Los años iniciales (1902-1937)
Nacido en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1902, tuvo su primer contacto con la producción cultural durante el colegio secundario que cursó en el Colegio Internacional de Olivos, donde se recibió de bachiller en 1920. Un año antes había organizado y dirigido una pequeña revista estudiantil llamada Páginas. Fue merecedor de la medalla de oro al mejor alumno, lo que ya mostraba una temprana disposición a la educación y al estudio. Después del bachillerato estudió arquitectura, egresando de la facultad en 1927.
Su primer trabajo estuvo relacionado con la docencia secundaria: en 1923 dictó un curso ad-honorem —siendo aún estudiante de la facultad— en el Colegio Nacional Guillermo Brown, de Adrogué, colegio donde continuó trabajando gran parte de su vida. El curso se llamó, no casualmente, Historia Argentina y Americana. Pero pasarían aún seis años para que consiguiera ingresar como profesor de matemáticas en 1929, materia que dictó durante los siguientes tres años. La dejó al hacerse cargo de la cátedra de Historia de la Civilización que dictó hasta 1950. En 1938 obtuvo también una plaza para enseñar Historia del Arte en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, que conservó hasta fines de 1941. Su dedicación al secundario como profesor se cerró con otros dos años de clases —entre 1948 y 1949—, cuando dictó en su colegio secundario, en Adrogué, la materia Dibujo. A partir de allí abandonó definitivamente este colegio, al que estuvo ligado durante casi un cuarto de siglo, para tomar el cargo de director, durante siete meses de 1956, mientras la Revolución Libertadora le devolvía su cátedra universitaria que le fuera quitada un año antes.
En estos años tempranos, su interés por el mundo cultural se fue acrecentando, aunque era evidente, por sus actividades múltiples, que todavía no se había entregado a la temática de la arquitectura americanista. Por el contrario, su primera conferencia pública en el colegio nacional trató sobre Beethoven y fue publicada en un pequeño folleto de 16 páginas. Al parecer fue muy aplaudido, ya que la charla estuvo ilustrada con música de cámara en vivo. Poco más tarde la repitió en otros sitios de su misma zona. En ese año de 1932 dictó otra conferencia sobre El arte oculto del cristianismo, que él mismo editó en un folleto.
Pero su interés principal radicaba sin duda en la arquitectura: el hacer arquitectura, tanto en obras públicas como privadas. Con ese objetivo entró en 1928 en dos reparticiones públicas: la Dirección General de Obras Públicas de la Nación y el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, donde hizo los proyectos y dirección de varias obras, paralelamente a algunas otras que se le encargaron en esos años. Entre estas últimas podemos citar las casas de Ernesto García, de Santiago Fabiani, de Oscar Suárez Caviglia y de Eugenia Martínez de García, todas en Adrogué (entre 1928 y 1931). También levantó un taller gráfico —de Sozzo y Guardamagna—, y los Almacenes El Sol, en la misma localidad. Su obra más importante en esos años fue la Iglesia de Cristo Crucificado en el cementerio de La Plata, iniciada en 1929 y terminada sólo cuatro años más tarde. Para el Ministerio de la Provincia proyectó cuatro obras más: el Cuartel de Gendarmería Montada de Avellaneda (1928), el Cuartel de Bomberos Voluntarios de Ensenada (1929), el Instituto Bacteriológico Melchor Romero (1929) y el Mercado Municipal de Ensenada (1930). Para su trabajo en la Dirección General de Arquitectura construyó la Escuela de Artes y Oficios en Juárez (después pasó a ser el Instituto Tutelar), la Subprefectura de La Paz (Entre Ríos), hizo las reformas al edificio de la Escuela Normal de Gualeguaychú y varios pabellones menores del Hospital del Milagro, en Salta. En esta localidad proyectó también el basamento del Monumento a Güemes y su entorno inmediato, una obra de alto impacto paisajístico.
También recibió algunos encargos como contratista para el mismo Ministerio: primero los talleres y garaje de la Policía Federal, dos pabellones para tropa y diez para caballos en el nuevo Cuartel de la Policía Montada y, su obra más importante, la ampliación del Departamento Central de Policía, todo esto en la Capital Federal. Luego hizo la ampliación de los talleres de la Escuela Industrial Otto Krause. Básicamente, esta fue toda su carrera como arquitecto hacedor de edificios modernos, a excepción de su propia casa construida más tarde, en 1947, también en Adrogué, y una casa en Caracas, de 1938, para el señor Carlos Moller, en la Urbanización San Bernardino.
Los años de la Comisión Nacional de Monumentos (1935-1947)
Esta etapa de trabajo está centrada en un profundo cambio operado en Buschiazzo, que lo llevó rápidamente a una dedicación exclusiva a la historia de la arquitectura argentina y latinoamericana. A partir de 1935 es posible observar que todos sus esfuerzos, sus intereses y sus logros se dan en ese único cauce. Deja definitivamente la construcción y el proyecto de edificios para dedicarse únicamente a esta actividad.
El primer paso imprescindible fue su nombramiento como Profesor Adjunto en la que todavía era Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, para dictar el primer nivel de Historia de la Arquitectura. Esta designación la logró gracias a tres años consecutivos —desde 1933—de dictar el curso paralelo libre de esa materia en la facultad. Desde allí estableció las bases para ir cimentando un trabajo de iniciación en el interés histórico de varias generaciones de arquitectos. No le fue fácil, ya que la introducción de la temática latinoamericana no fue bien recibida por muchos de sus colegas, quienes se negaron a dictarla en el segundo nivel. Salvo alguna rara excepción, su interés por nuestra arquitectura era visto como una rareza, incluso muchas veces como la subversión de un supuesto orden establecido desde hacía medio siglo. Su nombramiento de titular tardó cinco años, llegando en 1941, cuando debía dictar el segundo curso. En ambos casos ganó el nombramiento en concurso abierto.
Paralelamente a la cátedra, Buschiazzo inició una serie de publicaciones en forma de artículos y folletos, donde se fueron presentando paulatinamente los avances que él mismo iba produciendo dentro de la temática latinoamericana. He logrado ubicar 16 trabajos de este tipo anteriores a 1946, gran parte de ellos publicados por una editorial alemana llamada Beutelspacher, de discutida acción en el país en especial en los años de la Segunda Guerra Mundial. El primer artículo está dedicado a un “Panorama histórico de los Estados Unidos a través de su arquitectura”, publicado en La Plata en 1934; le siguen “La arquitectura colonial del Cuzco”, “Las viejas Iglesias y conventos de Buenos Aires”, “El Aleijadinho”, otros sobre arquitectura de Bolivia, de Santa Fe, Venezuela, Santo Domingo, Colombia, “La arquitectura popular religiosa argentina”, un estudio muy importante sobre “La destrucción de nuestros monumentos coloniales”, sobre Salta y un estudio sobre planos coloniales hecho con Guillermo Furlong. Esta larga serie de trabajos monográficos, con ánimo tanto de divulgar como de profundizar, le abrieron puertas importantes en todo el continente.
También escribió varios artículos de interés en el Boletín de la Comisión de Monumentos: trataban generalmente de edificios de importancia en los cuales se hacían restauraciones, como San Lorenzo, La Catedral, la Iglesia de Yavi, los Cabildos del interior, o de temas más amplios como la restauración de la ciudad de Williamsburg o la legislación francesa sobre monumentos. En 1938 fue designado, por expresas instrucciones de la Presidencia, para hacer un inventario patrimonial y un catastro de los edificios históricos de todo el país. Este fue publicado por la propia Comisión, primero en 1939 y en una segunda edición en 1944. Compilaba los datos básicos y planos de todos los edificios o conjuntos declarados monumentos nacionales hasta esa fecha.
En 1940 salió a la luz su primer libro, paso fundamental para consolidar su posición, que Buschiazzo estaba ganando como cabeza de un movimiento inusitado para la historia de nuestra arquitectura. En la senda marcada por personalidades como Martín Noel o Angel Guido, Buschiazzo mostraba una forma de trabajo profundamente académica, de metodología rigurosa, crítica y seriamente comprometida con la preservación de los monumentos que estudiaba. Mucha distancia había con Guido, Noel y otros que discurrían largos discursos sobre el tema, pero que estaban más interesados en crear una arquitectura neo-colonial que en preservar lo realmente colonial. Creo que el antecedente más próximo era el viejo Juan Kronfuss.
Su primer libro, titulado La arquitectura colonial en Hispanoamérica, fue publicado por la Sociedad Central de Arquitectos, en una edición cuatrilingüe. El mismo año fue premiado con Medalla de Oro en el V Congreso Panamericano de Arquitectos realizado en Montevideo, donde Buschiazzo tuvo un papel muy destacado. Inmediatamente fue invitado por la Academia Nacional de Bellas Artes para escribir algunos volúmenes de su serie sobre arquitectura nacional, en gran formato y con amplias ilustraciones. Publicó en forma de seguidilla el de La Catedral de Córdoba (1941), La Iglesia de la Compañia de Córdoba (1942), Por los valles de Catamarca (1942), La Catedral de Buenos Aires (1943) y La Iglesia del Pilar (1945). Como si esto fuera poco, editó libros fuera de la Academia, comenzando con su Buenos Aires y Córdoba en 1729 (1941), que incluía un estudio de las cartas de los padres Gervasoni y Cattaneo del siglo XVIII. Escribió luego uno de sus libros más difundidos: Estudios de arquitectura colonial en Hispanoamérica (1944). Poco más tarde salió editada su pequeña síntesis titulada De la cabaña al rascacielos (1945), donde volvía a su vieja preocupación por la arquitectura de Estados Unidos; simultáneamente, la editorial Emecé lo publicó en una edición en inglés.
Esta etapa de publicaciones se cierra cuando Buschiazzo colabora en la obra monumental dirigida por Diego Angulo Iñiguez, titulada Historia del Arte Hispano-Americano, editada en tres grandes volúmenes por Salvat de Barcelona. Aún es el libro básico sobre el tema, y fue la culminación de las posibilidades en el plano internacional de un investigador joven. Con los años este libro se ha transformado en una joya bibliográfica, muy difícil de obtener. Era la primera síntesis a gran escala de nuestra arquitectura latinoamericana, de una envergadura y característica que hasta ese momento únicamente había merecido la arquitectura europea.
En esos años realizó sus primeros viajes a Uruguay, Bolivia, Chile y Estados Unidos, donde dictó conferencias. A los Estados Unidos pudo ir gracias a una beca de la American Federation of Learning Societies, en 1941. Dictó seis clases en Yale, cinco en Harvard y otras tres en Columbia. Fue la gran oportunidad para establecer contactos personales e instítucionales que le resultaron de gran ayuda en los años siguientes. En su viaje a Bolivia en 1939, hizo la restauración de la Casa de la Moneda en Potosí, tema que volveremos a ver, ya que constituyó su única obra de este tipo fuera del país. No dejó de dictar conferencias; en esos once años anteriores a 1946 hubo —por lo menos que yo haya podido ubicar— diez conferencias, sin contar las de Estados Unidos. Las primeras se dictaron en centros culturales de La Plata, Adrogué y en bibliotecas populares, para luego pasar a museos como el Fernández Blanco y a la Academia de Bellas Artes. Cabría incluir una charla dictada en la Unión Panamericana de Washington, en la cual desarrolló un tema tan peculiar como la influencia indígena en el arte colonial americano, tema en el cual Buschiazzo participaría años más tarde en una prolongada polémica, de importancia en nuestra historiografía. A medida que su personalidad fue trascendiendo los límites de la facultad y del país, comenzó a recibir nombramientos de academias de países latinoamericanos: comenzó con la Academia Nacional de la Historia de Panamá en 1937, para recibir hasta 1946 once membresías de honor en Perú, Bolivia, Venezuela, Uruguay y Chile, incluyendo un Doctorado Honoris Causa, en 1943.
La postura de Buschiazzo en cuanto a cómo encarar la investigación fue siempre clara, aunque pocas veces consideró necesario insistir en ella; había un solo camino y era el del rigor documental. Para conocer en serio la historia de la arquitectura era necesario, mejor dicho imprescindible, abandonar el romanticismo, los alegatos insustanciales, las largas disquisiciones hechas en el aire, y reemplazarlos por planos, fotografías, antiguos documentos de archivo, dibujos firmados, descripciones de viajeros y cronistas contemporáneos. Unicamente los datos exactos, arqueológicos, reconfirmables una y otra vez, eran de fiar. Todos los demás quedaba afuera, no era útil. Era continuar y acompañar a otros pioneros como Guillermo Furlong, José Torre Revello, Juan Kronfuss o Vicente Nadal Mora. Y entre todos ellos hicieron nuestra historia de la arquitectura, abriendo el camino a la generación siguiente. Por supuesto también otros trabajaron con igual rigor metodológico, y también fueron la excepción de la regla.
Un momento en el cual Buschiazzo sintió muchos golpes contra sus posturas —en especial los que provenían de investigadores e historiadores de prestigio enrolados en búsquedas formales y no en la preservación—, fue a finales de la década de 1930. En 1940, por citar un ejemplo, las posiciones se enfrentaron públicamente en el V Congreso Panamericano de Arquitectos que se reunió en Montevideo. Allí, Angel Guido presentó una ponencia titulada Sistematización de los estudios de historia de la arquitectura, en la cual enfatizó la necesidad de impulsar los estudios sobre América Latina. Y propuso un método para investigar que rechazaba el sistema “histórico – documental” y proponía en cambio los métodos “objetivo – estético” y “subjetivo – estético”. Justificó esto con el hecho de que el método histórico – documental estricto se basaba sólo “en el fichero, el documento, el dato (…) este método es insuficiente para el total esclarecimiento de la obra de arte”. Buschiazzo, en el mismo volumen con las ponencias del congreso, incluyó un extenso estudio sobre la restauración del Cabildo de Buenos Aires, en el cual explicó detalladamente la historia del edificio y los trabajos que él llevó a cabo. En el mismo libro publicó otro trabajo titulado La conservación de monumentos históricos y artísticos en América Latina, con el que logró dar en forma suscinta un panorama global a nivel regional, que mostraba un amplio conocimiento de lo que sucedía en todos y en cada uno de los países hermanos. No necesitaba ir a la crítica directa: las obras demostraban quién estaba en el sendero que, por lo menos en ese momento histórico, era el correcto. No hay dudas que Guido tenía razón al aseverar que no era suficiente lo que se estaba haciendo, pero lo que podríamos discutir es qué era lo que faltaba, y quién en ese momento podía aportarlo. Lo que no se llegaba a entender es que no hay una sola forma de hacer historia, y que la de cada uno de ellos era válida en sí misma, sin necesidad de descalificar al otro. Asi se produjeron airadas polémicas, por ejemplo con Martín Noel, en las que Buschiazzo siempre insistía en la necesidad de hacer una historia que hoy podríamos llamar básica.
Para ir concluyendo esta etapa, por lo menos en lo que concierne a su producción bibliográfica, debemos, obligadamente, recordar los artículos periodísticos o de revistas, que con un marcado énfasis en la difusión fue escribiendo. Comenzó en 1935 publicando treinta y dos notas varias, incluyendo algunos artículos notables. Así fue cubriendo a través de La Nación, La Prensa, Lasso, Estilo, La Razón, temas como Panamá La Vieja, Santiago de Guatemala, las ruinas incaicas del Perú, Chuquisaca, la arquitectura colonial venezolana, la Casa de la Moneda de Potosí, Arequipa, Tunja, y las misiones jesuíticas de Texas y California. Sobre nuestro país fue describiendo a Córdoba, el Colegio e Iglesia de San Ignacio, Yavi, el Cabildo, San Lorenzo, la Casa de Ejercicios y las estancias jesuíticas cordobesas, entre otros temas.
En nivel de mayor profundidad realizó una síntesis de la historia de la Catedral de Buenos Aires a partir del descubrimiento del dibujo original de su fachada en el siglo XVIII, trabajo que fue publicado en el Segundo Congreso de Historia de América (1938). También para el V Congreso Panamericano de Arquitectos escribió un trabajo de enorme importancia historiográfica, titulado La restauración del Cabildo de Buenos Aires; conservación y restauración de monumentos en América (1940), que sentó parte de las bases teóricas de su trabajo de restauración en los años siguientes. Anteriormente cité su conferencia en la Unión Panamericana, en 1941. Ese mismo año se editó su trabajo en Washington, y en 1945 lo editó ampliado, en inglés, la revista de mayor prestigio del mundo en historia de la arquitectura: el Journal of the Society of Architectural Historians. Y con todo ese trabajo sobre sus hombros, se dio el pequeño lujo de escribir un artículo para La Prensa sobre “Della Quercia y Miguel Angel”, mostrando su amplia cultura universal.
Paralelamente, Buschiazzo continuaba con su labor en Obras Públicas, donde sería nombrado arquitecto asesor de la Comisión Nacional dé Monumentos y Lugares Históricos, desde que esta se creó en 1940. Allí, entre otras cosas, Buschiazzo colaboró en la publicación del Boletín con dos tareas: reseñar libros extranjeros o nacionales sobre el tema y escribir informes sobre los monumentos nacionales. Desde el Número 1 de 1938 hasta 1946, en que dejó de participar en la publicación, hizo treinta y nueve reseñas de libros publicados en México, Brasil, Uruguay, Santo Domingo, Ecuador y Estados Unidos, y por supuesto, Argentina. Sus reseñas no sólo eran descriptivas; muchas veces fueron profundamente críticas y hasta provocaron respuestas airadas. Sus Informes son catorce y es imposible citarlos a todos, aunque tratan de las obras realizadas y del estado actual de los monumentos en Buenos Aires y en el interior del país.
Podemos mencionar aquí un dato poco conocido: en 1939 fue invitado por Argentina Sono Films para actuar como director artístico en la producción de dos películas sobre monumentos nacionales, que fueron financiadas por el Ministerio de Educación. Buschiazzo se mostró interesado, ya que era una nueva manera de difundir nuestro patrimonio en forma masiva.
Pero, desde la perspectiva del tiempo, su obra más importante fue la de restaurador de edificios. Lamentablamente abandonada en 1946 al dejar la Comisión, había para ese entonces intervenido en una lista muy extensa de monumentos, diecinueve en total: el Cabildo de Buenos Aires, la Casa de Tucumán, el Cabildo de Salta, el Convento de San Francisco en Santa Fe, la Misión Jesuítica de San Ignacio en Misiones, en Córdoba en la Capilla de Mercadillo y la Posta de Sinsacate, en Tucumán en la Capilla de Chichigasta, la Reducción de Lules y la Capilla de San Ignacio en Graneros; en San Juan en la casa natal de Sarmiento y el Convento de Santo Domingo; en la Capilla de Purmamarca en Jujuy, en la casa donde falleció Sarmiento, en Asunción del Paraguay, la Quinta Pueyrredón en San Isidro, el Palacio de San José en Concepción del Uruguay, la Capilla del Señor de los Milagros en Catamarca y la estanzuela de los Echagüe en Santa Fe. Todos estos son edificios restaurados por él, aunque hay otros de los cuales se le atribuye el proyecto, como la Misión Jesuítica de San Ignacio o la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires.
Es imposible hacer aquí una revisión minuciosa de las restauraciones de Buschiazzo, ya que no todas son iguales: se hace evidente un proceso interno de crítica constante y de absorción de nuevas ideas sobre qué y cómo restaurar. Los diecinueve edificios en que trabajó se encontraban en lamentable estado de conservación; eran ruinas totales o casi totales, y la postura general de la época era la que hoy denominamos de reconstrucción y no solamente de conservación. Es decir, se trataba de volver atrás el edificio, rehaciéndolo completamente en la medida en que los datos lo permitían, pero sin dejar ruinas a la vista. El Cabildo de Buenos Aires, su obra más conocida, es buen ejemplo de esta postura: después que él mismo colaborara en la demolición de un sector para la apertura de la Diagonal Sur en 1928, quedó una arquería y parte de la fachada lateral en pie; decidió que para que el edificio quedara simétrico era necesario demoler esos restos originales, al igual que todo lo que fuera posterior a la construcción original, rehaciendo la torre, la fachada posterior y gran parte de los interiores destruidos en 1879. Es decir que la restauración implicaba una serie de decisiones tendientes a reconstruir la forma original en el sector central —la parte posterior y los laterales estaban definitivamente perdidos—, de tal manera que quedaría una construcción a imitación de la antigua, que incluía sectores originales no diferenciados de los nuevos. Pero se tomaban decisiones discutibles como demoler un sector para completar la simetría, o rehacer la torre un poco más baja y esbelta para mantener la proporción con el edificio más chico resultante. Estas decisiones no eran desacertadas, juzgadas desde la óptica de las teorias en boga en la restauración de esa época. Lo importante es que logró salvar el Cabildo, o lo que de él quedaba, poniendo en evidencia la brutalidad de aquellos grupos dirigentes que habían permitido que el más significativo de nuestros edificios fuera semidestruido.
Otro caso importante es el de la Casa de Tucumán, de la que sólo quedaba la sala donde se firmara la Independencia, en medio de una construcción moderna. Buschiazzo demolió lo nuevo y procedió a excavar los cimientos hasta ubicar los muros originales, y con la documentación del siglo pasado volvió a construir, con técnicas y materiales modernos, todo el edificio. También hizo dos trabajos fuera del país: primero, en 1939, la restauración de la Casa de la Moneda de Potosí, uno de los grandes monumentos de América del Sur; realizó el trabajo con notable pericia, ya que la obra presentaba problemas particulares distintos de los afrontados hasta ese momento. Más tarde hizo el proyecto de conservación del centro histórico de San Juan de Puerto Rico.
Más allá de analizar sus técnicas de restauración o sus conceptos acerca de cómo conservar, restaurar o reconstruir —sin entrar a discutir la modernidad o no de su forma de trabajo—, lo primero que sorprende es la enormidad del trabajo hecho en este campo. Para 1945 había hecho más obras tal vez que cualquier otro restaurador del continente. Y esto cobra mayor valor cuando vemos que después de él nadie continuó por ese camino, y aunque hubo quienes más adelante intentaron hacerlo dentro del Estado, las condiciones del país ya habían dejado de ser las mismas. La obra de Buschiazzo lo marca como un pionero, que intentó arduamente proteger y preservar el patrimonio arquitectónico del país. Lamentablemente su trabajo no fue continuado, desentendiéndose la Comisión Nacional de Monumentos de la restauración a partir de la salida de Buschiazzo; se perdió así gran parte de nuestros edificios históricos y del centro histórico mismo de la ciudad. Carlos Onetto, el único que pudo haberlo continuado, también renunció a la Comisión en 1948.
El Instituto de Arte Americano y su obra para América Latina (1946-1970)
En 1946, por diversas razones y en particular como resultado de sus diferencias políticas con el peronismo, Buschiazzo comenzó a cambiar su forma de trabajar en la historia de la arquitectura: por un lado se alejó, con renuncia efectiva en 1946, de la Comisión Nacional de Monumentos, con la cual cortó toda relación por los siguientes veinte años; por el otro, impulsó la creación de un centro independiente dedicado exclusivamente a la investigación teórica —al margen de la restauración misma—, que lo obligaba a tomar algunos compromisos políticos con los cuales no comulgaba. Pese a su enfrentamiento con el régimen peronista, el decano Otaola recibió con beneplácito la propuesta de organizar un Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, relacionado en ese primer momento con las cátedras de historia. El Consejo Superior se expidió el 24 de julio de 1946, sancionando el Reglamento Interno.
La idea de Buschiazzo de crear un nuevo centro de investigaciones incluido en la órbita universitaria y dedicado exclusivamente a la historia de la arquitectura y del arte americano, estaba basada en anteriores experiencias continentales. En vista del éxito logrado por el Instituto de Investigaciones Estéticas fundado poco antes en México, y luego por el de Montevideo —de corta existencia—, Buschiazzo planeó su nuevo sitio de trabajo. Lo había ideado como una institución amplia, cuyo trabajo se abriría hacia la cátedra y la divulgación, de tal manera que desde el comienzo mismo publicó libros y la revista Anales, la cual continuó hasta el año de su muerte; después hubo que esperar la friolera de diecisiete años para que saliera un nuevo número. Tampoco perdió la perspectiva continental: entendió el papel hegemónico que podía jugar un centro de estudios en el continente, y efectivamente logró impulsarlo en apenas un par de años de trabajo. Los libros de Gisbert – Mesa sobre pintura cuzqueña, el de Giuria sobre Paraguay, el de Conant sobre Estados Unidos y el de Soria sobre arte en Sudamérica, son todos muestra de esta postura. En lo nacional no sólo cubrió su área de mayor interés, es decir la época colonial, sino que permitió el desarrollo de estudios sobre el siglo XIX y editó varios libros sobre el tema. Por último, dos series de difusión jugaron un papel destacado: la de Arquitectos americanos contemporáneos (se publicaron ocho tomos) y la de Arquitectos argentinos (con cinco tomos publicados), en las cuales fueron incluidos colaboradores directos o indirectos del Instituto. Entre 1947 y 1970, año de la muerte de Buschiazzo, se editaron cincuenta y tres libros y revistas, además de los informes de avances y otros textos menores.
Con su desaparición se desató una larga lucha por el liderazgo, que produjo primero la diáspora de los investigadores del Instituto, luego la suspensión de las publicaciones y el abandono de la participación efectiva en la investigación, transformándose el Instituto en una cáscara vacía, en un nombre hueco durante trece años demasiado largos para nuestro país. Mientras tanto, otros investigadores que realmente supieron asumir el legado de Buschiazzo, crearon nuevas instituciones y publicaciones que fueron lentamente llenando el espacio vacante. No fue casual que tras la muerte de Buschiazzo y al suspenderse los Anales, dos años más tarde comenzara a salir la revista que los reemplazó en América Latina y en el país, editada por Ramón Gutiérrez y que aún se sigue publicando con el nombre de Documentos de Arquitectura Nacional y Americana. Si bien la tarea emprendida en 1947 era la de impulsar un centro de investigaciones, canalizando el trabajo de todo el equipo y obteniendo apoyo financiero y editorial para todos, Buschiazzo encontró tiempo para continuar estudiando y publicando sus trabajos. Además fue nombrado primero Consejero Titular en 1948, y luego Profesor Titular en la Facultad de Arquitectura de La Plata (ejerció sólo entre 1956 y 1958), años en que también se desempeñó como Director del Colegio Secundario de Adrogué, mientras después de la Revolución Libertadora se volvía a llamar a concurso para las cátedras que se habían dejado cesantes en 1955. El 25 de abril de 1957 le fue devuelta su propia cátedra junto con la dirección del Departamento de Historia, cargos que mantuvo hasta su jubilación en 1967. En ese momento fue nombrado Profesor Emérito, lo cual le permitió continuar con su cargo en el Instituto, hasta su fallecimiento.
Su obra escrita en esos años fue notable, ya que publicó doce volúmenes: en la Academia de Bellas Artes, continuó la serie de monumentos con La Estancia Jesuítica de Jesús María (1949), El templo de San Francisco de La Paz (1949), El Art Nouveau en Buenos Aires (1965). En el Instituto comenzó su labor con un trabajo nunca superado: La bibliografía de arte colonial argentino (1947), donde listaba todos los trabajos editados en el país sobre el tema. En 1959 publicó un libro pequeño sobre los arquitectos Skidmore, Owings y Merril, reincidiendo en su gran aprecio por la arquitectura de Estados Unidos. Entre 1965 y 1966 trabajó en dos libros de gran importancia en nuestro país, junto con Armando Braun Menéndez y Horacio Pando, titulados Arquitectura del Estado de Buenos Aires (1853-1862) y La arquitectura en Buenos Aires: 1850-1880, ambos editados conjuntamente con la Municipalidad de la Ciudad.
También emprendió otro tipo de publicaciones: el Instituto Panamericano de Geografía e Historia había iniciado una serie sobre monumentos en los países del continente con el auspicio de la OEA. A Buschiazzo le fue solicitado el número correspondiente a Argentina, que fue publicado en 1959; resultó ser una magistral síntesis de nuestra arquitectura desde la perspectiva preservacionista. También fue excelente su libro Historia de la arquitectura colonial en Iberoamérica (1961), editado por Emecé, y que recibió la Faja de Honor de la Sociedad de Historia Argentina. Ha sido este el pequeño libro con el cual estudió toda una generación de arquitectos en el continente. Sus dos últimos libros fueron quizás los más lujosos: La arquitectura en la Argentina y Las estancias jesuíticas de Córdoba, cuya edición incluía sobres con diapositivas (1967 y 1969).
Buschiazzo publicó en esta etapa la friolera de ciento dos artículos y prólogos. El año de apertura del Instituto coincidió con su último artículo en la Comisión: se trató de un extenso y erudito estudio acerca de “Los Cabildos del Virreinato del Río de la Plata”, su historia arquitectónica y documental. Hizo tres prólogos, dos a Vicente Nadal Mora y otro a Guillermo Furlong, todos textos clásicos de nuestra historia. Enumerar todos sus escritos sería imposible, pero podemos ir recordando el estudio de “Dos conventos de clausura en Córdoba”, inaugurando su colaboración en los Anales que él mismo dirigía (1950), “El plano para un hospital para San Juan de Cuyo” (1951), “La fachada de la Catedral de Buenos Aires, La Casa de la Virreina” y “El templo y convento de Santo Domingo”, todos de 1951. En 1952 inició una investigación que también causó que años más tarde se iniciara una larga polémica a su alrededor, plasmada en “Plantas curvas barrocas americanas” (1952), mientras continuaba en sus Anales con “San Javier del Bac, Arizona” (1953), “La arquitectura colonial santafesina” (1958), “La construcción del colegio e iglesia de San Ignacio de Buenos Aires” (1960), un artículo sobre el Pilar (1960) y “Los orígenes del neoclasicismo en Buenos Aires” (1966), este último también rápidamente transformado en un texto clave por muchos años y reeditado en “Nuestra Arquitectura” (número 434); “Los cuarteles del Retiro” (1968) y “El problema del arte mestizo” (1969). En este último libro, Buschiazzo definió su postura ante una de las grandes polémicas de la historia latinoamericana, referente a cómo debe interpretarse el tema de la relación entre indígenas y españoles en el arte. También incluyó en algunos números de Anales, notas curiosas y documentos raros en la sección de “relaciones documentales”.
Empezó en esos años a colaborar en varias revistas extranjeras, como Mundo Hispánico, que le publicó artículos panorámicos, diarios como La Prensa y en especial en la revista Nuestra Arquitectura. Allí incluyó varios trabajos muy interesantes, investigaciones sólidas como “El Cabildo de Buenos Aires y la Plaza de Mayo” (1963), “El Pabellón Argentino de 1889 en París” (1964), “La iglesia de San Ignacio” (1966) y otros.
Entre los congresos en que participó, hubo varios que llegaron a publicar artículos suyos en sus memorias. Recordamos el del V Congreso Histórico Municipal Interamericano de Ciudad Trujillo (1952), donde Buschiazzo estudió el templo de Santo Domingo, actual Catedral de Santo Domingo, haciendo nuevamente gala de su capacidad de historiar y presentar públicamente escritos sobre edificios ubicados fuera del país. Ese trabajo fue también publicado por la Universidad de Sevilla el mismo año. En el siguiente congreso, repetido en 1959 en Madrid, incluyó un artículo titulado “Restauración y conservación de los históricos cabildos de Córdoba y Jujuy”. En 1964, tras participar en el Congreso Internacional de Americanistas en Madrid, hizo la síntesis de un tema predilecto: “El problema del arte mestizo: contribuciones a su esclarecimiento” (1965).
Algunos estudios, por más extensos, no tuvieron cabida en revistas, de manera que fueron editados como folletos o pequeños libros, como sus estudios sobre la restauración del centro histórico de Puerto Rico (1955), que salió en dos ediciones diferentes en San Juan y en Buenos Aires: otro trabajo titulado Artistas y artesanos portugueses en el virreinato del Río de la Plata (Lisboa 1960): un estudio detallado sobre La arquitectura de las Misiones de Mozos y Chiquitos (1953), el cual, ampliado más tarde para incluir a Maynas fue publicado en Studies in Western Art (New York 1960). En el Boletín de la Academia Nacional de la Historia (1965) incluyó su única colaboración en dicho órgano: “La restauración de monumentos en la República Argentina”.
Sólo quedaría nombrar entre sus estudios más amplios, cuatro colaboraciones en volúmenes colectivos. El primero titulado La arquitectura de la República Argentina (1810-1930), fue incluido en el Volumen III de la Historia Argentina Contemporánea editada por la Academia Nacional de la Historia (1966), que más tarde fue publicado en dos tomitos muy ilustrados. Ese mismo año escribió la Historia de la Casa de la Independencia para una antología sobre ese tema (1966). Dos años más tarde, en la Historia Argentina drigida por Roberto LeviIler, se lo incluyó en el capítulo sobre arte y arquitectura colonial (1968). Para finalizar con las colaboraciones en obras generales, su estudio sintético sobre arquitectura fue incluido en la gran obra en cuatro tomos hecha por la Academia Nacional de Bellas Artes, titulada Historia del arte en la Argentina.
Todo este discurrir por la arquitectura continental siguió deparándole premios y honores. En esta segunda etapa de su vida recibió primero un Diploma de Honor en la Exposición Iberoamericana de Arquitectos de Estocolmo, la Ciudadanía de Honor de San Juan de Puerto Rico —donde hizo su único proyecto de restauración a escala urbana— (1948), y la misma distinción en Santo Domingo (1952); fue nombrado miembro de sociedades en Chile, Bolivia, la Academia de San Fernando en España, Perú, la Hispanic Society of America, la Academia de Bellas Artes de Portugal y la de México. Seis instituciones nacionales también lo designaron miembro, y obtuvo su ingreso en la Academia Nacional de la Historia (1964), un año después de haber ingresado en la Academia Nacional de Bellas Artes. La Comisión Nacional de Monumentos, a la cual estuvo ligado durante la mitad de su vida, lo designó vocal en 1963, reincorporándolo a la restauración nuevamente. Dos doctorados Honoris Causa le fueron conferidos por la Universidad Nacional Autónoma de México y la de Río de Janeiro (1953 y 1966). El ciclo se cerró con su designación como Miembro Honorario de la Sociedad Central de Arquitectos, en 1969.
Continuó dictando numerosas conferencias, aunque su interés estaba cada vez más lejos de la divulgación y más cerca de la investigación sistemática. De todas formas ha contabilizado dieciocho conferencias en Salta, Mendoza, Buenos Aires, Córdoba y Luján. Además, organizó dos ciclos televisivos en 1961 y 1962, y el ciclo itinerante de cursos de historia de la arquitectura, con las municipalidades de las provincias, en 1962 y 1963.
Fue un viajero incansable, en especial para participar en congresos, dictar cursos, seminarios y conferencias. Así viajó a Puerto Rico en varias ocasiones, a Lima, Nueva York y Washington. Fue invitado por la Biblioteca del Congreso de Washington, el Metropolitan Museum, el Laboratorio de Arte de Sevilla, la Universidad Central de Madrid, y más tarde dictó conferencias en Murcia, Granada y Valencia. En América Latina dio charlas en Montevideo, Bogotá, Río de Janeiro, Lima y Santiago de Chile. Viajó también a Italia, donde la Escuela de Arquitectura de Venecia lo había invitado a dar un seminario; a la Universidad de Georgia, a la de Lisboa y a otros varios centros internacionales. Para estos traslados obtuvo varias becas, tres de ellas dignas de recordar por su prestigio: la del Instituto de Cultura Hispánica de España, la del Ministerio della Publica Instruzione de Roma, y la Beca Rockefeller, para investigar en Austin, Michigan y Ann Arbor. También fue designado vicepresidente del XXXVII Congreso Internacional de Americanistas que en 1966 se reunió en Mar del Plata, el evento más importante del mundo en cuanto a la investigación de nuestro continente.
La obra de Mario Buschiazzo se encuadra así en un período historiográfico de enorme importancia para el país, en el cual la historia de la arquitectura se entendía como parte integral de la totalidad de América Latina. Es verdad que desde la óptica actual se podrían hacer muchas críticas a las posturas teóricas, ideológicas o sociales que sostuvo —abierta o implícitamente— en sus trabajos y en su vida; pero todas ellas quedan minimizadas frente al volumen de su producción y a la devoción con que trabajó. Sin lugar a dudas, el conocimiento de nuestra arquitectura, sin Buschiazzo, dejaría aún mucho que desear.
NOTA ACLARATORIA
Este artículo biográfico de Mario J. Buschiazzo ha sido copiado de “Bio-bibliografía de Mario Buschiazzo” de Daniel Schávelzon, publicado en la Revista de la Sociedad Central de Arquitectos, pps. 24 – 29, número 141, correspondiente al mes de julio de 1988, Buenos Aires.