«Conservación y Restauración en el Convento de Santa Catalina de Sena»
El artículo «Conservación y restauración en el Convento de Santa Catalina de Sena», de Patricia Frazzi, ha sido publicado en Estudios de Arqueología Histórica: investigaciones argentinas pluridisciplinarias; Alicis Tapia, Mariano Ramos y Carlos Baldassarre, editores; Museo Municipal de la ciudad de Río Grande, Tierra del Fuego, 2006, páginas 415 a 422.
El presente trabajo describe las experiencias de las tareas de conservación y restauración hechas en las excavaciones arqueológicas del convento de Santa Catalina de Sena ubicado en San Martín y Viamonte, de Buenos Aires, en junio de 2001.
Las obras de remodelación del convento, para instalar Casa FOA, motivaron al Gobierno de la Ciudad por intermedio de la Dirección General de Patrimonio a realizar la supervisión arqueológica de lo que se hacía allí, lo que incluyó las tareas que se desarrollan en esta ponencia. Los trabajos se dividieron en tres etapas: la primera, fue la organización antes de la excavación; la segunda, abarcó las tareas in-situ y por último, las intervenciones en el Centro de Arqueología Urbana.
Se destaca la inserción de este tipo de procedimientos a nivel oficial, el trabajo interdisciplinario y el contacto con materiales únicos por su antigüedad y tipología en la historia arqueológica de la ciudad.
El Convento
La construcción del edificio comenzó en el año 1738 y fue realizada por Juan de Narbona sobre planos de Giovanni Blanqui (Millé 1955). El proyecto incluía la iglesia y dos claustros. Las primeras monjas llegaron desde Córdoba en 1745 y se instalaron en el primer claustro e iglesia. El segundo claustro fue ocupado cuando se finalizó su obra en 1755. Durante esos diez años de diferencia entre la construcción de un claustro y otro las monjas utilizaron unas letrinas construidas provisoriamente en un pasillo del primer claustro ya que los baños o los entonces llamados “lugares comunes” estaban proyectados para estar ubicados en el segundo claustro. Uno de los sectores de la excavación fue justamente este sector encontrado cuando un albañil picando un zócalo perdió su cortafierro en el pozo de las letrinas.
Durante la excavación este sector fue llamado “bóveda” por la estructura que sostenía el pozo. El otro sector de donde se rescataron objetos fue llamado “zanjas” ya que recorría todos los sectores donde se instalaron las cañerías e instalaciones nuevas durante la remodelación.
Tareas antes de la excavación
Una buena organización previa a la excavación optimiza tiempo y recursos. Luego de una primera visita al lugar y contando con la información necesaria sobre materiales y mano de obra se prepararon las herramientas, material para embalaje y siglado, iluminación y elementos de seguridad. En Santa Catalina contábamos con energía eléctrica, baños y dos oficinas en el segundo piso que compartíamos con otra empresa contratada para la obra. Una de esas oficinas fue usada como depósito provisorio de materiales donde permanecían bajo llave y en condiciones medianamente estables de temperatura y humedad.
La excavación
Las obras de arquitectura incluyeron varios gremios y fue el arquitecto Marcelo Magadán especialista en patrimonio, quien recomendó la supervisión arqueológica. Casa FOA se puso en contacto con la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de la Ciudad que lleva adelante un programa de Arqueología Urbana y envió a su equipo dirigido por Daniel Schávelzon.
El primer rescate fue un aljibe en el patio del claustro de inicios del siglo XIX (Schávelzon, 2001) que en esos momentos era usado como macetero. Se retiraron las plantas y la tierra del brocal y se limpió el piso adyacente al aljibe, donde se descubrió un piso de ladrillos colocados en forma circular alrededor del brocal. Tanto la restauración de los mármoles como la liberación de tierra de la cisterna inferior están a la espera de ser ejecutadas. La intervención fue muy oportuna ya que los albañiles estaban levantando el piso del patio central y no iban a dudar en retirar el pasto con el ladrillo debajo. Se colocó una cinta perimetral para delimitar el sector a preservar.
Durante los primeros días se trabajó en forma itinerante recorriendo las zanjas en los claustros y patios limpiando superficialmente los materiales y embalándolos en doble bolsa de polietileno indicando el origen del hallazgo y separando el material óseo del inorgánico.
Cuando se comenzó a trabajar en el pasillo donde estaba la bóveda nos instalamos en ese sector y se hacían recorridos periódicos por las zanjas. Los plomeros colaboraron con nuestra tarea ya que nos era imposible estar presente en todas las zanjas que estaban abiertas en la media manzana que ocupa actualmente el convento. Cuando encontraban algún fragmento nos llamaban, los arqueólogos ubicaban el hallazgo y nosotros hacíamos nuestra parte.
La función de los conservadores in-situ fue minimizar el impacto post-excavatorio que sufrieron los materiales cuando salieron de la tierra. Los materiales orgánicos son más sensibles a estos cambios ya que la mayoría de ellos son higroscópicos, absorbiendo agua y produciendo un cambio en sus dimensiones (Stanley-Price, pag. 34). Teniendo en cuenta esta característica fueron secados muy lentamente para evitar fisuras por pérdida brusca de humedad. Según el estado de conservación, algunos más deteriorados fueron embalados con la tierra circundante para mantener sus condiciones estables.
Los huesos fueron embalados por separado haciendo pequeños orificios en las bolsas para evitar la condensación de agua dentro de las mismas y facilitar el secado lento.
Para tener una idea de las dimensiones del trabajo se trataron aproximadamente 2600 fragmentos óseos y 1200 de cerámica, metal y vidrio.
Los materiales inorgánicos no porosos como el vidrio y el metal están expuestos a cambios químicos por reacción de sus componentes con los del suelo. En el momento del contacto con el aire entran en juego otras variables que generalmente aceleran estos procesos. Por esta razón se embalaron con la tierra que los rodeaba y se los envolvió con espuma de polietileno de poco espesor y en cajas rígidas para evitar daños mecánicos.
Se controló en forma especial la seguridad del grupo de trabajo con el uso de guantes y cascos y previniendo los riesgos dentro de una obra de esas dimensiones y características donde distintos gremios realizaban sus tareas. Se constató la aplicación de la vacuna antitetánica ya que el riesgo de lastimaduras es alto y constante.
La tarea más engorrosa era llevar todos los materiales de la excavación diariamente al depósito al segundo piso por escalera, esquivando los cables y palas mecánicas que circulaban haciendo el movimiento de tierra.
La tarea más gratificante era embalar la gran variedad de objetos, tanto en cronología como tipología, con respecto a otros sitios de la ciudad.
En el depósito provisorio se colocaron las cajas sobre listones de madera para aislarlas del piso y se preparó una con los objetos más significativos y en buen estado de conservación para exhibir en los casos que fue solicitado.
Para el traslado de los objetos fue necesario hacer un inventario de los mismos, numerar las cajas y pedir un permiso para retirarlos del lugar con copia para el director general de la obra. Se contrató un flete y se acompañó personalmente a los objetos hasta su destino. En Ciudad Universitaria se bajaron las cajas y se trasladaron hasta el Centro de Arqueología Urbana ubicado en el cuarto piso del pabellón número 3.
Durante el traslado hay muchos factores que pueden provocar daños mecánicos, por eso es importante que el tamaño y peso de las cajas sea de fácil manipulación y que los objetos estén protegidos y trabados de movimiento dentro de las mismas.
Tareas en el laboratorio
Laboratorio es una expresión optimista sobre un lugar, donde con pocos recursos, tratamos de llevar a cabo un proyecto donde la conservación y restauración vayan de la mano con la arqueología.
Se desembalaron las cajas y se limpiaron todos los fragmentos. La mayoría de los mismos se lavaron con agua corriente y se dejaron secar lentamente. Los elementos cuyo estado de conservación no era bueno o cuya materia prima podía producir deterioros en contacto con el agua se limpiaron por vía seca con cepillos de pelos suaves, pinceles y estecas. En todo este manipuleo de fragmentos se tuvo muy en cuenta la procedencia de los mismos ya que este es un dato que debe acompañarlos durante toda su existencia. Un objeto perdido es solamente algo que podemos ver, en cambio uno identificado tiene datos concretos y potenciales a investigar.
Muchas veces, durante la limpieza, ya comienza el descubrimiento de formas, materias primas o simplemente dudas. A este proceso se lo denomina “limpieza investigativa” (Cronyn, pag. 6). Los arqueólogos fueron los encargados de identificar y explicar la presencia de los fragmentos en el sitio. Aquellos objetos cuya significación estética, histórica, religiosa o didáctica era relevante fueron seleccionados por los arqueólogos para ser restaurados.
Del sector de la bóveda se retiraron una gran cantidad de fragmentos de cerámica que se agruparon según color, porosidad, textura y espesor. Se armaron tinajas y lebrillos de cerámica de baja cocción. De las zanjas se armaron objetos de loza, gres y porcelana. Hubo 45 fragmentos de cerámica pintados a la cal con una tonalidad verde que pasaron a ser una vasija hispano indígena cuya estructura se reforzó con una varilla de acrílico.
Los distintos tipos de mayólica, loza y porcelana también se trabajaron con el mismo criterio.
En algunos objetos de cerámica se realizó reintegro de faltantes. Los mismos fueron hechos con yeso y cola y tonalizados con colores al agua. Esta intervención fue mínima, y en los sectores donde la estructura de la pieza estaba en riesgo. Hubo un caso de fragmentos de un plato de mayólica francesa que se reconstruyó totalmente debido a dos factores. Su valor arqueológico era importante y algunos fragmentos quedaban sueltos después del montaje, razón por la cual se decidió mantenerlos unidos al resto con reintegros.
Antes de aplicar el color, los reintegros se consolidaron con Paraloid B72 al 5% diluido en acetona técnica y luego se aplicó el color haciendo un acercamiento cromático entre el material original y el agregado. El criterio es unir visualmente ambas partes, que sean diferenciables a simple vista y que la mirada vaya primero hacia la parte original.
En los objetos que ya eran seleccionados con fines expositivos se tuvo en cuenta el acabado para unir visualmente ambas partes ya que el brillo de una loza es distinto al de una cerámica hispano-indígena. Para dar brillo se usó la resina acrílica Paraloid B72 en distintas concentraciones. En el caso de las lozas el reintegro cromático se hizo con pintura al acrílico que tiene un acabado semimate.
Todos los materiales utilizados para la restauración son reversibles, es decir que son factibles de ser retirados por una mala intervención o para realizar futuros tratamientos.
Tenemos que pensar que el fin es conservar los objetos de la mejor forma posible y dando la posibilidad de ser tratados en el tiempo con mejores materiales o técnicas, las que van cambiando y mejorando día a día.
Los objetos de metal se limpiaron de forma mecánica o con electrólisis (Cronyn, p.174) Para su protección se utilizó cera microcristalina diluida en trementina.
El caso de una olla con incrustaciones de cerámica hispano-indígena y vidrios nos vedó el uso de la limpieza electroquímica ya que estos elementos incrustados daban datos cronológicos más importantes que una limpieza preventiva. Así vemos como no hay procedimientos rígidos para un objeto o material sino que hay casos particulares que deben ser analizados. Las decisiones son más seguras interconsultando con el equipo de trabajo e investigando en caso de ser necesario.
El vidrio se lavó y algunos fragmentos fueron adheridos.
Para las adhesiones se utilizaron adhesivos reversibles y compatibles con el material a pegar. El adhesivo tiene que ser estable y debe ser elegido de acuerdo al material, peso y porosidad de lo que se va a pegar. Como regla general se utilizó Paraloid B72 para cerámica de baja cocción, loza y vidrio, cianocrilato para porcelana, y uno a base de acetato de celulosa para gres.
Todos estos procedimientos fueron documentados en fichas técnicas con dibujos o fotografías, detallando materiales, recomendaciones e identificación del operador. La documentación es imprescindible, debe acompañar al objeto y tiene que ser de fácil acceso para la consulta.
Para el siglado de los materiales se comenzó con los que iban en préstamo para el museo de Casa FOA. El tiempo nos corría y todo objeto que sale para una exposición debe estar identificado y asegurado.
Con las siglas SC más un número que identificaba la procedencia de la zanja o bóveda se marcaron los objetos, eligiendo lugares de fácil acceso para la lectura pero de poco manipuleo. Antes de colocar los números se protegió la superficie con esmalte acrílico y lo mismo se hizo después de colocado el número.
Todos los elementos posibles se numeraron en la base, siempre que no hubiera roces.
Las monedas, en el embalaje sin tocar el metal.
Los elementos pequeños y repetidos, como por ejemplo fragmentos de vidrios planos, se siglaron en lote; los pequeños y significativos, como por ejemplo un punzón hecho con un resto óseo, por separado y en el embalaje. Los frágiles por caja, como por ejemplo la gran cantidad de láminas de mica. Para los objetos de metal se colgaron etiquetas plastificadas con tanzas.
Los materiales que se eligieron para exponer en Casa FOA fueron los más significativos y en mejor estado de conservación. Se embalaron en cajas rígidas con espuma de polietileno.
Se hizo un inventario identificando cada pieza por su número, descripción y estado de conservación y después de muchas recomendaciones se hizo firmar un duplicado como constancia y registro de los objetos retirados.
Dentro de Casa FOA hubo dos sectores de exposición, uno el museo en el primer piso y otro en el sector de la bóveda donde se colocó un piso de vidrio a través del cual se podía ver el lugar excavado. Allí se instalaron luces y se colgaron objetos de hierro rescatados para que los visitantes pudieran asociar los materiales con la excavación como un recurso didáctico y de amplio impacto visual. Esta tarea estuvo a cargo del arquitecto Guillermo Paez quien tuvo en cuenta no sólo el aspecto estético sino también los criterios de conservación correspondientes para las piezas y el sitio.
Durante uno de los primeros días de la excavación el arquitecto Magadán nos trajo una caja con un conjunto de objetos rescatados de diferentes lugares dentro del convento, los que habían sido abandonados hasta el momento que comenzó la obra. Fragmentos de azulejos Pas de Calais y de mayólicas que decoraban el coro, herrajes incompletos, papeles y un conjunto de exvotos de metal, principalmente de aleaciones con plata.
Todos estos materiales fueron liberados de sustancias extrañas y catalogados por los arqueólogos. Con los exvotos se decidió seguir trabajando más profundamente por su gran valor simbólico y visual.
Los exvotos son por lo general figurillas de metal con imágenes humanas o de alguna parte del cuerpo u órgano, o con forma de animal o de casa; son ofrendados por los fieles al hacer un pedido en la iglesia o en recuerdo y agradecimiento por un beneficio recibido. Algunos llevaban una cinta de color celeste o roja para atarlos como un dije. Con todo este material se montó una vitrina de pared, rescatada en la Facultad de Arquitectura, que formaba parte del antiguo mobiliario del edificio. Los exvotos fueron limpiados en profundidad y colgados con tanza dentro de la vitrina. Se colocaron carteles explicativos y una foto antigua de la iglesia. La vitrina antigua de madera y vidrio también fue restaurada.
Otro rescate importante fue parte del piso del atrio de la iglesia que fue retirado, paradójicamente para la restauración. Son piezas de gres que ensambladas forman un dibujo geométrico en el piso. Estas piezas fueron liberadas del mortero y embaladas. En dos oportunidades que fueron expuestas se rearmó sobre la base de las fotos tomadas antes de su extracción.
Para los materiales que fueron a la reserva técnica se eligieron para el embalaje cajas de cartón reforzado de dos tamaños. Las más grandes con tapa para los objetos de mayores dimensiones y las pequeñas para objetos o materiales de menor porte. Todas las cajas del depósito tienen una etiqueta con un número correlativo y una reseña escrita del material de más consulta. Además hay un índice para acceder más fácilmente a las cajas, ya que desde 1985 hasta la fecha se han estudiado materiales que están ubicados en casi 1000 cajas que nos rodean por doquier.
Para el embalaje definitivo hay que utilizar indefectiblemente materiales que no provoquen deterioros en las piezas. Los materiales se envolvieron con espuma de polietileno o se colocaron en bolsas de polipropileno para evitar el contacto directo con la acidez del cartón de las cajas.
Conservación preventiva
Aunque los temas de Conservación Preventiva deben estar incorporados en todo acto de restauración, mucho más aún en el transporte, embalaje y depósito de los objetos. En el Centro de Arqueología Urbana no contamos con un sistema de control de temperatura y humedad relativa, pero las fluctuaciones de estas variables no son tan bruscas ya que el lugar físico es un sector interno sin contacto directo con el exterior. El control de plagas está a cargo de la Facultad y es eficiente.
La inspección periódica de los materiales es un procedimiento económico y posible. En la manipulación está el factor de riesgo más importante ya que la falta de espacio y de estanterías adecuadas hace factible la posibilidad de más accidentes. A pesar de estos inconvenientes hay decisiones que se pueden tomar para mejorar la situación. En el momento que es posible comprar material para trabajar es importante tener prioridades y elegir un sistema que podamos sostener. Teniendo en cuenta estos aspectos, con perseverancia y con la conciencia del aporte que la conservación hace y puede hacer dentro de la arqueología, se lleva adelante un proyecto que lentamente va creciendo. Se recibe la colaboración inestimable de personas que trabajan ad-honorem y haciendo pasantías, provenientes de carreras afines e interesadas en el patrimonio cultural de la ciudad.
Hay un archivo fotográfico de la excavación y de los materiales, como así también las fichas técnicas de las restauraciones y los informes preliminares y definitivos que están accesibles para la consulta.
Como un aporte interdisciplinario se construyó una maqueta del sector excavado que será expuesta en el convento.
La Dirección General de Patrimonio solicitó una publicación sobre los trabajos en Santa Catalina que está próxima a ser editada. Allí se incluyen los trabajos de conservación explicando la importancia de este trabajo dentro de la arqueología.
Como conclusión, Santa Catalina fue un sitio donde a nivel oficial se pudo desarrollar todo el proceso de conservación y restauración: organización, tareas en el sitio, en el laboratorio, documentación y publicación. La Conservación Preventiva nunca termina, ya que es una tarea constante y necesaria para la preservación de los objetos excavados.
Tenemos que tener presente que todo fragmento rescatado es único e irreemplazable, es parte de un objeto real o potencial y a su vez parte de un contexto que forma parte de nuestro patrimonio cultural.
Siendo conscientes de esto, es nuestra responsabilidad como participantes de un proyecto arqueológico histórico hacer todo lo posible para conservar el material excavado e incluir este tipo de tareas, tomando las decisiones adecuadas para poder llevarlas a cabo.
Las excavaciones en Santa Catalina son un caso concreto donde, a pesar del contexto crítico cultural y económico de nuestro país, fue posible un trabajo interdisciplinario con resultados positivos.
Participaron en los trabajos en Santa Catalina:
Daniel Schávelzon, Mario Silveira, Guillermo Paez, Patricia Frazzi, Patricia Riádigos, Marina Ojero, Luis Eastman, Claudia Calcedo, Matilde Montes, Silvia Alvarez, Andrea Caula, Gisela Kort y Alberto Boselli.
Bibliografía
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Barrio, Néstor, Limpieza, Apunte de Cátedra Técnicas de la Conservación-Restauración, Buenos Aires, marzo de 2002.
Calvo, Ana, Conservación y restauración, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1997.
Cronyn, J. M., The Elements of Archaeological Conservation, Routledge, London and New York, 1990.
Frazzi, Patricia, Conservación preventiva para objetos arqueológicos históricos en contextos urbanos, Estudios Ibero-Americanos, PUCRS, V. XXVIII, nn.2, p. 955-111, Porto Alegre, Brasil, diciembre 2002
Porta, Eduard, Montserrat, Rosa M., Morral, Eulalia, Sistema de documentación para museos, Departamento de cultura de la Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1982.
Stanley-Price, Nicholas, La Conservación en excavaciones arqueológicas, ICCROM, Roma, 1984.
Schávelzon, Daniel, Santa Catalina de Sena: Informe preliminar de los trabajos arqueológicos, Buenos Aires, julio 2001.
–Excavaciones arqueológicas en el convento de Santa Catalina de Sena, 2002
Silveira Mario, El convento de Santa Catalina (Buenos Aires). Sus comidas del siglo XVIII vistas por la zooarqueología, manuscrito, 2002
UNESCO (autores varios), La conservación de los bienes culturales, UNESCO, Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Suiza, 1969
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