Arqueología, historia y literatura: excavaciones en la casa de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato
El artículo titulado “Arqueología, historia y literatura: excavaciones en la casa de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato” realizado por Daniel Schávelzon ha sido una ponencia presentada en el Congreso Nacional de Arqueología Argentina, realizado en la ciudad de Córdoba el día 6 de octubre de 1999. Se incluye una galería de fotografías del edificio demolido, los trabajos de excavación en el predio y el material hallado.
La arqueología histórica, aquí como en el resto del mundo, se caracteriza –entre otras cosas- por la utilización de más de una fuente de datos para construir explicaciones del pasado; habitualmente se trata del registro arqueológico y el documental, pero no siempre es así: a veces es la historia oral, otras el registro iconográfico, otras el planimétrico y/o cartográfico. Sin entrar en la discusión que caracterizó la década de 1960 –en Estados Unidos y otros países de América-, sobre la necesidad de que el tratamiento de los distintos registros sea adecuado a cada cual y que eso merece especial cuidado, o si la arqueología histórica debe usar solamente la historia para construir hipótesis o contrastar resultados, temas ya tan superados que resulta anacrónico regresar a ellos, queremos ver un caso en el cual no sólo entraron todas esas fuentes sino también otra, inesperada: la literaria.
La excavación es la que se hizo junto con Mario Silveira, Mariano Ramos y el equipo del Centro de Arqueología Urbana por invitación dela Dra. Bórmida (PREP) al Gobierno dela Ciudad. Se trata del gran terreno ubicado en H. Yrigoyen 3450 en Buenos Aires, donde se habían iniciado obras de construcción de dos edificios en torre y que se atribuía, sin bases sólidas, al Virrey Liniers. Tanto la memoria colectiva como algunos investigadores que sólo usaron fuentes terciarias escribieron acerca de este virrey y su casa, su familia, su fábrica y desde hace mucho tiempo –luego veremos el motivo- el sitio estaba instalado en la identidad barrial y la memoria de la comunidad. Por supuesto hubo la reciente excepción de un estudio documental adecuado (Rezzónico 1996) pero salvo eso nadie se acordaba qué fue lo que realmente hubo allí.
Esta ponencia intenta describir una parte de la experiencia del trabajo: el contacto con la literatura. Sabemos ahora que, más allá de lo que luego describiremos en cuanto a lo que descubrimos –tanto como arqueología como en la historia del sitio-, el terreno y la casa que allí existieron fueron el lugar protagónico de una novela excepcional en la literatura urbana ya que allí transcurre Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, escrita antes de la demolición de la casona que hubo hasta la década de 1980 (Correa 1971). ¿Qué sucede cuando hacemos la arqueología de un sitio en el cual transcurre algo que nunca transcurrió, como es un hecho literario?, ¿vio Sábato lo mismo que vemos o podríamos ver nosotros?, ¿que hacemos con esa documentación?, ¿es sólo un dato más, y poco fiable acaso?, ¿el rigor metodológico nos obliga a dejarlo de lado?
La historia del predio y la casa
La historia del terreno ha sido remontada a la familia de Mariano del Valle, iniciador de la propiedad de un extenso terreno del cual lo que ahora queda en forma de manzana fue una parte menor; éste heredó a su esposa, luego pasó todo por herencias a la familia López desde 1818; desde allí una larga serie de propietarios se sucedió hasta que en 1868 fue adquirida por Roberto Lange (Rezzónico 1996), quien le daría el primer nombre que conservó la memoria urbana: el Mirador de Lange. Al parecer Lange compró una casa antigua preexistente, de un único nivel y en forma de L, la que amplió y le construyó un mirador. En 1873 los Lange rentaron la casa a la Sociedad de Beneficencia de la cual formaba parte su esposa y allí se instaló el Asilo de Mujeres y Señoritas –también conocido como Asilo de la Decencia y el Trabajo- por dos años, y en 1875 el sitio fue ocupado por el primer Hospital de Niños de la ciudad (Vogliano 1975). Pero el hospital fue trasladado muy rápidamente al centro –Almagro seguía quedando lejos- lo que fue aprovechado por los hermanos Felipe y José Solá para instalar allí el primer Establecimiento Hidroterápico de Buenos Aires (Solá 1875, Zarranz 1995). Tras la muerte de Lange en Zurich en 1889, su viuda loteó el terreno y delimitó la manzana actual en 1894 abriendo la calle Lucero. Los años siguientes fueron de loteos dentro de la manzana y la construcción de agregados a la casa cada vez de menos calidad que fueron transformando el sitio en un conventillo; cuando lo viera Ernesto Sábato en los finales de la década de 1950 ya estaba vetusto, muy abandonado, ocupado por varias familias, cuya arquitectura era la sumatoria inconexa de procesos de cambio en la forma de uso del terreno y del edificio, de las modas ornamentales y de las tecnologías.
Es interesante que, pese a que fue la última quinta del barrio, a que ocupaba un lugar central en la memoria colectiva, a que Sábato dedicara al edificio su novela preeminente figurando desde 1961 en las historias de la literatura argentina (Correa 1971), nadie haya investigado con seriedad repitiendo unos y otros los mismos mitos. Unicamente el citado Rezzónico (1996) estudió la historia anterior a Lange, el resto se mantuvo inconexo pese a que los datos estaban publicados; nadie hilvanó la bibliografía. La memoria colectiva seguía siendo más fuerte que la ciencia.
La excavación y los trabajos de gestión:
Los trabajos de excavación, en realidad fueron planteados como una acción de rescate hecha con pocos recursos y tiempo, y consistió en:
1) Historiar el predio.
2) Excavar los espacios que aún no habían sido destruidos.
3) Reunir información dispersa incluyendo la reubicación de los materiales de las demoliciones hechas en la década pasada.
4) Gestionar la preservación de algunos muros y otros sectores conservados.
5) Proyectar las obras de restauración.
6) Colaborar con los organismos barriales en la difusión de la historia del sitio y en actividades culturales relacionadas.
7) Redacción de los informes y restauración del material para su exhibición.
8) Actuar como nexo entre el Gobierno dela Ciudad,la Legislaturadela Ciudad, el Centro de Arqueología Urbana, el PREP, las entidades barriales y la empresa constructora.
Es cierto que todo esto superaba la acción estrictamente arqueológica pero consideramos que era parte ineludible de la responsabilidad social que la arqueología urbana conlleva. Parte de esta información es accesible al interesado (Schávelzon, Silveira, Ramos y Paez 1998). La ordenanza que obliga a la colocación de una placa indicando la historia del sitio ha sido aprobada al igual que la preservación del muro a la calle y la instalación de un “museo de sitio” a cargo de la empresa en la entrada de una de las torres.
Los sectores excavados fueron definidos en función del área no destruida por la maquinaria o que no estaba cubierta por verdaderos montículos de escombro acumulados por las topadoras a veces con tres metros de altura. Se establecieron varias series de cuadrículas y áreas de excavación en la proximidad a un muro antiguo conservado en el centro del terreno, a la pared a la calle y en lugares que la superficie no tenía grandes escombros. Sin entrar a detallar el proceso de trabajo, básicamente se observó que toda la superficie había sido altamente alterada por la demolición hecha con maquinaria pesada; pese a eso se pudo constatar un estrato con la presencia esporádica de materiales de los finales del siglo XVIII e inicios del XIX, luego una mayor presencia de materiales del siglo XIX medio y tardío, intensificándose hacia los inicios del siglo XX y de allí en adelante. El registro arqueológico indicó que en lo constructivo y en el contexto material el proceso de formación del sitio tenía una cronología que no iba más allá de los finales del siglo XVIII y que la ocupación se fue haciendo más densa a medida que el tiempo pasaba, en coincidencia con la información documental. Y la mayor densidad de materiales y la variedad de éstos con el paso de los años se refleja en que la casa se transformó de unifamiliar en multifamiliar, en asilo, hospital y conventillo.
Lo interesante resultó que la información histórica que teníamos al inicio de los trabajos no coincidía en lo absoluto con lo que fuimos hallando, en especial una pileta cubierta de azulejos blancos con escalera de mármol, la que había sido destruida y rellenada. Este hallazgo lo fechábamos en la segunda mitad del siglo XIX para su construcción y sabíamos por un plano de Obras Sanitarias que no existía en 1905. Esto obligó a una nueva búsqueda documental lo que permitió encontrar la historia de los hermanos Solá y el inicio de la hidroterapia en Buenos Aires; ya que se trataba de una pileta interna al edificio que sin duda no era del asilo ni del hospital –aún no se usaban para tratamientos-; la búsqueda se centró en el inicio de la hidroterapia y las técnicas conexas, llegando a encontrar la información que explicó lo que se había hallado.
Otra experiencia fue, aprovechando que había muros en pié asociados al suelo, el hacer arqueología vertical, es decir analizar cada etapa constructiva, cada ladrillo, ventana o puerta para poder construir una periodización de sus alteraciones y asociarlas a los pisos que se excavaban.
Sábato y el sitio
Desconocemos el porqué y el cuándo Sábato comenzó a interesarse en esa casa –él mismo no lo recuerda-, aunque sí sabemos que durante los finales de la década de 1950 era un lugar que le llamaba la atención en forma frecuente, que lo atraía, que lo visitó en varias oportunidades y que lo consideró lo suficientemente importante como centrar allí su novela (Sábato, com. personal 1997). El único inconveniente que le veía era la ubicación en la ciudad, y con la consabida libertad de la ficción, trasladó el edifico y sus jardines a La Boca. Jamás se le ocurrió que allí no había construcciones de este tipo porque jamás las hubieron, pero eso es ciencia y no literatura; él quería que estuviera en La Boca y allí estuvo aunque no estuviera.
Sábato describió minuciosamente buena parte de la construcción principal, el jardín, un par de habitaciones grandes y varios espacios menores, las escaleras y el mirador; se preocupó por detalles como las puertas de tablas sueltas, candados con cadenas fáciles de abrir, cuadros, falta de luz eléctrica, en dos tiempos diferentes; sus descripciones tienden a establecer cronologías del estado de conservación del edificio y a plantear formas de uso que, posiblemente hayan sido verdaderas; de todas formas nunca sabremos si fueron así o de otra forma; la fecha con que inicia su cronología del edificio es casi exacta: 1853, lo anterior lo retoma como mítico; el edificio, asegura, estaba en esa fecha la que es importante para lo que acontece en la novela. Lo que sí es indudable es que sus descripciones son perfectas desde el punto de vista literario: vio lo que quería ver, lo que consideró trascendente, lo que ayudaba a crear las situaciones que imaginaba. Todo era descrito ligeramente salvo el omnipresente mirador, el centro de toda la novela, donde pasaban las cosas tremendas, el centro del mundo y el eje alrededor del cual giran los acontecimientos del antes y del ahora.
¿Coincide esa visión con otras? Sí y los pocos autores que nos dejaron citas sobre este sitio observaron lo mismo como por ejemplo León Tenembaum (1989); los fotógrafos que fotografiaron el sitio –al menos de los que tenemos sus fotos- al parecer también se preocuparon por lo mismo; los textos escritos y la iconografía repiten las mismas imágenes, y es el lugar común de la memoria: el mirador y su veleta del caballito. Sólo debemos sumar la fachada en la esquina, el otro hito clásico de la iconografía. Sábato también vio la transformación de la casa: “Bueno, de la quinta no queda casi nada. Antes era una manzana. Después comenzaron a vender. Ahí están esa fábrica y esos galpones, todo eso pertenecía a la quinta de aquí, de este otro lado hay conventillos. Toda la parte de atrás de la casa también se vendió. Y esto que queda está hipotecado y en cualquier momento lo rematan” (1998:56). Lo cual resultó cierto. Qué hubiera pensado Sábato de haber sabido en ese entonces la historia del asilo, del hospital, de la hidroterapia?, hubiera eso cambiado su novela?
Empecemos mejor desde la entrada: sabemos que era un portón de rejas, luego un jardín de grandes dimensiones, arbolado y se llegaba a un pórtico acolumnado. Sábato nos dice: “se sentía el intenso perfume de jazmín del país. La verja era muy vieja y estaba abierta a medias cubierta por una glicina. La puerta herrumbrada, se movía dificultosamente, con chirridos. En medio de la oscuridad brillaban los charcos de reciente lluvia. Se veía una habitación iluminada, pero el silencio correspondía más bien a una casa sin habitaciones (…) La casa era viejísima, sus ventanas daban a la galería y aún conservaban sus rejas coloniales; las grandes baldosas eran seguramente de aquel tiempo, pues se sentían hundidas, gastadas y rotas” (:50). Aunque la excavación halló baldosas, se recobraron las rejas del portón y sabíamos la fecha del edificio, nunca hubiéramos podido revivir el lugar –simplemente llegar desde la entrada al pórtico- con la intensidad dramática de la literatura.
Las descripciones del interior continúan al subir al mirador por una escalera “rota en muchas partes, vacilante en otras por la herrumbre” (:51); el subir era un ritual de iniciación a través de la oscuridad, lo riesgoso, lo difícil. Al llegar arriba lo atrae la ventana con “las cortinas sin correr” (:105). Es interesante que en ningún momento describa la veleta, un símbolo que identificó la casa durante toda su historia. Pero todo lo del mirador quedaría destruido con el incendio con que culmina esa parte de la novela (:448). Del resto de la casa dice bastante y utiliza el truco de decir mucho de pocos lugares para que el lector lo extrapole al resto de los espacios; para las habitaciones hizo primar el abandono: “El techo no tenía cielo raso y se veían los grandes tirantes de madera. Había una cama turca recubierta con un poncho y un conjunto de muebles que parecían sacados de un remate: de diferentes épocas y estilos, pero todos rotos y a punto de derrumbarse” (:52). En el resto las paredes eran “negras y cenicientas”(: 519), se usaba un calentador a alcohol (: 52), el espejo veneciano estaba “casi opaco”(:52) o no había luz eléctrica (:466).
Toda la descripción insiste en ese estado de abandono y deterioro, de vidas detenidas, que ya habían cumplido su ciclo glorioso en el siglo pasado y cruzaban el siglo XX cuesta abajo. Era la historia de la casa misma reflejada en la familia que lo habitaba: “Martín vio una vieja cocina, pero con cosas amontonadas. Como en una mudanza. Luego esa sensación fue aumentando al atravesar un pasillo. Pensó que en los sucesivos retaceos del caserón no se habrían decidido o no habrían sabido desprenderse de objetos y muebles: muebles y sillas derrengadas, sillones dorados sin asientos, un gran espejo apoyado contra una pared, un reloj de pie detenido y con una sola aguja, consolas. Al entrar en la habitación del viejo, recordó una de esas casas de subastas en la calle Maipú. Una de las viejas salas se había juntado en el dormitorio del viejo, como si las piezas se hubieran barajado. En medio de trastos, a la luz macilenta de un quinqué, entrevió un viejo dormitando en una silla de ruedas. La silla estaba colocada frente a una ventana que daba a la calle como para que el abuelo contemplara el mundo” (:86).
Sábato veía el proceso de deterioro y abandono que vivió la casa y que la arqueología sólo puede entrever, notar en sus estudios en el terreno y demostrables en la sucesión de pisos cada vez de menos calidad, los parches en los enladrillados y baldosas, las instalaciones sanitarias taponadas o semidestruidas aunque seguían en uso, la basura que se iba acumulando en los rincones, los cambios constantes hechos uno encima del otro indicando variaciones de gustos y cambios de función. Pero la vida que la literatura puede darle a esos espacios difícilmente podamos lograrlo nosotros. Quizás por eso en Estados Unidos uno de los últimos números de Historical Archaeology (vol. 32, no 1, de 1998) se titula Archaeologist as Storytellers. Allí se va aún mucho más lejos: se impulsa a utilizar el “estilo narrativo” en las reconstrucciones arqueológicas del pasado; por supuesto sin perder el rigor científico se trata de avanzar en la pregunta que, traducida libremente, diría “¿si lo que hacemos es contar historias, porqué no contarlas bien?” (Praetzellis 1998, Deetz 1998).
Conclusiones
Este caso, que se inició como un rescate más en la ciudad, resultó un verdadero desafío en muchos sentidos, no sólo por lo complejo de la gestión. Porque nos obligaba a reflexionar sobre el papel de la arqueología inmersa en una ciudad que tiene habitantes y que le exige a la ciencia más que lo habitual; a repensar el problema de las fuentes documentales al enfrentarnos a la literatura; a tratar de entender la memoria urbana tan firmemente arraigada en este edificio. Estos problemas, creo, fueron más complejos de discutir y elaborar, que la excavación misma.
La historia del barrio estaba condensada en esa casa. La destrucción sistemática de todas las quintas, el loteo de los grandes solares, la demolición de todo lo anterior al fin del siglo XIX, llevó a ubicar en ese islote del pasado toda la historia del barrio: sus próceres, sus lugares comunes, su memoria y hasta sus mentiras. El barrio había construido su propio imaginario, difuso y discutible por ser precisamente imaginario, aferrándose a lo que quedaba porque lo necesitan para seguir subsistiendo. Los sitios verdaderos de Liniers habían sido físicamente borrados, ni siquiera quedaba claro donde estuvo su Real Fábrica de Pastillas de Carne, ni siquiera la calle de ese nombre coincidía con el lugar sino que pasaba junto a este terreno. Sábato se preocupó por el lugar, no lo adjudicó en ningún momento a Liniers, en cambio le construyó una historia diferente, literaria, propia. Pero resemantizó el lugar y lo connotó con una carga aún más fuerte. Los edificio que se están construyendo ostentan, patéticamente orgullosos, el nombre de Portal del Virrey.
La arqueología urbana se encuentra con otro desafío: la explicación del pasado que estamos construyendo, metodológicamente al margen de la memoria urbana, vive en otro universo?, debe estar realmente en una torre de marfil?, cuál es nuestra responsabilidad ante el barrio que pidió el estudio y ayudó a hacerlo? Por supuesto nuestra primera responsabilidad es darles una respuesta científica, cierta, demostrable. Pero nos preguntamos: ¿nuestra historia reemplaza bien a la otra?, tendrá la suficiente fuerza la historia verdadera para cubrir a la mítica?
Bibliografía
- Correa, María Angélica
1971 Genio y figura de Ernesto Sábato, EUDEBA, Buenos Aires. - Deetz, James
1998 “Discussion: Archaeologist as Storytellers”, Historical Archaeology vol. 32, no. 1, pp. 94-96. - Llanes, Ricardo
1968 El barrio de Almagro, Cuadernos de Buenos Aires vol. XXVI, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. - Praetzellis, Adrián
1998 “Why Every Archaeologist Should Tell Stories Once in a While”, Historical Archaeology vol. 32, no. 1. Pp. 1-3. - Rezzónico, Carlos
1996 Antiguas quintas porteñas, Interjuntas-Fundación Nuevas Perspectivas, Buenos Aires. - Sábato, Ernesto
1987 Sobre héroes y tumbas (edición definitiva), Seix Barral, Buenos Aires. - Schávelzon, Daniel. Mario Silveira, Mariano Ramos y Guillermo Páez
1998 El Mirador de Sábato, excavaciones arqueológicas en H. Yrigoyen 3450, Buenos Aires; informe al Centro de Arqueología Urbana, Buenos Aires. - Tenembaum, León
1989 Buenos Aires, un museo al aire libre, Corregidor, Buenos Aires. - Vogliano, César Oscar
1975 Historia del Hospital de Niños, edición del autor, Buenos Aires. - Zarranz, Alcira
1997 “Un establecimiento hidroterápico modelo del Buenos Aires de ayer”, Revista de la Asociación Médica Argentina vol. 108, no. 1, pp. 41-47, Buenos Aires.
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