«Mirando desde el sótano: el valor arquitectónico de los espacios verdes»
El artículo «Mirando desde el sótano: el valor arquitectónico de los espacios verdes» fue un ponencia presentada en el 2o. Congreso Ambiental No Gubernamental y 6tas. Jornadas por los Espacios Verdes Urbanos (área metropolitana Buenos Aires), 26 y 27 de agosto de 1998; en el auditorio de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, Buenos Aires.
En un artículo reciente publicado por Sonia Berjman, se planteó un tema que es poco habitual en nuestro medio: cuánto vale una plaza, un parque, un espacio verde en la ciudad? (1). Y entre los muchos valores agregados que tienen se incluyen «los restos arqueológicos subyacentes». Qué es esto? Los porteños en este caso y en general los habitantes urbanos en el país hemos descubierto recientemente que debajo de nuestro suelo hay cosas, muchas cosas: restos de construcciones, objetos de todo tipo, conjuntos de evidencias materiales que nos hablan de nuestro pasado como sociedad, que conforman parte del patrimonio histórico-cultural y son evidencias tangibles de cómo fuimos y de cómo somos. Y que una buena parte de ese patrimonio está debajo de las plazas. Esto no es casual: muchos espacios verdes lo son porque tuvieron antes otras funciones -cementerios, mercados- y fueron retransformados, o simplemente en ellos transcurrieron eventos de la vida de la ciudad: cotidianos, cívicos, militares, ceremoniales.
Es decir que, nuestras plazas son mucho más que ellas mismas: ante el vertiginoso cambio que implica la destrucción de gran parte de nuestro legado arquitectónico, los espacios verdes son de los pocos lugares que cambian poco; gracias a ello son interesantes reservorios del pasado en donde desarrollar investigaciones para entendernos mejor a nosotros mismos, incluso en el porqué destruimos.
La arqueología urbana es un tema reciente: la primera excavación se hizo precisamente en un parque, el Caserón de Rosas en Palermo, en 1985. De allí en adelante la comunidad ha reconocido la presencia de este patrimonio bajo el suelo urbano, expresado en publicaciones, exhibiciones y presentaciones públicas, tanto en niveles académicos corno de toda la sociedad. Incluso el nuevo Gobierno de la Ciudad ha establecido un área de investigaciones para estudiar y recuperar este patrimonio desde 1997. Y en estos años hemos excavado Parque Lezama, Parque Patricios y Palermo, a la vez que se han hecho estudios en casi todas las plazas de la ciudad; lo descubierto el año pasado en la plaza Roberto Arlt fue ampliamente divulgado. Los resultados científicos son grandes y resulta imposible desarrollarlos aquí, pero lo que hay que destacar es la importancia que estos espacios tienen para el conocimiento científico: no sólo botánico, de sus monumentos, de uso recreativo y tantos otros; ahora debemos pensar también en lo que está abajo.
Y pensar en que hay que cuidar lo de arriba y lo de abajo implica modificar la forma en que las autoridades de las ciudades actúan sobre estos espacios; cuando excavamos Parque Lezama como parte del Proyecto Primera Buenos Aires, nos encontramos que el suelo había sido altamente transformado: la capa de tierra con restos culturales -coincidente aquí con lo que llamamos humus- casi no existía. Era un estrato formado por escombros de demolición, basura plástica, arcilla y tierra tan erosionada y gastada que casi nada quedaba de lo que alguna vez fue tierra negra. Quien visite nuestras plazas verá que las raíces de los árboles siempre se extienden superficialmente por muchísimos metros: no hay humus, no hay nada sobre la tosca en que hundirse; y los vientos fuertes los arrancan con toda facilidad. Desconozco que exista una evaluación científica de la capa fértil de las plazas de Buenos Aires.
El resultado arqueológico de Lezama fue muy interesante: no encontrarnos la primera fundación de Buenos Aires -aunque encontramos otras cosas, por cierto-, pero nos sirvió para entender el proceso de destrucción y cambio hiperdinámico que viven nuestros espacios verdes, su deterioro, las pocas posibilidades de supervivencia que tiene la vegetación sin nuevas capas de tierra fértil -no de escombro-; nos corrobora qué tipo de sociedad hemos sido y nos ayuda a tomar conciencia de otro cambio necesario: la preservación de los espacios verdes.
Para que se tenga conciencia de lo que puede hallarse bajo nuestro parques y plazas es posible enumerar algunos ejemplos: en Parque Patricios se han excavado los restos del antiguo matadero de la ciudad. No sólo importante por su recurrente presencia de la literatura -recordemos a Estaban Echeverría por ejemplo- sino porque nos está permitiendo entender estos núcleos de cultura rural que se hallaban enclavados en Buenos Aires y que horrorizaron a los Unitarios; desnudaban las diferencias culturales y sociales de un país que sin duda alguna también estaba dividido. Parque Lezama en cambio, si bien allí no está la primera Buenos Aires, permitió ubicar una de las casas que existieron sobre la calle Brasil -no toda la manzana era del señor Lezama, quién tampoco donó nada al estado-, parte del antiguo polvorín y la fortificación colonial y evidencias de otras construcciones y contextos de los siglos XVIII y XIX. Palermo nos ha permitido hallar los restos de lo que fuera el Caserón de Rosas, estudiar la Usina Eléctrica y sus túneles, la formación de los lagos antiguos, analizar los rellenos con que Rosas elevó los niveles del terreno para evitar inundaciones, descubrir las evidencias materiales de los antiguos canales, caminos y plantaciones. Incluso varios sitios que fueron rellenados con basura entre 1900 y 1930 permitieron recuperar miles de frascos, botellas, lozas y porcelanas -entre otros objetos- que son de utilidad para entender el surgimiento de la cultura del descarte entre los grupos sociales altos de Buenos Aires. Y estos son sólo algunos ejemplos de lo que encierra el subsuelo de los espacios verdes la ciudad.
Notas
(1) Sonia Berjman, «Cuánto vale una plaza?», Clarín arquitectura, pag. 12, 29 de julio 1998