesos, diez mayólicas españolas tipo Triana provenientes de dos platos, un fragmento de Alcora, varias tejas y carbón vegetal. Esto fue útil para ubicar en el tiempo el contexto que estábamos encontrando en la mitad del siglo XVIII.
El tercer sitio resultó ser, al inicio de la remoción de la vereda, un amontonamiento de ladrillos rotos, que eran necesarios de retirar para poner el contrapiso nuevo; lo interesante fue que incluso a simple vista eran ladrillos antiguos, los que al ser limpiados con cuidado mostraron estar tapando la boca circular de un aljibe. Después de abrirlo vimos que estaba hecho de ladrillos de 40 cm de largo por 20 de ancho, bien colocados, cubiertos por una bovedilla ya rota por un caño de Obras Sanitarias moderno. Se logró profundizar hasta los dos metros, momento en que debió suspenderse el trabajo para que el pozo fuera rellenado con cemento a presión. El pozo es a toda vista anterior a la fachada actual, ya que el revestimiento de granito rojo pasa por encima de éste.
La posibilidad de dejarlo a la vista, una vez excavado, cubierto por un vidrio, ni siquiera fue escuchada, pese a que era la primera vez que se encontraba un aljibe en un atrio de una iglesia en todo Buenos Aires; es más, parecería que en todo el país. Esta actividad, es decir un aljibe de calidad revestido de ladrillos, en una atrio del siglo XVIII, revela una función de estos espacios sobre la cual no teníamos ni idea, en una ciudad en la cual el acceso al agua de calidad estaba vedada a los sectores más ricos de la ciudad que tenían aljibes, pozos de balde hasta la napa como era éste o pagaban a los aguateros.
La excavación no fue posible hacerla con zaranda sino con simple separación visual de lo que se encontraba, y lo que fue rescatado corresponde a huesos de Homo sapiens: un molar y un premolar de un individuo adulto en buen estado, la diáfisis del radio de un adulto ligeramente erosionado y un fragmento de una vértebra de adulto en buen estado. Era evidente que la tierra usada para el relleno del pozo provenía de excavar en el atrio mismo, destruyendo tumbas preexistentes. También había la tradicional presencia de restos óseos de animales, en especial vacunos (Bos taurus), con un primer molar derecho de mandíbula en buen estado, de animal adulto. Otros huesos pertenecían a un mamífero no determinado grande (Mammalia) seguramente también vacuno, pero es imposible aseverarlo; incluso alguna astilla puede ser humana. En total hubo otros 26 fragmentos de diáfisis, uno de hueso plano y astillas indeterminables.
En el interior del pozo se halló además dos clavos cuadrados, tres fragmentos de un mismo plato de loza tipo de finales del siglo XVIII tipo Creamware inglesa, una cerámica seguramente proveniente de Mendoza tipo Carrascal, una cerámica sin vidriado de tradición indígena, carbón vegetal, parte de una barra de lacre sin uso y materiales de construcción con lo que fue rellenado el pozo: fragmentos de ladrillos, tejas, cal, carbón vegetal, restos de molduras de cal pintadas de blanco –¿la fachada original?- y un fragmento de vidrio plano color blanco.
Conclusiones de la experiencia
El final de la operación fue que se rehizo la vereda, se rescataron los objetos y la información posible en menos de 2 % de la superficie y el resto quedó bajo el contrapiso, incluyendo los restos intactos de la escalera del siglo XVIII, el aljibe fue rellenado de cemento a presión.
La restauración de la iglesia, de alguna manera, sigue pese al tiempo y los años, la casa parroquial desapareció y ha sido casi imposible saber que se hará allí, la fachada ha sido intervenida consolidando aun más la –a mi entender- patética intervención de Ferrari y De Andrea, sin haber pensado siquiera la posibilidad de quitarla y volver al frente colonial. Del patrimonio escultórico, las imágenes y cuadros ahora rasgados y cortados, habrá que restaurar lo que haya sobrevivido a la rapiña, la casa parroquial auténtica ya no existe sea lo que sea que se haga, incluso copiar el frente, la iglesia sigue cerrada para sus fieles y los años siguen pasando.
Es cierto, estamos mezclando trabajo arqueológico con conservación del patrimonio, y eso debería estar mal; pero las instituciones y la ciudad que permiten que las cosas sean de esa manera, también está muy mal, y ese es nuestro contexto de trabajo.
Este es el esfuerzo, quizás solitario, de lo que se pudo rescatar y de la comprobación que aun bajo el suelo urbano, de veredas tan transitadas como la esquina de Suipacha y Bartolomé Mitre, tienen debajo un cementerio del siglo XVIII que se destruye cada vez que alguien pasa un caño o cambia una baldosa.
Referencias
1 La presencia de población afroporteña y de esclavos en ese cementerio ha sido descrita en Daniel Schávelzon, Buenos Aires negra, Emecé, 1999; las excavaciones estuvieron a cargo de Marcelo Weissel y luego de Zunilda Quatrín
2 Las acusaciones fueron de un lado a otro y el cura sostuvo que las goteras del techo habían destruido las pinturas, por lo que recubrirlas era imprescindible; la Comisión Nacional de Monumentos argumentó que la destrucción había sido intencional, dejando que penetre el agua sin hacer nada al respecto, lo que es cierto, esperando que el Estado lo resuelva, y aprovechando la demora para que las pinturas desaparecieran; lo que no se atrasó un minuto fue el proyecto de galería comercial
3 La comprobación de que se trataba de una obra excepcional de los Canale, lo más antiguo por ende de todo el conjunto, provino de la investigación del arq. Alberto de Paula; yo mismo hice el traspaso de la información a la Comisión Nacional con el objeto de detener la destrucción, aunque nada se hizo en ningún organismo.
4 Patrimonio artístico nacional, inventario de bienes muebles: ciudad de Buenos Aires, vol. I, Academia Nacional de Bellas Artes y Fondo Nacional de las Artes, Buenos Ares, 1998; allí hay un relevamiento exhaustivo de los bienes de esa iglesia
5 Es Monumento Histórico Nacional desde 1983 (Decreto 2.088) por lo que le corresponde su preservación a la Comisión Nacional de Monumentos, a su vez es parte reconocida del patrimonio del Gobierno de la Ciudad, las intervenciones se hacen a través de la Dirección Nacional de Arquitectura, para el Instituto Nacional de Antropología y la Ley Nacional al respecto, basta con hacer fichas declarando los objetos encontrados y el sitio de donde provienen, han logrado evadir toda responsabilidad sobre la protección de los sitios mismos.