«La casa ´más antigua de Buenos Aires´: buscando el espacio de los niños (San Juan 338)»
El artículo «La casa ´más antigua de Buenos Aires´: buscando el espacio de los niños (San Juan 338)» es un informe que fue realizado por el Daniel Schávelzon, director del Centro de Arqueología Urbana.
Hace un año los medios de comunicación en Buenos Aires dieron una noticia que generó muchas expectativas: se había “descubierto” la casa más antigua de Buenos Aires. Lo interesante –casi absurdo diríamos- es que se había descubierto gracias a la arqueología una casa que aún estaba entera y en pié la cual cualquiera podía ver desde la calle; por supuesto eso hoy nos puede llamar a risa y es parte del manejo habitual que hacen los medios de comunicación para vender noticias. El problema era que, para quienes trabajábamos ahí, esto nos creó enormes responsabilidades, más aún cuando eso no estaba demostrado; es más, la verdad era que la importancia del sitio no radicaba en su mayor antigüedad sino en su enorme capacidad potencial para responder a preguntas sobre el pasado. Y estos problemas se sumaban al hecho que la Municipalidad estaba a punto de demolerla para ampliar el Museo de Arte Moderno vecino, generando así nuestro proyecto una serie de conflictos de intereses enormes entre preservación y ampliación del museo y los costos que esa operatoria habría de implicar de lograrse la conservación. Estamos hablando de interferir en una obra ya licitada de seis millones de dólares y de generar roces entre dependencias municipales.
El terreno muestra actualmente, al que entra en él por casualidad, una imagen patética: construcciones derrumbadas, plantas crecidas, escombro y basura por toneladas, y eso que ahora ya ha sido limpiada en buena parte de su superficie. Al ingresar al sitio nos fue realmente difícil entender que en medio de tantas paredes derruidas estaban los restos de lo que pudiera ser la casa más antigua de la ciudad. La primera observación fue hecha por Guillermo Paez en su visita inicial y fue él quien alertó que entre tantas obras nuevas y demoliciones recientes quedaba en pie, íntegra, una casa del siglo XVIII. Y a partir de allí se comenzó desde la Subsecretaría de Acción Cultural del Gobierno de la Ciudad (luego Dirección General de Patrimonio) un operativo histórico, arqueológico y de preservación con el objeto de estudiar si todo eso –su antigüedad, su importancia patrimonial y sus posibilidades arqueológicas- eran ciertas y operar en consecuencia. Los trabajos de excavación se hicieron con la colaboración de Mario Silveira, Emilio Eugenio, Verónica Aldazábal y América Malbrán.
Esa pequeña casa resultó ser representativa de la arquitectura anterior a la Real Ordenanza de 1784 –y por lo tanto única en la ciudad-, la legislación colonial que obligó a construir sobre la línea municipal; la casa conservó bajo el suelo hasta el fogón cavado en la tierra anterior a 1800 en perfecto estado, los pisos de ladrillos de la cocina y de tierra en el resto de la casa, los aljibes, incluso algunas de las vigas del techo; los pisos y los muros de ladrillos unidos con barro fueron lamentablemente recubiertos hace unos años con una gruesa capa de cemento, el techo original fue destruido para hacer uno nuevo, y todo ésto por obra de nuestra propia Municipalidad que quiso hacer una casa «típica de San Telmo», neocolonial, destruyendo en parte una verdadera casa colonial. El terreno actual, cosa también increíble, mantiene el nivel original de la topografía de la ciudad, cerca de un metro por encima de la vereda. Tal como la excavación demostró tenemos gracias a eso un piso original que casi no sido modificado desde la fundación de la ciudad. Esto tiene un enorme valor y si bien aún se están haciendo los estudios geomorfológicos al respecto, lo observado ya nos pemite asumir esa hipótesis y trabajar en consecuencia.
Esta manzana aparece definida en los planos de la ciudad recién hacia 1710-20 cuando el ejido de la ciudad comenzó a ser vendido por el Cabildo -bastante irregularmente por cierto-, con lo que se inició el poblamiento de los Altos de San Pedro (lo que ahora llamamos San Telmo) y la construcción de la iglesia de los jesuitas y su Residencia para Hombres en la manzana de enfrente. En el plano de Buenos Aires de 1738 la manzana ya fue dibujada como dividida en cuatro solares y es la primera referencia física que tenemos para la existencia de esta casa o del terreno. Es interesante que parte del muro medianero de la casa antigua que estamos estudiando esté hoy dentro del lote vecino, resabio de una subdivisión reciente.
La excavación está mostrando que no hay ocupación anterior a la fecha citada salvo unos mínimos fragmentos de cerámica del siglo XVII y algunos acontecimiento que deben haberse producido en el uso marginal que tenía el terreno; los materiales culturales en contexto se incrementan recién para la segunda mitad del siglo XVIII, coincidiendo así la información histórica. Otras excavaciones hechas en la zona de los Altos de San Pedro, como en el convento de los jesuitas indicaron lo mismo: la ocupación fue intensa en los inicios del siglo XVIII, pero de antes sólo hay algunos pocos fragmentos aislados y huesos de animales (vacunos y equinos) dispersos por entre la tierra negra.
Respecto al terreno no tenemos la fecha en que el cuarto de manzana se dividió en lotes menores, pero por las escrituras ya estaba así en 1833 y al parecer ya lo estaban a la muerte de Don Marco de la Rosa en 1806, el primer propietario del que tenemos información fidedigna. Suponemos que fue él quien hizo los arreglos de la casa que la llevaron a su forma actual en la parte antigua. Esa escritura indica que el terreno se había dividido en tres partes, una para cada uno de sus descendientes y una de esas divisiones llegó al siglo XX desapareciendo parcialmente con la apertura de la avenida. En el Catastro Beare de 1860-1865 figura este terreno con una subdivisión (la del oeste) pero el jardín incluye también la superficie que correspondería a una casa vecina.
El recorte producido por la avenida San Juan en los finales de la década de 1970 le sacó al terreno unos seis metros desde el frente. Con el tiempo todo fue unificado nuevamente por la fábrica Piccardo que compró los diversos terrenos en que se había subdivido con la intención de ampliar la fábrica, aunque en 1980 los traspasó a la Municipalidad por expropiación parcial.
El uso inicial del terreno, cuando cubría un cuarto de manzana, según la documentación parece haber sido la agricultura, lo que se indica en el plano de 1740 y la arqueología observa lo mismo. Suponemos –por los materiales hallados- que más tarde debió ser sólo un típico fondo suburbano, aunque algunas evidencias estratigráficas indican que se siguió sembrando y usando como huerta durante todo el siglo XIX. Los documentos hablan para 1833 de “huerta, horno de pan y árboles frutales”.
Los trabajos de excavación han mostrado que de los momentos previos o contemporáneos a la primera casa, un rancho sería mejor decir, la información obtenida es: un fogón al aire libre con restos de vacunos y ovinos, algunos fragmentos de cerámicas incluyendo varios anteriores en el tiempo, restos culturales muy modestos y de tipo indígena e hispano-indígena y una cantidad asombrosa de huesos incluso algunos articulados. Estos últimos han sido interpretados según los casos como restos de animales muertos, comidos y/o faenados en el lugar y que sus huesos simplemente quedaron allí, siendo enterrados parcialmente por el uso del terreno. Era un andurrial suburbano y el comportamiento de la población era acorde a ello: tierra de todos y de nadie.
No tenemos mucha información acerca de la primera casa que existió en el terreno y los datos arqueológicos están aún en proceso, pero por lo que vemos es posible asumir que lo que los varios planos del siglo XVIII indican, es decir la existencia de al menos una vivienda muy pequeña, sea cierta. Lo que se ve en los planos es un pequeño cuadrado que en realidad es la abstracción usada en su época para indicar una casa de dimensiones mínimas; cabe aclarar que en el terreno original -un cuarto de manzana- hay dibujada más de una. Si esa casa coincide con la ubicación de la actual tal como suponemos, debió estar en la parte de lo que llamamos «cocina» siguiendo la nomenclatura de 1833. Esa primera casita posiblemente coincidía en buena parte con la sección más antigua de la actual, tenía paredes de ladrillos y techo de tejas, información basada en lo encontrado en excavación.
¿Cuándo fue demolida o alterada para construir la casa de tres ambientes que aún existe? No lo sabemos, pero debió ser antes de 1784 ya que las Ordenanzas Reales de ese año prohibieron esa tipología sin línea municipal, lo que fue acatado en la ciudad con bastante premura por lo que los planos y documentos indican (Schávelzon 1994). Si bien estos cambios pudieron haber sido más laxos en algunos casos, la casa de tres habitaciones no debe haber durado mucho tiempo ya que las evidencias arqueológicas indican fuertes cambios en pisos y paredes. Se trataba de una típica casa de «sala con aposento» y una cocina anexa separada por el zaguán tradicional que daba paso al patio del fondo. Un pozo de aljibe atrás del zaguán y un jardín adelante, con un gran fondo detrás, donde estaban el corral, los naranjos, las higueras, el horno de amasar y el aljibe que citan las escrituras.
Este conjunto está construido con ladrillones de 40 cm de largo asentados en barro, piso de tierra, vanos con chanfle en sus ángulos, herrajes forjados en la carpintería y techo sostenido por vigas de palmera y salvo por los cambios en la techumbre es lo que aún está en pié. La descripción de 1833 la señala como de azotea con revoque encima. Los muros no estaban revocados sino simplemente blanqueados. La calle, en ese entonces y desde 1796, se llamaba Santa Bárbara.
Luego vinieron nuevos cambios, en este caso una remodelación casi total transformando la casa en una de patio cuadrado rodeada de habitaciones en que la casa vieja quedaba como la parte posterior. ¿Cuándo se construyó ésta? Si su dueño De la Rosa muere en 1806 durante las Invasiones Inglesas, peleando, y la casa la hizo en vida teniendo ya dos hijos y uno de 7 y 1/2 meses de embarazo al fallecer, suponemos que las obras no deben remontarse más allá de 1800 a 1805.
Si bien lo que pudo existir hacia la calle ya ha desaparecido sabemos que se le agregaron dos cuerpos de dos habitaciones cada uno, formando un cuadrado con un patio central y una fachada falsa con tres puertas; este plano se ve en el catastro de Pedro Beare para 1862, con lo que la casa pasó a ser una construcción de mayor importancia aunque sin ser señorial: sobre el frente se le había construido un nuevo cuerpo que debió incluir las respectivas salas de las dos casas que se dividían el frente. La de atrás seguía igual. Suponemos que esa obra debió hacerse poco después de que la familia dividió la casa en 1833 y antes de 1862.
Este sector nuevo tiene ladrillos de menor tamaño pero que en buena parte también están unidos con barro, aunque hay algunos sectores con cal. Las puertas ya son de dintel recto y sin ochavas, con muros de la mitad de espesor. No hay ventanas en esta etapa constructiva y aquí debió cubrirse el piso con baldosas francesas, cegándose la puerta de paso entre las habitaciones 3 y 10 para abrirse la aún existente de ángulos rectos y dintel plano. Al menos algunas habitaciones estuvieron empapaledas para la mitad del siglo XIX.
La última gran intervención debió hacerse hacia 1890; para esa época se hizo la cocina del patio delantero y se usaron en varios pisos baldosas francesas de Marsella, coincidente con la instalación cloacal y de agua de 1892 hecha por Obras Sanitarias. Una nueva intervención se produjo cuando la casa, ya muy deteriorada, fue cortada en el frente en 1979; quedó con forma de U abierta hacia la avenida con un naranjo al centro. En 1980 había pasado a la Municipalidad, lo que se aprovechó para transformarla en una galería comercial acorde a la zona de la Plaza Dorrego; en ese momento se desmontaron todos los techos para hacerlos a nuevo, se abrieron vanos y la fachada de la construcción más antigua se hizo «colonial», destruyendo las verdaderas molduras coloniales para darle el aspecto difundido por el Neocolonial. Las vigas originales de palmera, intactas, fueron reusadas en diversos sitios del terreno por lo que hemos logrado salvar algunas de ellas. Se revocaron las paredes, se cerraron vanos, se abrieron puertas y se hizo el piso del patio; se canceló el aljibe y se tapó el pozo. Durante la década de 1980 fue invadida y se instalaron allí numerosas familias que construyeron habitaciones por todas partes, en especial en el patio trasero.
Para determinar la estrategia de excavación hubo que tomar en consideración el no generar problemas para la conservación ulterior, en especial de la parte más antigua, no abriendo demasiado los pisos, ya que aunque luego se rellenaran esto genera graves problemas a la cimentación además de la destrucción de parte de los ladrillos y baldosas originales. Se excavó en su casi totalidad el patio delantero, el jardín posterior se excavó con un gran trinchera de un metro de ancho la que unida a lo de adelante generaba un corte de casi todo el terreno y en el interior sólo se hicieron algunas cuadrículas por la conservación de los pisos originales.
La Habitación no. 3
Una de las habitaciones excavadas fue la denominada como Local 3. Está ubicada en el extremo oeste del sector antiguo y en su ángulo noreste se trazaron dos cuadrículas cuyo estudio estuvo a cargo de la Lic. América Malbrán. Aprovechando el descubrimiento por quienes estudiaban los muros, de un vano tapiado antiguamente, se determinó la ubicación de esta excavación para que a su vez también diera respuesta a las preguntas de la historia de la arquitectura sobre la funcionalidad de la casa.
Al levantarse el piso de cemento reciente se observó que el piso antiguo debe haber sido destruido o retirado quedando únicamente algunas baldosas francesas en el umbral de la puerta. Como la excavación está en el ángulo coinciden allí las zanjas de los cimientos (hechos de ladrillos de 36 cm de largo) y en el resto del espacio la tosca estéril no ha sido tocada.
La excavación mostró cerámicas y vidrios que en general corresponden a lo hallado en todo el sitio, como lozas Creamware, mayólica Triana, cerámicas hispano-americanas e indígenas (Monocromo Rojo en su mayor parte) y otros que coinciden en tiempo y características con el sitio. Pero lo que llamó la atención fue que en esos dos metros cuadrados había una serie de objetos relacionados con el juego infantil (26 bolitas de vidrio), con las niñas (aro, pulsera infantil y cuentas de vidrio), con la costura (ganchillo, nueve botones y 24 alfileres) y con la educación (40 lápices de pizarra y tres pizarras para escribir). Sin lugar a dudas era algo muy poco común para la arqueología de Buenos Aires ya que esto formaba la mayor parte del total de lo encontrado y no se repetía en ningún sitio de todo el terreno. Sí se encontraron algunos objetos de este tipo en otros lugares, pero aislados y en otro tipo de contextos. Valga un ejemplo, la segunda mayor cantidad de lápices de pizarra estaba en el jardín posterior, donde hubo tres de ellos en doce metros cuadrados; si en el Local 3 hubo veinte lápices por metro cuadrado en el jardín hubo 0.25 lápices por cada metro. En cambio en ese gran espacio trasero se encontraron diez fragmentos de diferentes tinteros de gres y no hubo ninguno en la habitación; esto fue interpretado de la misma manera que en la Escuela no. 1 de Quilmes excavada por Zunilda Quatrín y su equipo (Proyecto Arqueológico Quilmes 1996): se trataba de tinteros chorreados que fueron arrojados al terreno del fondo, muy diferente al destino de los fragmentos de lápices que fueron a parar al rincón cayendo entre los agujeros de las baldosas del piso.
Se encontraron en ese contexto dos monedas, una de 1854 y otra de 1886, una en los 10 cm superiores y la más antigua a 30 cm. de profundidad, coincidente con el nivel de mayor densidad de alfileres y objetos atribuibles a niñas.
Interpretando la evidencia material
¿Cómo podemos interpretar que en un rincón de una habitación haya objetos de este tipo en estas cantidades? No es fácil: ¿era un cuarto familiar donde se le daba instrucción a los chicos, donde se cosía la ropa y en donde éstos jugaban?, ¿podría ser algo parecido a un comedor de diario actual? Creemos que la explicación se encuentra por ese lado aunque posiblemente dejando de lado a la actividad femenina –adulta- del coser para proponer que era parte de la educación de las niñas. Es decir, en la casa remodelada y ampliada que ubicamos hacia 1850, sin duda de mayor categoría y dimensiones que la inicial del señor De la Rosa aunque incluía esos ambientes en su interior, hubo al menos un lugar para la vida doméstica con un buen piso de baldosas francesas y paredes empapeladas (se hallaron fragmentos pegados al dintel de madera y bajo las capas de pintura), cuyo piso tenía –posiblemente- un agujero en la esquina por el cual los chicos perdieron –o arrojaron- sus bolitas, las cuentas de un collar, un aro y una pulsera rotos; y allí fueron a parar los fragmentos de lápices de la educación de los chicos y las alfileres de la costura.
¿Es esta reconstrucción válida? Hay dos vías para intentar saberlo: una es la documental que en lo específico no nos dice nada, pero sí sabemos que este tipo de espacios y actividades era habitual en la segunda mitad del siglo XIX como luego discutimos; la otra, la arqueológica, nos indica que la densidad es tan alta y el conjunto de objetos tan específico, que es posible que así sea. En los más de treinta metros cuadrados excavados en la casa sólo hubo una bolita en el patio delantero y dos en el trasero, y en ese mismo órden hubo dos y tres lápices de pizarra; en ningún otro lugar de la casa los hubo; del resto sólo hubo dos cuentas de collar en el patio delantero. Es decir que el promedio de lápices es de veinte por metro cuadrado, mientras que en el resto de la casa desciende a 0,16 por metro. El único otro caso conocido es el citado de la Escuela 1 de Quilmes el que arrojó también porcentajes altos de concentración de este tipo de objetos: en cerca de 50 metros cuadrados excavados hubo 116 fragmentos de pizarras y 79 lápices.
Por supuesto esto puede deberse a otro tipo actitudes: un niño metiendo en un agujero en el piso lo que encontrara a mano, lo que no sería raro y ya hay bibliografía acerca de los niños en el registro arqueológico y su presencia (Politis 1999); es decir que no fuera el resultado de un entierro fortuito sino de actividad conciente; pero eso no modifica nuestra interpretación general del asunto, es decir la presencia de losniños en el sitio.
En publicaciones anteriores nos hemos cuestionado acerca de la posibilidad de ubicar este tipo de espacios y sobre el tipo de cultura material que representa a la niñez, la ancianidad y la mujer entre otros grupos minoritarios o dependientes en la sociedad histórica (Schávelzon 2000); posiblemente este se trate de un caso de presencia fuerte de niños tomando clases en su propia casa –el sistema de tutor a domicilio-, y jugando en el mismo lugar. La gran cantidad de alfileres y botones y un ganchillo, nos ha hecho pensar en que las niñas aprendían corte y confección, lo que era parte del aprendizaje habitual en su tiempo.
Cabe destacarse la diferencia entre la citada Escuela 1 de Quilmes y este sitio, ya que si bien en ambos la cantidad y densidad de lápices de pizarra es alta y casi idéntica (cerca de un lápiz por metro cuadrado excavado), en la Escuela no hubo bolitas, ni objetos de costura ni de juegos de niñas. Quizás aquí esté el sesgo que nos permita ver la diferencia entre una educación formal escolarizada y otra hogareña y tradicional.
Educación hogareña
El sistema de las tutorías a domicilio fue común durante todo el período colonial y siguió en uso hasta bien entrado el siglo XIX en que la educación común en escuelas se fue imponiendo, en especial tras el fuerte desarrollo que tuvo con Sarmiento (para diferentes visiones del tema ver: Tedesco 1982, Levene 1955, Solari 1949, Bravo 1985, Quesada 1910). Incluso la aristocracia porteña mantuvo el sistema para sus hijos hasta bien entrado el siglo XX, o si enviaba a sus hijos a colegios privados, en sus casas se les daba la “otra” educación, la de clase. Es interesante destacar que todas las historias de la educación consultadas hacen hincapié en la construcción de las instituciones escolares y su contenido, ninguna se ha preocupado realmente por estudiar las otras formas de educación existentes en la ciudad.
En síntesis la educación hogareña por tutor consistía en un profesor que daba clases domiciliarias todos los días, generalmente a los varones y más raramente a las niñas; a éstas últimas se les agregaban conocimientos sobre confección y música. Por supuesto era un tipo de educación en cierta medida cara y elitista en la tradición europea del Antiguo Régimen (Aries 1987) y había diferentes niveles de precios para los profesores, y se fue pasando de un rango medio-alto en el siglo XVIII a lo oligárquico en los finales del XIX. En esos años fueron comunes los tutores extranjeros quienes enseñaban también francés e inglés, lenguas vivas que no se dictaban en los colegios. Es tan obvio que no haría falta decir que las diferencias entre las tutorías hogareñas y el sistema de educación común impulsado por el Liberalismo, no eran sólo los cambios que implicaba la modificación en la forma de educar, sino del tipo de contenido y el alcance social de los nuevos mensajes a trasmitir; fue un cambio muy profundo que aún mantiene polémica (Vedoya 1973).
Precisamente las dos fechas que tenemos en monedas (1854 y 1886) coinciden bastante bien con el inicio de las ideas de Juan B. Alberdi, con el trabajo de Sarmiento en la Dirección de Escuelas (desde 1856) y con la creación de colegios secundarios y normales bajo el impulso de Mitre; para 1886 ya estamos en un modelo impuesto, en pleno crecimiento y ya aprobada la Ley 1420 de Educación Común. Es decir, una generación completa en la cual se puso obsoleto el sistema de tutoría domiciliaria, aunque este seguiría hasta después de 1900 en las familias más encumbradas.
Niñas, niños, juguetes y costura
Es en ese contexto que ubicamos los objetos de niñas, tanto los juguetes y adornos –colgante, collar y pulsera- como los múltiples botones y alfileres. El rol predeterminado para la futura mujer –eso era en esencia lo que para ellos representaba una niña- la obligaba a aprender y a jugar con esos elementos. Por cierto sólo tenemos otro caso en la arqueología argentina con una fuerte concentración de objetos de costura, fue en Galerías Pacífico pero no existe reporte del hallazgo (López Coda, com. personal 1995).
El tema de las bolitas y lde todos los juguetes en general es también un tema soslayado por la arqueología histórica pese a que no es rara su presencia en los contextos antiguos; sabemos que los juguetes realmente tuvieron en Buenos Aires una presencia material significativa después del crecimiento del consumo masivo hacia 1870. Hemos encontrado, para el siglo XIX, muñecas hechas de porcelana hasta de madera, vajilla de las casas para muñecas y cañones en miniatura, pero siempre como hechos aislados entre la basura hogareña; también las bolitas han sido habituales en toda excavación (Schávelzon 1991:163-164), pero este es un caso diferente. Sabemos que las bolitas de vidrio, como las halladas, se fabricaron masivamente en Europa desde 1846, en especial en Alemania, desde donde se exportaban a todo el mundo, y se fueron mejorando técnicamente desde esa fecha hasta los inicios del siglo XX en que fueron producidas industrialmente (Randall 1971). Si bien hubo bolitas de cerámica, loza y porcelana, en esta excavación extrañamente sólo las hallamos de vidrio, lo que suponemos que puede ser un rasgo de mayor modernidad que el resto del contexto y ayuda a sostener la hipótesis de la penetración en el subsuelo por un pequeño agujero en el piso, aunque estratigráficamente no hay evidencias.
La evidencia material de la vida cotidiana
Reconstruyendo el proceso vivido por esta casa y sus ocupantes, en origen la zona fue terreno ejidal y de ello han quedado las huellas ya citadas y pocos fragmentos de cerámicas en especial del tipo hispano-americano o indígenas coloniales, huesos de animales de consumo habitual y un fogón al aire libre. En los inicios del siglo XVIII se construyó un primer rancho o casa del que muy poco parece haber sobrevivido, ya que al hacerse la casa que fechamos para cerca de 1780 -tres ambientes y zaguán-, la anterior quedó incluida dentro de la nueva reusándose los ladrillos pero desechándose las tejas. Es posible que el fogón de la cocina haya pertenecido precisamente a esa casa inicial y que se haya mantenido el uso del espacio en la obra nueva.
La casa que ubicamos como anterior a las Ordenanzas Reales estaba desplazada dentro del terreno como fue habitual hasta que se promulgaron esas reglamentaciones; sus pisos eran de tierra apisonada salvo en la cocina, ya que para cubrir bien el viejo fogón fue necesario hacer un piso de ladrillos para el que, en buena medida, usaron ladrillos viejos de mayor tamaño mezclados con los posteriores que son similares a los de las paredes aún en pié. Las puertas y ventanas eran de dintel curvo y jambas con chanfle, típico de la tradición colonial. Las paredes de ladrillos estaban hechas uniéndolos con barro y la cal se redujo sólo a los dinteles y lugares con curvas, imposibles de solucionar de otra manera. Es decir, una casa constructivamente muy modesta aunque no pobre. El pozo de agua se hizo junto con los muros y sólo tenía ladrillos en la parte superior. Pocos años más tarde le hizo cambios de la Rosa y su familia: dos alas a los costados formaron un primer patio cuadrado enladrillado, hacia 1800; más tarde, muerto él en las Invasiones Inglesas su viuda dividió la casa en tres partes para sus dos hijas y ella en 1833. Y antes de 1862 la casa ya tenía habitaciones al frente a la calle, cerrando el patio delantero.
Con los años la casa se mantendría con pocos cambios al menos hasta que en el siglo XX comenzara su abandono y terminara siendo adquirida por la firma Piccardo para ampliar su fábrica aledaña, aunque el ensanche de la avenida San Juan le quitara las habitaciones del frente. Más tarde sería vendida a la Municipalidad que la alteraría muy profundamente para hacerla «colonial», o lo que quienes lo hicieron creían que era lo colonial: nuevos revoques de cemento que nunca existieron, pisos de cemento liso, molduras rehechas, techos nuevos, ventanas cuadradas detrás de las curvas. Y más tarde los que invadieron el terreno construyeron habitaciones de materiales simples hoy fáciles de identificar.
El patio delantero fue encontrado en buen estado de preservación pese a que hubiera sido previsible su alteración total: el piso puesto hacia 1830 estaba completo en buena parte de su superficie lo que nos permitió ubicar contextos previos compuestos por grandes cantidades de huesos -muchos cientos de ellos-, en su mayoría vacunos y ovinos al parecer producto de la comida en el lugar, e incluso un fogón al aire libre. Un pilar de la galería exterior ya desaparecida fue excavado, lo que muestra una tipología arquitectónica para la casa de pre 1784 más asociada con lo rural que con lo urbano.
La cocina es otro espacio en el cual hemos podido determinar actividades y usos más allá de la información documental: el fogón en el piso claramente enterrado bajo el nivel de los ladrillos lo ubica cronológicamente para la primer casa del sitio. El patio posterior ha mostrado un uso intensivo desde sus inicios, tanto para arrojar allí basura como para usarla como relleno de nivelación y luego cultivar encima.
Los materiales excavados ayudan bien a construir la cronología del edificio y de sus usos. Podemos citar algunos datos cuantitativos que ayudan a esto; primero las lozas (ya se dispone del 95% del material clasificado): las lozas Creamware son 253, las Pearlware son 122 y las Whiteware son 472; en total suman 847 fragmentos. Esto significa que la presencia de las lozas más antiguas es muy fuerte, casi el 30%; las Pearlware son menos, el 14,40 %.
Sin duda la loza es el material cerámico más importante por su cantidad ya que conforma el 63 % del total; llama la atención el alto porcentaje de Creamware, el 29,60 % del total de lozas, que nos ha servido como indicador de las fechas de inicio del uso del sitio a la vez que nos señala que al menos esos primeros propietarios tenían acceso a productos importados que no eran baratos para los finales del siglo XVIII. Pero contrariamente a lo que se podría suponer las lozas Pearlware son la mitad de su predecesora: ¿significa ésto que hubo luego pobladores más pobres, o que estuvieron allí menos tiempo ocupando el edifico, o que usaron menos vajilla, o que prefirieron otro tipo de vajilla? Las posibilidades son muchas pero tendemos a pensar que durante los primeros años del siglo XIX la casa debió estar en un mal momento económico, lo que coincide con la documentada muerte del señor de la Rosa que debió ser una tragedia para una madre con dos hijas y una tercera en camino. ¿Representa este descenso numérico de la cantidad de lozas una situación familiar? Es posible, aunque difícil de probar. Las lozas Whiteware son mayoritarias y pertenecen a épocas posteriores, tiempos en los que al menos por la calidad de la arquitectura, la casa parece haber pertenecido a gente de mayor capacidad económica a medida que avanzaba el siglo XIX.
Las mayólicas representan el 9,16 % del total cerámico siendo la más común Triana con 97 fragmentos, Bacín Azul-Verde 8, Talavera 2, Alcora 7 y las otras son 9; en total hay 123. Lo primero que llama la atención es lo muy bajo de esta cifra en relación con la loza Creamware, ya que es habitual en la ciudad que la mayólica sea bastante más numerosa en el siglo XVIII; pero salvo dos fragmentos de Talavera todas las demás corresponden a 1750-1830.
La porcelana está casi ausente ya que representa menos del 2 %: esta cifra es de esperar ya que para un sitio periférico de la ciudad era un producto de lujo. Si bien era factible que la cifra aumentara bastante en tiempos posteriores, fines del siglo XIX, la basura de esa época es poca en todo el terreno ya que para ese entonces la casa y los patios tenían enladrillados y baldosas; o simplemente no podían o no querían darse esos lujos.
El gres en cambio tiene una presencia mayor: el 2,45 %, aunque -y esto sí es llamativo- hay en todo el sitio un solo fragmento de cerveza; el 50 % del total corresponde a tinteros.
Por último las cerámicas «rojas», vidriadas y sin vidriar, son el segundo grupo en cantidad ya que superan el 25 %. Dentro de ellas las grandes tinajas forman un grupo numeroso (82 fragmentos) al igual que la Utilitaria (56 fragmentos), lo que es ligeramente menor que la simple y también modesta Verde sobre Amarillo de Pasta Blanca (56), la similar de Pasta Roja (15), al igual que las botijas sevillanas (24).
Las cerámicas que denominamos habitualmente como indígenas o de tradición indígena y las Hispano-Americanas, en especial el Monocromo Rojo (42 fragmentos) forman quizás el único grupo que puede remontar su antigüedad a los primeros tiempos de uso del terreno, aunque estuvieron en uso hasta bien entrado el siglo XVIII.
En síntesis los materiales indican una muy ligera ocupación desde el siglo XVIII medio, un poco más fuerte a finales de ese siglo y remontando con los años; luego un descenso hacia la mitad del siglo XIX y de allí cada vez más importante al menos en los porcentajes cuantitavos. Hay pocos materiales de alto costo salvo las lozas Creanware y muy poco vidrio; hay notablemente bastantes cerámicas rústicas y modestas; todo esto parece indicar que el sitio estuvo habitado en su primer siglo por gente de recursos bajos, no en extremo pobres, pero sí modestos. Obviamente la arquitectura y los documentos reafirman eso.
El hallazgo de esta construcción y sus contextos de uso significa un logro de la arqueología urbana de Buenos Aires y la posibilidad de preservarla la convierte en única en su género. El trabajo conjunto entre historia documental, iconografía y arqueología ha permitido una primera reconstrucción del proceso de uso del terreno y de la construcción durante 250 años o poco más. En todo ello el lugar de los niños parece hacerse presente casi por vez primera en la arqueología de la ciudad.
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