Arqueología de la primera Buenos Aires (1536-1541): entre la historia y el mito
¿Es posible que una de las grandes ciudades de América Latina no sepa dónde se estableció por primera vez? Sí, esta es la gran pregunta que originó el proyecto de buscar el sitio original de la ciudad, que aunque haya fracasado y fuera necesario volver a fundarla en 1580, el sitio y el nombre quedaron para siempre. Pero desde las primeras excavaciones que hicimos en 1989 no ha sido posible ubicarla, ni en el lugar establecido por la historiografía ni en los que la arqueología ha ido postulando en base a nuevas ideas. Esta es la historia de lo que sabemos y lo que no sabemos.
En 1535 la más grande expedición jamás organizada en España estaba lista para zarpar a la conquista de la parte sur de América. El Adelantado Pedro de Mendoza había firmado una capitulación con el Rey por medio de la cual se comprometía a descubrir y asegurar una inmensa extensión de territorio, incluyendo el establecimiento fortificaciones y la conquista de una tierra considerada inmensamente rica. Sólo dos años antes el oro enviado por Pizarro desde Perú había dejado a toda Europa atónita; en consecuencia no era ilógico esperar que el Río de la Plata aportara tesoros sorprendentes. Era cuestión de ir rápido, a cualquier costo, aunque había informes como el de Sebastián Gaboto de que más al sur las cosas eran diferentes. Mucho se ha discutido si realmente lo único que buscaba –por orden secreta real o decisión propia- era un paso al Perú desde el Atlántico, lo concreto es lo que hizo. Debía explorar –y extraer los tesoros- de la región al sur del límite de la Línea de Tordesillas, donde el Río de la Plata había sido descubierto y explorado. No solamente se trataba del río más ancho del mundo, también conocido como el Mar Dulce, sino que podía llegar a ser la entrada oriental a las tierras de donde los Incas obtenían su plata –luego sería Potosí-, e incluso un paso hacia el otro océano. También representaba la posibilidad de una vía rápida de salida sin tener que dar la vuelta al continente navegando por el sur, como hizo Magallanes en 1520.
La expedición estaba formada casi por dos mil hombres y mujeres, con gran variedad de animales, provisiones y equipamiento. Se trataba de una verdadera misión de conquista armada y pertrechada y que incluía soldados mercenarios no españoles. Un miembro de esa armada, el alemán Ulrich Schmidel de Tubingia, fue quien escribió la primera crónica de Buenos Aires. Ambrosio Eusebio también fue de la partida; era un hombre modesto que escribió y envió las primeras noticias sobre estos nuevos y extraños territorios donde uno de sus compañeros había tenido oportunidad de ver “un gran fiume comme mare” 1, y donde el clima en Navidad era extremadamente caluroso, lo que les resultaba curioso.
Así la flota puso rumbo a América, pero durante el viaje varios navíos se perdieron o desviaron, por distintas razones y finalmente llegaron al Río de la Plata tras luchas intestinas que presagiaban el espíritu de quienes la componían. Era un grupo muy numeroso, demasiado para una campaña de conquista si se tiene en cuenta que eventualmente habrían de estar listos para moverse rápido en un territorio hostil, por regiones desconocidas y adaptándose constantemente a situaciones nuevas. Era una expedición de conquista mal organizada y en ese sentido debemos recordar que la primera etapa de la conquista no fue una acción oficial sino de emprendimientos privados, en que el Adelantado ponía su propio dinero y en que podía o no pedirle participación pecuniaria al Rey.
Una vez que la expedición llegó a la isla de San Gabriel, Mendoza envió un grupo para que hiciera un reconocimiento de la orilla sur; años atrás uno de ellos había navegado con Sebastián Caboto en las mismas aguas y seguramente algo recordaría. Sabemos que el grupo localizó un sitio protegido al pie de una pequeña barranca, en la entrada irregular de un pequeño río que formaba una curva en su boca, lo que constituiría un impedimento a naves enemigas; era evidente que entraban barcos de buen calado. Este sitio se eligió como cabeza de puente y área de desembarco y desde allí se iniciaron las operaciones de reconocimiento y conquista. Este río, para el consenso casi absoluto de los historiadores, ha sido identificado como el Riachuelo, cosa que muy pocos se han aventurado a discutir. De todas formas, si bien era la orilla para avanzar dentro del continente, la región era de barro y sin bosques. Si asumimos algunos puntos de vista que contradicen aquellos de la historiografía tradicional, pudiera ser que Mendoza no tuviera intención ninguna de fundar una ciudad sino que deseara establecer un asentamiento temporario desde el cual poder explorar. Todas las decisiones tomadas dan a entender que estaban más relacionadas con la necesidad de resguardar una posición en una acción militar, de protegerse contra ataques provenientes de aguas afuera y no desde tierra adentro; nadie buscaba buenas tierras de labranza o para hacer un verdadero poblado. Obviamente no se tuvieron en cuenta las condiciones del entorno y muy pronto los expedicionarios se encontrarían en graves problemas.
Mendoza se adentró e hizo contacto con los indios seminómades que hacían sus pesquerías en el área y a los que se les exigió que les abastecieran de peces y otros alimentos. Esta colaboración no duró más que unos días puesto que se negaron a proveerlos de alimentos: simplemente no podían hacerlo; no estaban asentados allí y carecían de las sólidas estructuras económicas de las culturas urbanizadas de Perú o México. Por lo tanto hubo peleas, luchas, muertos y heridos. Mientras tanto comenzaron las expediciones hacia el norte tratando de encontrar el paso hacia el Perú, luego simplemente buscando alimentos para sobrevivir. Al poco tiempo cayeron en la cuenta que su situación era desesperada: Mendoza había perdido el control y estaba enfermo de sífilis y era evidente que carecía de cualidades de líder por lo que las luchas internas hacían estragos. Todo daba a entender que la región era pobre y que también lo eran los aborígenes; no había en el lugar ni flora ni fauna suficientes como para alimentar a un grupo tan numeroso e improductivo. Los hombres comenzaron a morir en número alarmante; los expedicionarios apenas si lograban subsistir y la obtención de alimentos les planteaba enormes dificultades. Remontar el río Paraná les insumía semanas de viaje para avanzar pocos kilómetros ya que debieron llevar las naves a la sirga o arrastrarlas con cuerdas. De la primera expedición que partió en busca de comida, la mitad de los hombres murieron por inanición.
Entretanto, los que permanecieron lograron mejorar un tanto sus condiciones de vida; en realidad al ser cada día menos el problema tomaba otro cariz y se acercaban a lo que realmente la naturaleza permitía sustentar. ¿Se quedaron en la orilla cerca de sus naves?, ¿con el tiempo buscaron un sitio mejor donde instalarse? Y los historiadores han planteado múltiples versiones pero son dudas que quedan abiertas. Lo concreto es que se construyó una cabaña para Mendoza y también una simple iglesia con el maderamen de una nave, junto con una muralla de barro y pocas cabañas. Por supuesto con los años el Hispanismo histórico diría que había una “residencia” y una “iglesia”, términos grandilocuentes que pocos pudieron haber creído entendiendo lo que era esa conquista. Lo concreto es que por imposibilidad, por el fracaso de Mendoza, o por lo que fuese, el sitio quedó abandonado antes de los cinco años, en 1541, yéndose a Asunción, ciudad que sí prosperaba.
Con el tiempo dos grupos magnificaron la importancia de ese pobre fantasmal asentamiento, aprovechando precisamente la falta de datos concretos: uno –el más antiguo- estaba formado por aquellos que le habían entablado litigio a los herederos de Mendoza 2; el otro por los historiadores nacionalistas e hispanistas de principios del siglo XX deseosos de presentar una historia lo más gloriosa posible. Como la palabra “puerto” había precedido siempre al nombre del asentamiento, lo que sugiere que hasta los mismos expedicionarios lo consideraban sólo lugar donde atracar y no una aldea, permitió imaginar que eran dos cosas diferentes, entidades separadas físicamente: que habíamos tenido un puerto y además también una aldea; éramos doblemente grandiosos. Recordemos que en la región ya habían fracaso Sancti Spíritu –al parecer tres veces- y el asentamiento del río San Juan de Caboto y sus doce hombres.
Por todo esto, la primera Buenos Aires, fuera de la mitología y la exageración, tal vez no fue más que un asentamiento temporario similar a tantos otros, un cuartel de paso al servicio de una operación de conquista, una cabecera de puente, un abrigo seguro. De los escritos de Ulrico Schmidel surge que a los aborígenes se los trataba con una crueldad indecible como si no se pensara en continuar allí mucho tiempo. No tiene empacho en relatar cómo robaban, rapiñaban, quemaban aldeas y tomaban los esclavos; en cuanto a los españoles se ultimaban entre ellos por la menor ofensa. La idea de establecerse, de trabajar la tierra y de construir una ciudad jamás cruzó por sus mentes. No pescar y pasar hambre mientras se remonta el río Paraná puede sonar casi estúpido, o una simple mentira. Y esto nos lleva a la antigua controversia de la posible extensión de Buenos Aires: para algunos una ciudad con plaza, calles, iglesias y viviendas confortables que incluían la residencia del Adelantado. Para otros nunca fue más que un grupo de chozas precarias encerradas con un muro bajo de adobe.
Hay una segunda cuestión que tampoco ha sido dilucidada y que tiene que ver con la ubicación precisa de esa supuesta ciudad. Existen algunas hipótesis y una posición oficial, según la cual el sitio está en el sector sur de la parte más alta de la ciudad actual, junto a la barranca y en el punto más cercano al Riachuelo, esto es hoy el Parque Lezama. Es la ubicación oficial de la primera ciudad pero también es donde hemos hecho excavaciones y donde no pudimos encontrar un sólo fragmento del siglo XVI. La historia de esa primera Buenos Aires comenzó a declinar cuando Juan de Ayolas construyó una fortaleza en 1537 llamada Nuestra Señora de Asunción, actual capital de Paraguay, en un entorno ecológico apto para una estadía permanente basada en la recolección y la caza, con aborígenes amigables. Este asentamiento puede considerarse una muestra de lo que fue Buenos Aires porque al menos hasta 1541 no fue otra cosa que una inmensa cabaña de madera y paja rodeada por un muro de adobe 3.
En Buenos Aires los pobladores pasaron hambre y los niveles de mortalidad eran altos a tal grado que, verdad o probable mentira, se dijo que llegó uno de sus pobladores al canibalismo; así y todo un grupo muy reducido llegó a tomar la decisión de cultivar la tierra. Y después de dos años de arduos padecimientos uno de los colonos tuvo la idea de usar anzuelos y redes para pescar. El grupo de expedicionarios estaba compuesto por mercenarios y soldados no dispuestos a efectuar trabajos manuales y que por contrato debían ser sostenidos. La situación tuvo un final abrupto cuando Alonso de Cabrera tomó la decisión de seguir adelante y prendió fuego a lo que quedaba en pie de la villa. Sólo seguían con vida quizás menos de doscientas personas. Esta historia pudo haber tenido un final diferente ya que Alvar Núñez Cabeza de Vaca llegó a la villa abandonada pocos días después.
¿Cómo podría toda esta información histórica traducirse en términos de arqueología? Si aceptáramos las versiones historiográficas tradicionales, sin lugar a dudas deberíamos haber encontrado evidencias claras de una villa con arquitectura de adobe, toda suerte de restos de cultura material y obviamente, cientos de cuerpos enterrados, en algún lugar de donde se estableció que estuvo la villa. Pero si por el contrario estuviéramos dispuestos a aceptar el cuadro general esbozado hasta aquí, lo que tendríamos entre manos no sería más que un recinto cerrado con algunas cabañas o chozas, una de las cuales albergaba a la iglesia, otra un tanto más acogedora a don Pedro de Mendoza, pero nada más que sencillas cabañas rodeadas en forma irregular por un muro bajo de adobe. En cuanto a su ubicación física: aún cuando la hipótesis oficial dice que la villa ocupaba el espacio en el que actualmente se encuentra el Parque Lezama o en sus inmediatas proximidades, los estudios llevados a cabo han demostrado que de hecho que ninguna de estas versiones tienen raíces sólidas, o por decirlo de otro modo, todas ellas contienen elementos que pueden hacerlas sólo parcialmente ciertas, ya que los restos ahí no están. La documentación histórica referente a Parque Lezama, al igual que a otros sitios dentro y fuera del perímetro de la ciudad, ha sido usada en forma acrítica y arbitraria recogiendo sólo aquellas porciones de información que mejor convenían a las hipótesis que se pretendían presentar como válidas. La realidad es que de la documentación histórica no es posible extraer datos que puedan probar sin lugar a dudas dónde estaba ubicada la primera aldea, y el análisis no comprometido de todas las posiciones tomadas en esta cuestión deja la puerta abierta a tal cantidad de interpretaciones que sería necesario elegir al gusto de cada quien para decidir por una u otra. Y fue precisamente por esto que tomamos la decisión de excavar Parque Lezama sin que hayamos encontrado evidencias de objetos o restos arquitectónicos de la época, como más adelante detallamos. Basados en esos resultados, continuamos efectuando excavaciones e investigando en otras ubicaciones posibles de la primera villa, a partir de la información sugerida en la bibliografía histórica; todos fracasaron y luego se analizan.
De todas las descripciones disponibles que comparten las características de presentar una información incompleta y de ser sumamente parcas a la hora de presentar datos exactos, aquellas a las que con mayor frecuencia se ha hecho referencia han sido las de Francisco Villate, Ruy Díaz de Guzmán, Martín del Barco Centenera, Pero Hernández y Martín González, además de la ya mencionada autobiografía de Schmidel. Sin embargo, hay varios textos que no ha recibido la debida atención, o han sido leídos en función lógica del interés de cada quien. Valga de primer ejemplo el de uno de quienes estuvo y vivió en ese sitio, es decir que es un testigo presencial 4: se trata de un escrito de Antonio Rodríguez quien dijo que en ese sitio fallecieron seiscientas personas y que “carecieron de sepultura”, lo que sugiere que allí quedaron al dejar “la ciudad sepultura de muertos” cuando fue abandonada en 1541. Este dato, para la arqueología no es menor. Debemos tener en cuenta que para los compañeros de Mendoza el lugar donde estaban no tenía ni importancia ni una dirección, identidad o sitio fijo, no había necesidad de referencias geográficas precisas, no era siquiera importante y por eso nadie lo puso. Era justamente lo que Luis de Miranda destacó al decir “vivo en esta conquista”; era un sitio que no importaba dónde estaba, era sólo un lugar desde el cual “hacer entrada, penetrar la tierra, conquistar” 5.
Por supuesto que en la búsqueda de rastros de ese fantasmal poblado, estaríamos dispuestos a aceptar que el terreno donde se encuentra el Parque Lezama ha sido perturbado por las construcciones llevadas a cabo allí, algunas de ellas enormes; sin embargo no hemos encontrado un fragmento de cerámica que pudiera asociarse con el siglo XVI. Una evidencia que tiene que ver con el tema es el naufragio descubierto durante el siglo XIX la boca del Riachuelo 6; es de lamentar que después de 1926 no han vuelto a ser estudiados. También existen hallazgos ocasionales y un sitio colonial con restos indígenas reportado por Carlos Rusconi 7, pero lo hemos entendido como más tardío. Ninguna de las excavaciones arqueológicas hechas en la ciudad, que ya son muchas 8, ha posibilitado el descubrimiento de contextos arqueológicos que pudieran asociarse con la época del primer asentamiento. Incluso hemos llevado a cabo un relevamiento de arqueología de superficie en parques y plazas, incluyendo áreas abiertas sobre la vieja barranca del río, al sur de la ciudad hasta Parque Patricios, sin materiales de esa cronología 9. Sin dejar de tener presente que dichos espacios han sufrido cambios y movimientos de tierra, tampoco se halló ninguna cerámica de ese fechamiento que pudiera apoyar las hipótesis de algunos historiadores como Guillermo Furlong 10. La situación se repite en la barranca de Plaza San Martín y en otros sitios como las orillas del Tercero del Sur 11, todos lugares propuestos por la historia. Por lo tanto, o esa primera Buenos Aires no tuvo nada que ver con las ideas aceptadas, no siendo más que un mito historiográfico, o estuvo en otro sitio, o el proceso de destrucción del suelo urbano ha sido tan pronunciado que de ella no quedó ni la más ínfima evidencia. O, como pensamos ahora, las condiciones geográficas y geomorfológicas han variado tanto que ya no es factible entender la naturaleza que se nos describe en el siglo XVI temprano y la estamos proyectando donde nosotros –o los historiadores que lo hicieron- suponemos que son esos lugares.
Y todavía queda otra pregunta sin respuesta y está relacionada con el verdadero tipo de vida de su gente. Las descripciones antiguas hablan de hambre y desesperación; pero también hablan de colonos que se negaban a trasladarse a Asunción, lo que podría entenderse como unos comienzos muy duros pero que con el paso del tiempo tendió a mejorar; que la pesca y el cultivo de la tierra hicieron la vida un tanto más llevadera, o que la alta tasa de mortalidad sólo dejó a un número de colonos más a tono con lo que los recursos disponibles en el área podían proporcionar en términos de subsistencia. Pero aún cuando este tema de la muerte por inanición surge una y otra vez, podríamos también postular, que los conquistadores en realidad gozaban de una buena posición en términos de cultura material 12. La lista de productos rescatados de Leon Pancaldo y su nave hundida frente al poblado, es sorprendente: cajones de finas telas, sombreros, peines, materiales para costura, papelería, frascos, cuchillos, perfumes, plumas para sombreros, trajes, calcetines, sedas, terciopelos, encajes de Holanda, herramientas, conservas, queso, ajo, alcaparras, jabón, azúcar, pimienta, azafrán, etc 13. La historia de este evento y su venta no parece ser la de un pueblo al borde del canibalismo, sino de quienes se preocupaban por la moda y lo suntuario.
Creemos que eso, el hambre extrema y el canibalismo, es ya imposible de sostener puesto que de hecho los conquistadores jamás sacrificaron sus caballos y hacia 1580 todavía había abundancia de ellos en la región; lo mismo sucedió con los cerdos ya que a la partida se hace hincapié en los mucho que se habían logrado reproducir, y estaban los que dejaron libres en las islas del río, los que nadie volvió a buscar. ¿Es posible que la historiografía haya buscado poner énfasis en las penurias?, ¿que intencionalmente dejaran de citar las comodidades para centrarse en los sufrimientos?, ¿es factible que pueda haber otras versiones de esos mismos sucesos? La mayoría de las descripciones fueron hechas en medio de controversias y por interesados en destacar méritos personales.
La primera Buenos Aires no fue otra cosa que un asentamiento provisional sencillo, casi inexistente; poco más que un campamento al que a nadie le importaba dónde estaba exactamente. Nunca fue un poblado, ni siquiera el embrión de una ciudad; cuando el religioso Luis de Miranda escribió en 1569 su romance sobre la conquista dijo: “que era nuestra casa y lodo/ todo uno” 14. Poesía al fin, pero al parecer bien descrita. Esta mirada, diferente a la tradicional, no deja de mostrar las fisuras existentes incluso entre los historiadores que oscilan entre diferente posturas 15, que oscilan en los extremos entre Enrique de Gandía y Paul Groussac desde el inicio de la historiografía.
Cuando se estableció la primera Buenos Aires la región ya había sido explorada por varios viajeros desde 1530, entre otros por Caboto, Vespucio y Solís. Ante el asombro con que este río inmenso fue visto, los conquistadores definieron su escenario tanto como “un mar dulce” como el “padre de los ríos” 16. Por otra parte era la única opción para internarse en el continente y aproximarse por el este a la buscada sierra del Rey Blanco de la plata.
Recordemos que la ruta hasta el rico Perú se encaminaba en su derrotero directamente hacia el Río de la Plata, gigantesco, extremadamente complejo de remontar y explorar con sus mil brazos, que realmente enloqueció a los primeros viajeros por llegar a lo que hoy es Potosí. Pero una cosa era Asunción, otra cruzar las selvas hacia tierra adentro, a tal grado que fue mucho más fácil dar la vuelta por el Estrecho de Magallanes, llegar al Cuzco y luego descender las sierras hasta Potosí. De todas formas el río de la Plata seguía siendo un sitio doblemente estratégico: como guardia contra Portugal y como puerto alternativo para evitar la vuelta al continente; este tema sería crucial para Buenos Aires, para su establecimiento y existencia por los siguientes siglos 17.
Es así que en los inicios de 1536 se instaló en algún sitio de un río afluente al Río de la Plata una aldea con el nombre de Santa María de los Buenos Aires 18; era un sitio vagamente determinado pero que parece que reunía las características necesarias: lo que importaba era un sitio que permitiera reponer fuerzas para iniciar la expedición tierra adentro. No creemos que nadie haya mirado si había tierras fértiles y vientos favorables o qué pasaría si ese río crecía e inundaba sus lados. Se estaba en un universo desconocido, sin mapas, sin referencias, sin distancias. De alguna manera el propio Ruy Díaz de Guzmán, testigo presencial, lo dijo: “Considerado el sitio y lugar, por personas de experiencia ser el más acomodado que por allí había para escala de aquella entrada, determinó luego Don Pedro hacer allí asiento” 19; las palabras “escala de aquella entrada” lo dicen todo.
El primer cronista de la ciudad fue Utz (Ulrich, Ulrico, Ulderico) Schmidel (Schmidl o Faber) natural de Straubing, Baviera. Cuando se embarcó como soldado no imaginaba ser el futuro relator de estos sucesos, pero le tocaría serlo luego de sobradas peripecias y años en estas regiones. Regresó a España con veinte indios guaraníes, se trasladó luego a Amberes por temas personales y religiosos y donde, ya mayor, dejó por escrito sus memorias 20. Fue testigo y protagonista, de eso no hay duda, pero no era un literato ni pretendía serlo 21 y ese va a ser el gran problema: sus juicios son demasiado breves y simples, sin hablar de su español. Valga de ejemplo que el Pernaw es el río Paraná, o podría ser cualquier otra cosa. La versión oficial traduce sin siquiera darle mucha importancia al hecho, pero es evidente que cometió, más allá de errores entendibles y exageraciones lógicas, errores y faltantes. Desde el título mismo de la primera edición de 1567 es claro su objetivo: narrar “los peligros, peleas, escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por mar, como por tierra, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos que nunca fueron descritas en otras historias o crónicas”. El empeño en resaltar lo pintoresco del paisaje y destacar la capacidad bélica, el coraje y fuerza de su tropa llega hasta la exageración.
La primera edición de su Crónica se publicó en alemán en una colección de viajes aunque hubo otra versión en latín. El texto alemán fue hecho por Gotardo Arthus, cuya versión insertó Teodoro de Bry en la séptima parte de su Colección de viajes. En 1599 fue incluida en la colección de Levinus Hulsius, publicada en Nuremberg, a la que agregó una traducción latina. Fue aquí donde se le añadió por primera vez el retrato del autor y dos mapas del continente; pero era ya 1602. Las ilustraciones que colocó Hulsius, según él estaban en el manuscrito que usó para su edición, pero eso no puede ser demostrado. En Buenos Aires hubo varias ediciones y las sigue habiendo pero la que podemos considerar “oficial” fue en realidad la traducida por Edmundo Wernicke en 1938. El tema de la traducción no es menor ya que palabras como “fleken” es usada para un villorrio indígena o para la misma Buenos Aires, lo que tampoco es un dato menor, ya que fue traducido de manera diferente en cada caso 22.
El libro es magnífico pese a su parquedad y las exageraciones, pero el problema central en nuestro caso son las ilustraciones que en el imaginario porteño representan la ciudad. Este problema del libro de Schmidel viene desde que se incluyeron los dos grabados que muestran una ficticia ciudad siendo asediada por los indios. Es pura fantasía del dibujante, producto de un grabador alemán que ni siquiera conoció personalmente a Schmidel y jamás vino a América. Para él la expedición “estaba formada por personas calificadas y de categoría social, nobles, hidalgos linajudos, clérigos, escribanos y otros más modestos pero instruidos, como aquel contingente de holandeses que se agregó a la expedición”, y obvia decirse que él era parte de esa caterva de “linajudos” 23. Fue un cronista interesante pese a que su relato apenas hace referencias concretas. Ni siquiera pudo con el nombre ya que ni se acordaba de cómo escribir Buenos Aires. Corrigiendo y salvando la ortografía, escribió: “hemos levantado un asiento, este se ha llamado Buenos Aires; esto, dicho en alemán, es: buen viento” 24. Más adelante dice: “Y ahí mismo se levantó un asiento y una casa fuerte para nuestro capitán general don Pedro Mendoza y un muro de tierra en derredor del asiento de una altura hasta donde uno podía alcanzar con una tizona (…) este muro era de tres pies de ancho y lo que se levantaba hoy se venía mañana de nuevo al suelo”.
Al releer la crónica parecería que el envío de tropas a reprimir a los indígenas a cuatro “leguas” se hizo desde el real, pero que cosa diferente fue “el asiento y casa fuerte” que se hizo después que regresaran con sus muertos y lo saqueado. Esta dato no deja de ser importante ya que habla de que hasta ese momento nada se habría hecho. Es sólo después de eso que se habla de la casa de Mendoza, de la muralla y la iglesia. Para el simple y modesto soldado alemán, Mendoza: “había desplegado un lujo inusitado (…) La cama tenía un gran pabellón, en la pared había un estandarte de la Orden de Santiago y un crucifijo con los dos ladrones a los costados. Sobre las mesas abundaban las vajillas finísimas, los manteles y ropas de todas clases. En las arcas guardábanse otros ornamentos y los ricos trajes del adelantado. Las chozas de los conquistadores, en cambio, eran pobres, pues cada cual no tenía más que las prendas, ya rotas y viejas, traídas de España. Los capitanes de más categoría exhibían un poco más de lujo y en torno de cada choza había unos metros de terreno sembrado con hortalizas de España” 25.
Este texto es interesante en la medida en que nos habla de “chozas” y de una casa para Mendoza –que pudo tener tejas en el techo-, y que el lujo estaba en los objetos traídos desde España. Pero: ¿esto se hizo desde el inicio, después de la primer derrota o fue al final? Es decir, ¿eran cabañas y una fue mejorando de a poco?. A lo mejor cuando hubo empalizada no había casas o viceversa. Es siempre a partir de allí que Schmidel habla de “asiento”, que cambia en su propio idioma. Pero al hacer el recuento después del ataque principal de los indígenas, en que sólo hubo treinta muertos, la población parece ser ya de sólo quinientas personas. Pero a los caballos no se los comieron salvo un caso bien castigado, la caza sólo la hacían algunos encargados de ello, pocos pescaban y casi nadie sembró la tierra. Estas contradicciones se ponen en evidencia en otros párrafos, en especial ante su incapacidad de organizar la defensa.
En Ruy Díaz y en Schmidl se pone en evidencia la complejidad de transformar cifras y datos no específicos a términos actuales, como la discutida “legua”. Esto ya lo ha analizado la bibliografía con mucho cuidado 26 ya que se han usado como sinónimos millas y leguas, las que ni antes ni ahora son siquiera las mismas medidas 27. Lo interesante es que las láminas de Schmidel, pese a ser imaginarias, tienen libros dedicados a interpretarlas 28. En ellas se ve un recinto guarnecido por una sólida muralla, casas de tradición europea, una costa sin barranca pero con colinas; incluso las olas del río a los pies de la muralla son imposibles en el Riachuelo. La vegetación aparece como un páramo cuando posiblemente haya sido del tipo deltaico, como lo fue la entrada del Riachuelo hasta inicios del siglo XX. Cuando Martínez de Irala quiso rescatar la gente que había quedado, eran ya sólo ciento sesenta.
Sobre estos acontecimientos se ha recopilado una vasta documentación aunque ciertamente ésta se ve dificultada no sólo por sus deficiencias internas sino también por las diferentes lecturas que los autores han hecho. En realidad, los datos concretos son pocos y los accidentes físicos son obviados con excepción a las menciones del riacho y la barranca. No queda duda de la presencia de “un riachuelo que allí sale” como dijo Ruy Díaz, o de la barranca, o de que hubo al parecer un puerto y un “real” separados –aunque se desconoce la distancia entre uno y otro, si es que siquiera la hubo-, ya que Ruy Díaz sólo habla del riacho “del cual media legua arriba fundó una población que puso por nombre Santa María”, en una frase que, como veremos luego, puede ser apócrifa. Hernando de Montalvo escribió “Buenos Aires tiene un muy buen puerto, que es un riachuelo”, e incluso Cabeza de Vaca ubicó “la entrada del puerto justo donde estaba asentado el pueblo”. Todas son referencias discutibles en una naturaleza profundamente transformada.
El otro cronista muy usado ha sido el ya citado Ruy Díaz de Guzmán. Este no fue partícipe de la expedición de Mendoza pero vivió en Paraguay poco más tarde y debe haber conocido en persona a muchos de los que sí habían estado en estas latitudes, además de haber hecho una lectura de textos que circulaban éditos e inéditos. Por supuesto la crítica actual no sólo le ha encontrado errores y confusiones, también olvidos intencionales en relación con algunos personajes. El nombre del libro es Anales del descubrimiento, población y conquista del río de la Plata, pero desde el principio fue conocido como “La Argentina”, a similitud de poema de Del Barco Centenera. El problema central en esta crónica es que no existe la versión original y hay posiblemente veinte copias antiguas manuscritas 29, que presentan pequeñas diferencias entre sí. El que en al menos un caso se le haya añadido interlineado que el poblado estaba a “media legua”, es un tema importante, ya que si es un agregado ulterior destruiría muchas interpretaciones. Si el casi único que ha dado una distancia concreta, en realidad no lo hizo, eso sí es muy importante. Por otra parte, siempre debemos tener presente que Ruy Díaz, por más fidedigno que pensemos que fue, hablaba de oídas, es una fuente secundaria. La primera edición fue hecha en 1835 30.
En el texto mismo, y al margen de la originalidad o no de algunas frases, Ruy Díaz escribió que “Determinó luego don Pedro hacer allí asiento, y al efecto mandó a aquella parte toda la gente (…) se fue con los restantes al de Buenos Aires, metiendo los más pequeños en el riachuelo, del cual media legua arriba fundó una población (…) donde hizo un fuerte de tapias de poco más de un solar en cuadro” 31. Los datos son muy escuetos, pero lo complejo es comparar esto con otras ediciones provenientes de otros manuscritos; por ejemplo el de Asunción, donde lo que se lee es bastante diferente. La última parte del párrafo citado sería “pasó a los demás entrándolos a aquel riachuelo, que allí sale, de que antes he hecho mención y cerca de él hizo un fuerte con nombre de Santa María el año de 1536; hízose el fuerte de tapias en poco más de un solar de terreno” 32. Esto es todo lo que realmente tenemos para la ubicación del lugar.
Para continuar debemos tener muy presentes que “La comprensión de documentos, memorias y textos literarios de los siglos XVI y XVII implica un cierto grado de dificultad, que exige la consideración de varias cuestiones, puesto que pueden derivar en interpretaciones vagas, ambiguas o erróneas. Sus autores hacen uso de una lengua y una sintaxis que han sufrido sucesivas mutaciones en el transcurso de estos cuatro siglos, y emplean términos con significados precisos de acuerdo a convenciones propias de su marco temporal y cultural. Las descripciones están pobladas de adjetivos, calificaciones, y asimismo, indicaciones – norte; sur; arriba; abajo; que permiten albergar dudas sobre la coincidencia entre las convenciones actuales y los esquemas que entonces se manejaban” 33. Este párrafo nos ubica en el problema complejo que implica discutir lo que otros quisieron decir y no dijeron, o que lo hicieron de manera hiperbólica o entre frases. Ya lo hemos hecho con Ruy Díaz y con Schmidel y se repite en cada frase de cada texto. Es por eso, por la falta absoluta de datos específicos que el tema ha suscitado polémicas que remiten desde hace más de un siglo a esa enorme bibliografía una y otra vez. De todas formas es posible establecer algunas ideas que permiten despejar lo que sabemos de lo que es suposición historiográfica.
De 1836 son la primera edición local de Schmidel y de Ruy Díaz; en 1887 34 Mariano Pelliza realizó una nueva edición comparando las noticias de ambos y mencionando nuevas fuentes, como el informe de Irala a Carlos V y la Memoria de Pero Hernández. Su postura era que Mendoza se había establecido “sobre las barrancas” en “un perímetro que no pasaba de la calle Cerrito hasta las caídas del Riachuelo”, lo que indica una amplia zona en la cual no podía dar mayores precisiones. Siguieron las Notas bibliográficas y biográficas realizadas por Bartolomé Mitre a la edición de los Anales del Museo de La Plata en 1910 en donde por primera se vez valoran las fuentes relacionadas con Schmidl. En 1903 apareció el Viaje al Río de la Plata, producto del ensayo monográfico realizado por Samuel Lafone Quevedo quien abordó un gran estudio crítico 35. Aunque quizás más como primer historiador de este tema debemos recordar a José Joaquín Araujo, que usaba el seudónimo de Patricio de Buenos Aires y escribía en el Telégrafo Mercantil, quien si bien repite algunos errores de la época heredados de los cronistas, fue el primero que citó a Juan Pastor, cuyo manuscrito perdido debió ser crucial por lo poco que conocemos. Recién a finales del siglo XIX, cuando el campo de la historia estaba establecido y el país necesitaba construir una historia nacional firme, comienzan a surgir estudios que analizando los papeles antiguos, tomaron posturas. El primero fue Mariano Pelliza en 1887, quien escribió que: “aquélla población se fundó en los terrenos bajos de la margen del Riachuelo de los Navíos, cuyo cauce se extendía hasta el frente de la parte sur de la ciudad”, basado en la declaración que el teniente gobernador Francisco Ruiz Galán hiciera en 1538. Más tarde Eduardo Madero publicó, en 1892, la primer obra de peso sobre el tema 36. No era casual, era el que impulsaba y dirigía las obras del puerto, lo que lo llenaría de escándalos, fama, dinero e insultos. Hizo una compilación de gran tamaño sobre el puerto, en la que le dedicó unas páginas al sitio de la población, aceptando la idea de que fue en el bajo del Riachuelo. Usó como argumentos el que las iglesias jamás se las pudo llevar la corriente de agua si hubieran estado en lo alto, al igual que una descripción posterior que indica que la ciudad de Garay estaba en la meseta precisamente para evitar los problemas que tuvo Mendoza 37. Resulta interesante que haya asumido una postura concreta, en forma parca y poniendo en evidencia de la obviedad del asunto. Sí es de lamentar que cuando se encontraron restos de barcos y otros objetos en los trabajos del puerto, no los haya descrito ni incluido en su obra.
Desde eso y hasta 1911 nadie volvió sobre el tema; fue ahí cuando hubo un nuevo estudio, muy cuidadoso, de Aníbal Cardoso 38, quien señaló basado en sus amplísimos conocimientos, como sitio fundacional una zona alta frente al Río de la Plata ubicada en la orilla izquierda del antiguo arrroyo Tercero del Sur, en lo que hoy es el sector delimitado por las calles Chile, Perú, Balcarce, México, Independencia y Defensa. La idea no tenía soporte serio ya que el Tercero nunca fue un río ni tuvo siquiera la profundidad para que entre barco alguno, ni un bote siquiera. Si bien en este error caerían otros investigadores, dejó establecida la hipótesis más fuerte de la historiografía, la de que el asentamiento estaba en la parte alta de la barranca y alejada del puerto, en este caso siguiendo las distancias hacia el norte que daba Ruy Díaz de Guzmán, y aceptando la separación entre puerto y real. No deja de ser interesante que el mismo Cardoso miró el cauce antiguo del Riachuelo como una posibilidad, entendiéndolo como un canal entre los bancos e islas de un delta en ese entonces en desaparición, que creía alimentado y trabajado no por las aguas del mismo Riachuelo sino por las mareas y corrientes del Río de la Plata, cuyo constante desnivel se notaba dentro de la dársena sur y los diques del puerto. En 1915 volvió a reafirmar su idea en base a un estudio aun mayor y aunque usó una variada gama de informaciones, su sistema crítico fue endeble. Partía de asumir que el Riachuelo no corría bajo la barranca y que eso fue sólo un error cartográfico, que la llamada Boca del Trajinista existió siempre, que el valle del Riachuelo era inundable “y que la calidad de los conquistadores impedía pensar que pudieran cometer u error de ese tipo”, por lo que apoyaba la idea de que se establecieron en la meseta. Su publicación era un ataque a Madero y a quienes pensaban en el uso de las tierras bajas, aunque sí aceptó que Mendoza, en sus inicios, uso esa zona para puerto. Hizo uso de información geológica, histórica, arqueológica, documental y la observación directa, pero a la hora de tomar decisiones se adhirió a ideas sin sustento como definir la fecha de fundación –no se sabía el día- en base a qué santo era más propicio que otro, si esto pudiera existir siquiera. En sus conclusiones la primera es absurda, al decir que “la capacidad intelectual de los conquistadores, guerreros y marinos de noble alcurnia, nacidos y criados en ciudades y puertos de mar y conocedores de los efectos de las mareas y crecientes de los ríos. Todos los historiadores están contestes en que los hombres de la expedición de Mendoza, fueron de lo más capaz, distinguido e ilustre entre los conquistadores de Indias” 39: para completarlo aclaró que ese tipo de errores sí los podía haber cometido “un Pizarro” que era hijo de un porquerizo, no un Mendoza. De esa manera la ubicación se resolvía por las clases sociales de sus personajes.
Pese a todo las investigaciones de Cardoso fueron las más amplias de su época. Fue el primer intento de dar una ubicación concreta aunando el manejo de fuentes documentales a otras alternativas. No hace falta decir que esa es la zona más excavada arqueológicamente de la ciudad y nada ha mostrado que así sea, en tantos años de investigación. Poco más tarde publicó una extensa historia de la cuenca del Plata 40 donde vuelve a lo mismo aun con más convencimiento, haciendo hincapié en la idea aceptada de que la entrada al Riachuelo era por un canal frente a la ciudad que luego se cegó, sino que siempre existió la entrada frontal, y pese a toda la documentación en contrario.
Paul Groussac 41 será quien en 1916 establezca una idea, si bien no totalmente nueva, de que los navegantes buscaron un lugar seguro en el Riachuelo “media legua arriba” siguiendo a Ruy Díaz, y que el lugar sería la Vuelta de Rocha. Antiguamente, según él, había en ese meandro un segundo brazo que daría la protección necesaria para un pequeño asentamiento sin alejarse de las naves, aunque resultara “fofo y anegadizo del suelo”, cosa discutible. Ese sitio lo ubica exactamente, según los nombres actuales, entre las calles Pedro de Mendoza, Palos, Lamadrid y A. Brown 42. Comete suposiciones poco sostenibles que parten de una geografía local siempre igual o peor y que el suelo era inundable 43. La imaginación del autor se desbordó, incluso demasiado.
Otro aporte muy poco recordado es del historiador militar Antonio Romero al iniciar el aporte de la cultura material. En 1928 publicó un artículo que, aunque bajo otro nombre, se centraba en esto 44; en el hizo una fuerte crítica a Madero en cuanto a que haya estado en el bajo del Riachuelo, repite la desaparecida Descripción de la ciudad y virreinato que destacaba que el sitio era abajo y la segunda fundación fue arriba, critica a Groussac y su sitio en la Vuelta de Rocha y asume una postura diferente: el asentamiento fue muy grande ya que “la manía de empequeñecer todo lo relativo a la conquista, le hace discurrir en forma tal que lleva al extremo de construir en un pantano su efímera población; algo así como un criadero de ranas. ¡Mil hombres metidos en un pantano de una cuadra!”. Asume que quien tiene razón es Pelliza y, cosa bastante inusitada, entiende que el cambio geológico y geográfico ha sido fuerte; su postura es que estuvo en la parte alta, cerca del borde, aunque las iglesias y algunas otras construcciones pudieron estar en el bajo, en la entrada del Riachuelo donde pegaba la primera curva tras el antiguo recorrido frente a la ciudad. Fue el primero en considerar lo que llama “Hallazgos arqueológicos”; estos son los restos de dos barcos, armas y otros elementos que Eduardo Madero había recobrado al excavar el puerto, en Dársena Norte y en el Dique 3. Hizo un estudio detallado de cada objeto, plantea que varios han desaparecido y que nadie tomó siquiera una foto de ellos; incluso describió el contexto geológico de cada hallazgo. Era un tipo de estudio que, de haberse continuado, hubiera dado excelentes resultados ya que la ciudad aun conservaba una escala razonable y la posibilidad de preocuparse por hallazgos materiales como elementos de prueba marcaba un camino absolutamente nuevo.
En 1935 un nuevo personaje asomaría, Félix Outes, antropólogo, etnohistoriador él tendrá varias ideas: 1) para cualquier conclusión primero había que entender la topografía del siglo XVI, 2) había que conocer bien el valle del Riachuelo antiguo (entrada, fondeaderos, cauce, anegamientos, etc), 3) que el valle del Riachuelo ha variado con el tiempo, y que, 4) había que reconstruir el recorrido original del Riachuelo para ubicar en el sitio fundacional. En su estudio reconstruye la entrada original frente al fuerte, la secuencia de los pozos o fondeaderos, la protección que daba la barra o isla frente al río, y decía “es menester conocer íntimamente las modificaciones de la topografía de las tierras bajas del valle del Riachuelo”. Outes sí aceptó, aunque en realidad en una nota corta previa a su estudio mayor, que el real o asentamiento estaba en la parte alta aunque el fondeadero y primer sitio fue en la Boca. Es de lamentar que su propia aceptación de los cambios en el territorio fuera poca, casi nula, a la hora de interpretar los documentos.
En 1936 se formó una Comisión Oficial para celebrar el quinto centenario de la llegada de Mendoza 45. El mentor intelectual era el joven Enrique de Gandía, investigador de la nueva escuela documental, adalid en este tema por los siguientes cincuenta años impulsando una nueva hipótesis: Parque Lezama. La subcomisión que tuvo a su cargo la determinación del sitio estuvo formada por De Vedia, Levene (que la presidió), Torre Revello, De Gandía y Ravignani. Según como se leyeran los cronistas, Parque Lezama parecía ser perfecto ya que no había sido destruido y era factible hacer homenajes y colocar monumentos, lo que era importante para el municipio.
La obra por ellos editada en cinco grandes tomos y otro posterior aun más imponente, fue tan monumental que difícilmente alguien pudiera discutirlos 46, pese a que la Comisión firmó en disenso, tuvo sus bajas y renuncias. Pero desde ese año el parque quedó establecido como sitio fundacional; poco antes de editar sus grandes libros una nota en los diarios lo ubicaba “entre el actual parque Lezama y algunas cuadras más hacia el norte, con mucha probabilidad en el punto más alto” mostrando que la zona aun no se reducía a un área tan pequeña como el parque. Esta comisión y sus conclusiones tuvieron varios libros contemporáneos, los varios de Enrique de Gandía y uno de José Torre Revello fueron los más significativos; y póstumamente el del propio intendente Mariano de Vedia y Mitre. Juan José Nágera hizo otro pero que se editó más tarde y en notas de diario adelantó sus conclusiones. Resulta imposible citar a todos los que escribieron en esa oportunidad pero hubo libros, artículos, notas en los diarios y los que participaron en la Comisión Oficial hicieron lo que estuvo a su alcance por difundir el tema; pocas veces la historiografía porteña vio tanto escrito sobre tan poco. Uno de los más difundidos fue el libro de Torre Revello pero es de difusión, no tiene citas al pié, y en forma ligera y amena relata las peripecias de la expedición y el poblamiento de esta zona, aunque asumiendo hipótesis como verdades absolutas, al grado que es casi imposible leerlo ahora. En forma aunada entre las ideas de Cardoso y las de De Gandía, entiende que esos “magníficos caballeros”, de “majestuoso porte”, jamás hubieran hecho una ciudad en tierras bajas, sumándose a Parque Lezama como ubicación 47. De Vedia y Mitre hizo en cambio un volumen que reseña toda la historia, las polémicas y sostenía finalmente una actitud poco definida, aceptando por un lado un asentamiento primero en la orilla y luego el poblado principal sobre la lomada. Es un libro importante, le da a Outes la primacía en haber iniciado todo el movimiento que culminó en la Comisión Oficial, aunque lo dejaron fuera por sus ideas.
También en 1936 se difundió un importante documento escrito por Antonio Rodríguez 48, participante de la expedición de Mendoza, que escribió como religioso católico en Brasil sobre las costumbres disolutas de la tropa: “todos cargados de nuestra codicia llegamos con próspero viento al Río de la Plata y entramos por el río con las naves 60 leguas. Luego quisieron salir en tierra todos para edificar una ciudad y los primeros seis que salieron para ver el lugar donde se podía hacer matáronlos las onzas bravas. Ni por eso se dejó de edificar aunque cada día las onzas mataban hombres. Luego N. S. por castigar nuestra codicia y pecados, que soldados comunmente hacen, permitió venir tal hambre al real que no daba a comer a cada uno cada día, sino 6 onzas de pan. Y porque la gente por esta causa con la flaqueza no podía trabajar era muy castigada de los oficiales de la orden de la guerra porque les daban de palos y así morían cada día cuatro o cinco”. Esto resulta interesante y explica el porque casi nadie lo tomó en consideración: era portugués, criticó a los españoles y a los militares, no les vio grandeza alguna sino sus pecados, señaló que los oficiales maltrataban a la tropa hasta matarlos a palos para obligarlos a trabajar y que finalmente se fueron “dejando la ciudad sepultura de muertos”. Al Hispanismo no le gustó para nada. La historia, aunque más corta, no es diferente de la de Schmidel y si bien no aporta para ubicar el sitio, la frase de que quedaron los cadáveres allí sí es muy significativa para la arqueología.
En 1955 hubo una novedad, un libro de Guillermo Madero 49, muchas veces confundido con su predecesor Eduardo Madero, pese a que el suyo es de mucho menor categoría, y se centró en las declaraciones de Francisco Ruiz Galán. Este había hecho en 1538 una información en la que asentaba que el poblado “se construyó sobre los terrenos de la margen del Riachuelo de los Navíos”; en base a eso volvió a la doble presunción de que había pobladores arriba y debajo de la barranca, aunque las iglesias estaban abajo. Las cosas no quedaron nada claras porque los documentos no lo eran, pero sumó a su idea el que con Juan de Garay “venían en la expedición tres antiguos pobladores de la época de Mendoza, quienes hicieron ver a Garay los inconvenientes de fundar la ciudad en los terrenos bajos al margen del Riachuelo y entonces aquel eligió la relativamente alta meseta” 50. Al año siguiente apareció un artículo que creemos fundamental y que pudo, de haberse profundizado, abrir muchas puertas: escrito por Raúl A. Molina titulado El curso de los ríos Paraná y Luján en la cartografía primitiva 51. Plantea que la geografía histórica de la región había variado en forma rápida y observable y que un estudio serio de los documentos de escala regional podría mostrar la transformación sufrida por el territorio: 1) que la geografía actual es muy diferente de la antigua, 2) que el Delta ha ido creciendo y lo sigue haciendo, corriéndose hacia el sur, 3) que en los planos del siglo XVI casi no figura porque era poco significativo, 4) que el río Luján entraba directo al Río de la Plata, 5) que había otros riachos, como el Arrecifes, que se cegaron en tiempos recientes, y 6) que grandes áreas bajas aun pantanosas en la zona norte de Buenos Aires no existían. En síntesis planteaba la necesidad de revisar muchos de las hipótesis establecidas, sean las del Riachuelo, sean las de la parte superior de la barranca. El río Luján, e incluso algún otro, podía bien haber sido el “riachuelo” (nombre genérico y no propio) con una curva, en el que entró Mendoza. No era poca cosa para un artículo; obviamente De Gandía lo atacó duramente por lo que quedó rápidamente olvidado. Fue el único en más de un siglo que dijo que la solución al tema es de índole regional y no sólo local. Hacía falta, y aun es necesaria, la mirada al territorio.
En 1972 se publicó el extenso estudio sobre la historia de la Cuenca del Plata de Andrés Millé 52. Aceptó varias de las suposiciones principales, ubicó el sitio “sobre la misma costa” sin aclarar donde. En cambio una hipótesis atractiva y quizás la única innovadora después de la Comisión Oficial fue la de Guillermo Furlong, quien planteó que la otra zona que podría reunir los requisitos es la del actual Parque Patricios en el sudoeste de la ciudad, paralela al curso del Riachuelo, que quedaría dentro del radio de la media milla si la contamos desde la boca actual del Riachuelo, entendiendo que esa medida era “aguas arriba” y no millas terrestres 53. El historiador expuso en 1968 que en la zona alta –con una cota de 17 metros-, en las cercanías del Puente Uriburu, podría estar el emplazamiento de la ciudad original. Fue una hipótesis seria ya que indirectamente se relacionaba con un descubrimiento arqueológico 54, pese a que actualmente tendemos a pensar que es mucho más reciente.
Ese mismo año 1968 vio publicarse un ataque frontal hecho José María Rosa aunque, pero como era un historiador Revisionista y por ende no aceptado por los círculos académicos, no fue considerado: “Me permito contradecir el dictamen de los académicos. Eligieron el parque Lezama entendiendo que los españoles fundaban sus ciudades en lugares altos y bien elevados, y el citado parque es el sitio de mayor elevación en las proximidades del Riachuelo, donde se sabe estuvo el puerto para anclar las carabelas del Adelantado. Ese razonamiento envuelve una petición de principio, porque previamente debió establecerse que Mendoza fundó una ciudad. Una ciudad en el derecho español es una cosa muy seria: exige un cuerpo de vecinos libres, una milicia autónoma, un reparto de solares, chacras e indios, un cabildo donde los alcaldes distribuyan justicia y los regidores administren el común. Y ciertas solemnidades imprescindibles (…). En 1536 no se pensaba en ciudades en el Río de la Plata (…). Mendoza buscaba un puerto donde dejar las carabelas mayores y construir los bateles y bergantines que, a fuerza de remo y sirga, remontarían el río en busca del imperio de la Plata, su objetivo. Su hermano don Diego, almirante de la escuadra, encontró en la margen occidental un riachuelo de aguas profundas que, antes de su boca, se subdividía en dos brazos desiguales: el izquierdo, de media legua de extensión hasta la desembocadura, era apto para la navegación de buques de gran calado; el derecho se encontraba obstruido por barro y camalotes. Donde se dividían ambos brazos se formaba una ensenada de suficiente extensión y calado para contener la armada entera del Adelantado: el puerto ideal que se buscaba (…). Que el real estuvo junto al puerto lo indica la lógica. Es absurdo suponer que el puerto quedó en el Riachuelo y la fortaleza protectora en el parque Lezama, a veinte cuadras de distancia. Lo importante y primordial era el puerto; lo accesorio, la fortaleza. Casi todos los expedicionarios permanecieron en las naves y muy pocos guardias y sacerdotes habitaron las construcciones de barro del real; Mendoza mismo no abandonó su cámara en la nao Magdalena (…); Ruy Díaz de Guzmán nos dice que el Adelantado metió sus naves en el Riachuelo de los Navíos, del cual media legua arriba levantó una población que puso por nombre Santa María. Ese brazo izquierdo del Riachuelo hoy ha desaparecido; se sabe que corría por donde está la dársena Sur y el Dique Uno hasta desembocar en el Plata a la altura de la calle Independencia. Es fácil, entonces, presumir la situación del real: media legua arriba de su desembocadura nos llevaría a la ribera de la calle Pedro de Mendoza a la altura de Pinzón, donde se abría entonces el otro brazo, y único practicable ahora Allí debió encontrarse la ensenada que tanto gustó a don Diego de Mendoza, y en la ribera a la entrada del puerto, como dice Estopiñán Cabeza de Vaca” 55.
Otro aporte interesante, si bien también marginal ya que fue poco conocido o considerado, ha sido el del gran historiador mexicano Silvio Zabala quien en 1977 publicó una obra de dimensiones colosales sobre los Orígenes de la colonización en el Río de la Plata. Allí no le interesó el dónde estuvo sino que en los juicios y desde la presentación de Ruiz Galán en 1538 se habla de sementeras, es decir, de cultivos 56. Esto serviría para reducir el tema del hambre a su debida escala, entendiendo que hubo connotaciones políticas en las acusaciones entre Irala, Cabeza de Vaca y Cabrera por haber despoblado Buenos Aires. Y sí es cierto, hay docenas de referencias entre los testigos a esas sementeras, aunque tampoco creemos en quienes dijeron que era “como si este fuera un lugar abundoso de España” 57. Lo interesante es que este tema ayudaría a pensar en un asentamiento más grande estable, y que pese a que los juicios habían sido publicados por la Comisión Oficial, no fueron suficientemente utilizados.
Para evaluar lo aseverado por la Comisión Oficial debemos considerar que en la década de 1930 se produjo un movimiento historiográfico importante producto del impulso dado por Emilio Ravignani desde su instituto de historia, en donde se comenzó a trabajar con un método científico antes desconocido. Esta Nueva Escuela modificó la manera de ver y entender el quehacer del historiador, pero en esa década, y más por política que por otra cosa, una corriente inundó al nacionalismo imperante: el Hispanismo. En esos días el papel de Buenos Aires estaba en el centro de la polémica por los cambios políticos que instauraron las nuevas dictaduras y no es casual que en ese contexto surgiera la gran Historia de la Ciudad de Buenos Aires 58, de Rómulo Zabala y Enrique de Gandía, que basada en las Actas del Cabildo daba una mirada oficial y apologética de la ciudad. Para la Hispanidad, impulsada por el militarismo clerical, la historia era el campo científico que debía consagrar los altos valores de la conquista duramente criticados por las corrientes latinoamericanistas de la década de 1920, para poder recuperar la imagen de héroes y campeones de la cristiandad. En este contexto se creó una Comisión Oficial que debía ubicar, entre otras cosas, el “sitio exacto” donde se asentó Mendoza, publicar documentos originales y textos relativos a ese evento y, más que nada, exaltar la memoria y la importancia de dicha expedición; para ello nada mejor que destacar todo lo posible sus sufrimientos, hambres y hasta el supuesto canibalismo padecido.
En abril de 1935, con el fin de conmemorar el futuro IV Centenario, se constituyó como entidad privada. Se reunió entonces un conjunto único de documentos inéditos o poco conocidos y se reimprimieron trabajos de los primeros cronistas de la región rioplatense. La presidencia recayó como era lógico en Ricardo Levene. De ellos quedaron varias cosas: una serie de volúmenes de gran tamaño, la reedición de documentos de archivos españoles, textos de cronistas y el impulso que generará otros libros. Y la ubicación de un sitio en el plano de la ciudad: Parque Lezama. Era importante porque los documentos pasaban a estar disponibles para discutir y analizar, las traducciones se hacían con los facsimilares y se respetaba la grafía original; pero pese a todo eso no hubo en los años siguientes interés en mantener la discusión, siquiera el diálogo y, quizás también por ello no mejoró “a partir de allí, la calidad de lo investigado, producido y publicado. Con escasas excepciones, en lo que al sitio elegido para emplazamiento fundacional se refiere, (sólo se) recoge la hipótesis defendida por el historiador Enrique de Gandía” 59. El mito estaba asentado y fue una verdad eterna, o casi. Se construyó una explicación de lo sucedido, se la defendió a través de De Gandía hasta su último día y no se la modificó jamás; fue una historia con villanos, héroes, culpables y más que nada, destacaba la gloria española en América.
Quizás quien estudió con menos prurito otras hipótesis fue precisamente el presidente de la Comisión, Mariano de Vedia y Mitre, intendente de la ciudad por otra parte, pero sus conclusiones salieron a la luz sólo en 1980 ya que por motivos que desconocemos mantuvo inédito su trabajo. Obviamente que no reniega de la hipótesis de Lezama, pero escucha con atención otras voces anteriores, aunque usa para descartarlos herramientas poco históricas como “a nadie se le ha ocurrido ni ocurrirá” o “el bajo del Riachuelo era un lugar siempre inundado”, o que “existiendo una meseta inmediata, don Pedro de Mendoza no pudo sino echar allí las bases de la ciudad y nunca en los terrenos anegadizos de la boca del Riachuelo”, lo que le quita valor a una buena obra superadora de lo que la propia Comisión había hecho medio siglo antes 60.
Gran parte de todas esas ideas hoy podrían ser discutidas. Ya entre ellos mismos la duda de la ubicación quedaba sutilmente establecida, aunque la bibliografía tomó el hecho como consumado quedando fijado en la memoria y el imaginario que el primer asentamiento estuvo en algún sitio entre las calles Chile y el Parque Lezama. La hipótesis de Lezama en realidad había sido establecida originalmente por Félix Outes, ya esa fue la idea profundizada más tarde por De Gandía, que incluso se ocupó mucho sobre la destrucción de la ciudad por órdenes de Alonso de Cabrera, tratando de mostrar que el asentamiento sí había prosperado y que la decisión de destruir implicó arrasar un gran poblado, no un simple villorrio 61.
Cabe destacarse que incluso se analizó el tema de que luego de la muerte de Mendoza, Juan de Ortega quiso en 1540 tomar posesión del puerto y llevar provisiones a los pobladores; para De Gandía eso podría reforzar la opinión de quienes “colocan a Buenos Aires en los bañados inhabitables del Riachuelo”, quienes podrían creer que “el propósito de Ortega era el de trasladar la población a un punto más elevado y sano; pero si alguien enunciara esta teoría nos sería fácil contestar que la ciudad, como se ha probado hasta la saciedad, no estuvo fundada en los bañados cubiertos un día sí y un día no por las mareas, sino sobre la meseta, en el alto de San Pedro, y luego que aunque ese absurdo de la fundación en el bajo se hubiese realizado, no es de creer que la gente se haya opuesto tan tenazmente a mover sus ranchos unos centenares de metros más al norte, sobre la parte alta de la barranca” 62. Es obvio que el autor sostiene una teoría previa que anula toda otra posible interpretación; el tema era interesante y sigue siendo un interrogante abierto.
Según las declaraciones posteriores de los pobladores que fueron publicadas, éstos advirtieran lo innecesario de la decisión que decretó el abandono y destrucción de Buenos Aires a fines de junio de 1541 afirmando que “Hubo que destruir y quemar una ciudad en formación. (…) la nao Trinidad que estaba encallada en tierra y (que) servía de fortaleza, la iglesia del Espíritu Santo, las casas de madera y las otras construcciones, todo fue incendiado y rápidamente, con el viento de la pampa y del río, se convirtió en escombros y en ceniza” 63. Este es el otro argumento sobre la importancia del sitio y sus construcciones, lo que obviamente puede ser leído como un simple y bien modesto intento de defensa de quienes querellaron judicialmente a los descendientes de Mendoza, y no aporta nada realmente que muestre que esa aldea haya sido siquiera eso.
La verdad es que con los años, los muy pocos que se atrevieron a cuestionar ese monolito historiográfico no tuvieron demasiada suerte, salvo Furlong ubicando el sitio en el Parque Patricios aunque usando los mismos textos y argumentos que la Comisión Oficial. Eso es lo que resulta más llamativo, que los que hicieron críticas utilizaban las mismas fuentes que las empleadas por quienes criticaban, simplemente discutiendo la forma de ubicar el lugar en el espacio.
Parque Lezama, señalado con general consenso y hasta alegría, permitió emplazar los monumentos a Mendoza primero y a Schmidel más tarde, y todo porteño estudia en sus libros escolares que ésa es una verdad indiscutible. Sin embargo nunca se intentó explorar en el lugar o siquiera controlar las excavaciones realizadas para construir y demoler edificios en ese sitio, al menos hasta que en 1988 el actual parque y sus alrededores fueron los elegidos para un proyecto encaminado a excavar el área.
Excavaciones iniciales en Parque Lezama (1988-89)
El Proyecto Arqueológico Primera Fundación, bajo la dirección conjunta de la Dra. Ana María Lorandi y el Dr. Daniel Schávelzon 64 tenía objetivos claros: ubicar restos materiales de ese evento para estudiarlos e interpretar las condiciones de vida del siglo XVI temprano; pero la decisión del sitio se basó en concreto en el factor historiográfico. En ese momento era claro que la única alternativa para saber con exactitud donde estaba ubicada la primera Buenos Aires era la arqueología y ya se tenían datos de excavaciones en varios sitios de la parte superior de la barranca aunque no tan al sur. Pero lo excavado en las orillas del Tercero del Sur no mostraba ningún contexto que pudiera asociarse con el siglo XVI; habiendo quedado fuera esa zona, la mirada se centró en la zona de Lezama..
Las excavaciones se hicieron en la parte alta de la barranca, no hallándose ningún contexto, ni siquiera un fragmento de cerámica, que pudiera referirse al siglo XVI temprano 65.
Por ende las excavaciones no encontraron el sitio exacto de la primera aldea de Pedro de Mendoza. Esto, lejos de constituir un fracaso, debe ser visto positivamente, pues dio lugar al reinicio del debate académico y la apertura de nuevas preguntas. Al no haber encontrado lo que supuestamente se estaba buscando, obligó a reconsiderar la cuestión sobre las excavaciones hechas en la zona. Con los años se excavaron más de veinte sitios en la parte superior de la barranca y si bien en algunos se encontraron fragmentos de cerámicas que pueden atribuirse al siglo XVI, jamás se halló un contexto, siquiera mínimo. Con los años se hicieron otras recolecciones de cerámica superficial en Lezama pero hasta la fecha el sitio ha mostrado que no existe evidencia alguna de poblamiento en el siglo XVI, ni temprano ni tardío. Toda esta zona fue poblada y construida mucho más tarde y quizás sólo fue usada como terreno agrícola durante los dos primeros siglos. A la fecha no hay lugar en la ciudad o su entorno cuya excavación haya dado materiales culturales del sigo XVI.
La hipótesis del Riachuelo
Con cierto rigor científico hasta ahora se han establecido una serie de hipótesis que ya hemos descrito: las que encuentran el sitio sobre el Riachuelo, desde la entrada a la Vuelta de Rocha, en especial esta última como probable zona del primer asentamiento, a pesar de que los autores siempre la consideraron una zona baja e inundable. Los autores que criticaron esto pretenden que es absurdo que esa sea la ubicación de la primitiva Buenos Aires porque en ese entonces eran tierras sumamente anegadizas e insalubres, lo que contrariaba lo indicado en las ordenanzas y sobre todo al desarrollo de las actividades diarias de todo núcleo urbano o pre-urbano.
Paul Groussac 66 había advertido sin embargo que el sitio del emplazamiento poblacional estaba en la orilla del Riachuelo: “Vemos ya despuntar vagamente la situación de la ciudad futura. A tal distancia de los sucesos, y tan cambiadas como están las circunstancias naturales que serían hoy decisivas, acaso nos escaparán las razones que hicieran preferir, para asiento de la población esta mediocre barranca pampeana a otros puntos ribereños del Paraná o del Uruguay, de mayores recursos o más fácil defensa; pero cierto parecer de los pilotos de la armada, aunque bastante posterior al acto de que tratamos, arroja sobre ello alguna luz retrospectiva. Vemos por esas manifestaciones unánimes (como lo hiciera prever la composición de la junta consultada), que planteado el problema del nuevo establecimiento, su factor predominante, para no decir exclusivo, no había sido el de establecer una población sino el del puerto seguro. Para resolver, en 1539, si Buenos Aires debía despoblarse, no se examinaba su pobreza, tan cruelmente experimentaba según algunos, en recursos, sino la fácil entrada y seguridad de los navíos en el río pequeño; y resultando estas ventajas, evidentemente superiores a las análogas de San Gabriel y Martín García”. Continúa con este análisis: “Lo más probable es que, resuelta la elección a favor del Riachuelo, se trasladaran sucesivamente al sitio designado las embarcaciones menores, para la gente de labor preparase el terreno y levantase a la ligera algunos cobertizos, destinados al primer resguardo de los primeros hombres y efectos que se iban descargando. Puede, en todo caso, afirmarse que en los primeros días de febrero de 1536, -probablemente el 2, fiesta de la Candelaria,- fue cuando, considerándose suficiente la instalación provisional, don Pedro de Mendoza decidió cruzar a su vez el estuario con su capitana, en demanda de la población naciente. (…) Este proceso paulatino, y adaptación, en cierto modo vacilante, del primer establecimiento –bajo la dirección nominal de un jefe siempre enfermo- aleja, si no excluye, toda idea de ceremonia en fecha precisa, con juramentos de pleito homenaje, erección del árbol de justicia, espadas al aire, acta firmada por los flamantes alcaldes y regidores, y tanto aparato solemne y teatral como de la segunda fundación por Juan de Garay queda constancia auténtica” 67.
Cabe recordar que desde el descubrimiento del Río de la Plata el cambio sufrido en su lecho y costa modificó por completo la topografía general de sus cercanías. Groussac se detiene un poco ante el paisaje que creyó que se había desarrollado ante los ojos de los conquistadores interminable “el campo yermo, (…) remedaba otro océano inerte y estéril con erizadas olas de matas y arbustos. A trechos no lejos de la costa, los bosquecillos de talas y espinos alzaban sus ramas de menudo follaje sobre los matorrales vecinos; y, aquí y allá, algún añoso algarrobo, centinela perdida de la selva interior, retorcía al viento del desierto su tronco oscuro de requebrada corteza“ 68. Pero eran suposiciones de que lo que él veía era lo que vieron antes, que la naturaleza si bien cambiaba no se transformaba realmente. En cuanto a la vegetación y la fauna observa que “En las cañadas, sin embargo, y orillas de los ahilados arroyos, la humedad mantenía una fresca vegetación de totoras y cortaderas, formando tupidos pajonales. (…) y como meditabunda, rosados flamencos y cigüeñas de plata; mientras, en torno suyo, los agrios chirridos de los chajás, teruteros y demás aves acuáticas rasgaban el silencio angustioso de aquellas soledades” imaginando que la ecología era exactamente la misma.
Es por eso que pensó que la comarca contaba con escasos recursos naturales para los recién llegados tanto para su alimentación como para la construcción de su hábitat “se presentaba al pronto, ante Mendoza y su gente, la región en que debían fundar su primer establecimiento, como base de las conquistas futuras. (…) Ellos se resumían en algún suplemento de alimentación animal, caza y pesca (para esta última tuvieron que proveerse de redes, quitándose a los indígenas), aunque de trabajosa consecución, por lo menos en cantidad apreciable, después de algunos días; a los que se agregaban ciertas raíces, más o menos nutritivas. Muy pobres eran los materiales de construcción para viviendas, no disponiéndose al pronto, fuera de las paredes de barro y los techos de totora, más que de maderas mezquinas o distantes y no muy fáciles de labrar. Pero a este respecto la estación era propicia: por algunos meses iba a ser tolerable la vida casi al aire libre, sin grandes inconvenientes”. Confirman la hipótesis de Groussac varias declaraciones de Díaz de Guzmán, sobre haberse establecido la primera población “media legua arriba” de la entrada, lo que les permite deducir su situación como ya hemos visto antes. De esta forma establecían una hipótesis y la sostenían.
Pero las cosas eran mucho más complejas; no sólo sabemos los profundos cambios en la naturaleza del paisaje, de la ecología toda sino también que para comprender las relaciones de distancias usadas España en especial y Europa en particular durante el siglo XVI se solían emplear entre marineros y hablando de latitudes, las expresiones “bajar” y “subir”. Se llamaba bajar a todo lo que era disminuir la latitud, es decir caminar hacia el Ecuador y por ende era subir todo lo contrario, el apartarse. De esta forma, incluso si las palabras de Ruy Díaz fueran ciertas, no sabemos si subieron en altura física, es decir la barranca, o subían el río (remontarlo) o se dirigían en los barcos hacia el norte. Sin embargo no parece haber sido ésta la convención utilizada respecto del Río de la Plata o al menos la interpretación dada por ninguno de los historiadores locales 69. Recuerda Guillermo Furlong que en el lenguaje de muchos historiadores antiguos, “así como la palabra abajo equivalía a sud, así arriba equivalía a norte, y son varios los cronistas que mencionan el norte del Riachuelo, (esto es, caminando hacia el Ecuador en nuestra comprensión del hecho) al referirse a la ubicación de aquella Buenos Aires de Pedro de Mendoza” 70.
Para Groussac era fácil determinar la ubicación definitiva “a poca distancia de la ribera occidental de la Boca –probablemente en la sección hoy limitada por la Avenida Pedro de Mendoza y las calles Palos, Lamadrid y Almirante Brown- donde se echaron los cimientos de la efímera población, atendiendo únicamente a la proximidad del buen fondeadero, sin reparar en el fofo y anegadizo del suelo, sobre el que se iba alzando a prisa frágiles construcciones llamadas a desplomarse con las frecuentes avenidas”. O para Cardoso definir con absoluta exactitud una manzana entre Chile e Independencia a orillas del Tercero del Sur, pero nada de eso puede comprobarse.
Pero no debemos olvidar que según dice la Descripción de la ciudad y virreynato de Buenos Aires: “Esta gran Capital fue situada a la entrada del Riachuelo, bajo el glorioso título de Santa María de los Buenos Ayres, y últimamente trasladada y reedificada en un loma inmediata de mayor altura y extensión, donde hoy se halla, intitulándose de nuevo La Santísima Trinidad, dejando al puerto del Riachuelo su primitiva advocación” 71. Este dato no deja de ser muy curioso y determinante y quizás por eso ha sido tan poco tomado en cuenta. Asimismo es conducente el averiguar un poco más sobre los que ayudaron a elegir el sitio, si ya no hay más información de la primera, al menos de la segunda ciudad; tal el caso de Antonio Thomas. Este hombre acompañó a Mendoza y a Garay, era un portugués que en el primer viaje sólo contaba con quince años de edad pero que le indicó claramente a Garay más tarde que no debía cometer el mismo error que Mendoza “donde si no fuera por el dicho capitán Antonio Thomas no se poblara la dicha ciudad” (en donde la fundó Garay). Estos datos, si bien indirectos, son cruciales a la hora de evaluar todo el conjunto documental 72.
Madero también aportó a la hipótesis del Riachuelo sosteniendo poseer “copia legalizada de una Información de carácter inédito” hecha por el teniente Gobernador Francisco Ruiz Galán en la que decía “que aquella población se formó en los terrenos bajos de la margen del Riachuelo de los Navíos”, cuyo cauce se extendía hasta el frente de la parte sur de la ciudad actual. Escribe que se habían “hecho en este puerto cuatro iglesias á costa de la hacienda del señor Adelantado”, las cuales por ser cubiertas de paja se “han quemado algunas de ellas e otras se llevó las crecientes de este río” 73, todos temas que ya hemos discutido. De este modo, el primer documento que alude al lugar de la fundación es esa Información que remitiera el entonces gobernador, quien en fecha 5 de junio de 1538 comunica a su Rey “sobre lo ocurrido desde que Don Pedro de Mendoza regresó a España (…). Esta gran capital fue situada en la entrada del Riachuelo, bajo el glorioso título de Santa María de, Buenos Aires”.
También la definición formulada en Buenos Aires por Francisco Ruiz Galán, cuando señaló que “es puerto seguro porque es muy limpio”, abre una serie de interrogantes sobre cierta vaguedad que envuelve muchas de las expresiones documentadas. “Cabe preguntarse que parámetros tuvo en cuenta para hacer esta valoración y qué sentido aplicó a este adjetivo. Si hoy creemos que un curso de agua limpio debe cumplir la condición básica de líquido no contaminado, transparente, que no impida la visión más o menos clara algo más allá de su superficie, nadie que conozca las aguas que bañaba la ribera del área de Buenos Aires –con la característica de poseer gran cantidad de limo en suspensión y la apariencia de una masa líquida barrosa-, podría asociar aquel dato con este sitio geográfico. Así, la noción de limpio tenía otras implicaciones entonces y la movilidad en su significado obliga a un ejercicio interpretativo también en este aspecto”. Ruy Díaz relata, volvemos a repetir, “que media legua arriba del Riachuelo fundó una población” y tal distancia sostiene Madero “debe medirse desde la embocadura que entonces tenía frente en la actual calle Alsina, y no hacia el Norte del curso natural de sus aguas” 74. Parecería entonces que al menos en esos tiempos había consenso de “que la primera población se hubiera levantado sobre los terrenos bajos de la costa del Riachuelo, pero como en aquella época esa vía fluvial se bifurcaba en su desembocadura con otro brazo que se dirigía hacia el norte, circunscribiendo con el actual una isla de terrenos anegadizos, y ese brazo desembocaba en el Plata a la altura de la hoy calle Humberto 1º”.
Madero se inclina luego a suponer que también hubo ocupación en el Parque Lezama: “lógico es suponer, como han concluido los historiadores que últimamente se han ocupado de la cuestión, que la población principal se levantaba sobre la elevación que hoy es el Parque Lezama. Algunas casas quizás se habrían construido en el bajo sobre la costa fluvial, donde a manera de puerto anclaran los navíos, y allí estaría una de las iglesias referidas en la Información de Ruiz Galán y que la corriente del río se llevó”. Esta fue una solución feliz que dejó por muchos años a todos contentos, al menos hasta 1936.
Lo que más nos llama la atención ahora de esos pioneros de la historia es que vieron la posibilidad de que la región, en especial las tierras bajas, hayan cambiado. Sobre la formación del Riachuelo y sus cambios en el tiempo se han hecho comentarios que apuntan a sostener esta hipótesis: “El puerto elegido estaba en una especie de brazo norte del Riachuelo actual. El Riachuelo desembocaba entonces en el Río de la Plata a través de un delta, con dos bocas: una más profunda al norte, la del canal o brazo que continuaba el río entre la costa firme y una isla paralela, luego isla del Pozo, desaparecida allá (…), y la otra, innavegable, al este, más tarde convertida en una entrada natural efectiva cuando la anterior se cerró, que ahora, dragada, es el acceso sur del puerto de Buenos Aires. La isla del Pozo asomaba entre la boca este del Riachuelo y la actual calle Humberto 1º; se prolongaba por un banco hacia Retiro, que velaba con marea baja hasta la actual calle Hipólito Irigoyen. En ese brazo norte (mal o bien llamado así) había un limpio y profundo fondeadero denominado en un primer momento Río Pequeño y después de la repoblación Río de Buenos Aires, Riachuelo de los Navíos, Riachuelo del Puerto y finalmente Riachuelo, extensivo a todo el curso. Poseía un buen tendero de fango y arcilla de unos mil metros de largo (dique 1 y dársena sur actuales), por unos ochenta de ancho medio. La isla protegía a las embarcaciones de la marejada del río grande y de los fuertes vientos; sus árboles facilitaban la espía así como toda demanda operativa en dicho fondeadero supieron perfectamente las catorce unidades con buenas amarras a barbas de gato y proa a la ciudad; se comunicaban a la vez con tierra, y el tránsito se hacía en bote hasta los atracaderos naturales en la barranca de tosca” 75. No en vano Félix Outes reclamaba la necesidad de conocer los cambios topográficos de las tierras bajas del Riachuelo durante los siglos XVII y XVIII, los sufridos por el cauce y la boca de este río histórico, así como la planimetría correlativa de cada era.
Romero advirtió al respecto en 1926: “No se puede afirmar que la conformación física que presenta el estuario del Río de la Plata y sus costas es la misma que presentaban en la época en que lo descubriera el piloto español Juan Díaz de Solís (…) Pero del Río de la Plata o Mar Dulce (…) y de su topografía costanera, no conocemos de aquella época ni sus trabajos de sonda ni detalles topográficos importantes de sus islas y riberas. (…) Debemos por lo tanto reconstruir a través de los cuatrocientos doce años de su descubrimiento, las condiciones del lecho de nuestro estuario en aquel entonces y los caracteres fisiográficos de sus costas valiéndonos de elementos auxiliares proporcionados más tarde por otros navegantes, conquistadores y colonos, que no estaban obligados a esa reserva y aun por los mismos informes secretos cuando dejaron de serlo; agregando además, factores importantes que la investigación pone a nuestro alcance y que no han sido tomados en cuenta por los historiadores que se han ocupado de la expedición de don Pedro de Mendoza” 76. Para ello el autor mencionado ha tratado conocer el movimiento del estuario: “en lo que afecta a su lecho, reuniendo los informes y las cartas náuticas más antiguas que nos fue posible conseguir. (…) Las diferencias en el valor de las cotas de sonda entre los perfiles, son bastante sugestivas para demostrar que el lecho se levanta y las aguas tienden a recostarse a la costa N. E. siguiendo el movimiento opuesto de elevación del suelo, cuya demostración se observa en la inclinación de los estratos y líneas de plegamiento del lecho del Riachuelo (…) Estos estratos corresponden al antiguo lecho marino, lo mismo que los moluscos que en ellos se observan, muchas de cuyas valvas, presentan un estado tal de conservación y frescura que demuestra que el tiempo transcurrido desde la retirada del mar hasta la fecha, debe ser relativamente corto” 77. Lo cierto es que “desde el año 1515 del descubrimiento del Río de la Plata por Solís “el cambio sufrido en su lecho y costas equivale a un metro y veintitrés centímetros. La meseta que sirve de asiento a nuestra gran Capital, tenía también en aquel entonces un nivel de un metro 23 centímetros más bajo que en la actualidad, circunstancia que modificaba por completo la topografía general de sus cercanías (…) y el lecho del río y con él el Riachuelo, que desaguando entonces frente a la que es hoy Plaza Victoria, corría casi paralelo a la barranca por un cauce ancho y de una profundidad mayor de 4 brazas 6 metros 68,72. A pesar de estas condiciones, el Riachuelo cambió de curso, abandonando el frente de la ciudad para recostarse al este nordeste, obligado por el movimiento ascendente del suelo. Este cambio que ha sido negado `por el ilustrado historiador Groussac, sin más fundamento que una antojadiza conjetura, tiene positiva importancia histórica en lo relativo a la fundación de Buenos Aires” 78. Y continúa diciendo que: “Los que piensan que la topografía actual o la existente de 50 años atrás se acomoda a la de aquella época, incurren en un error (…) a este movimiento ascencional se debe el cambio del curso del Riachuelo que era tan hondable a la llegada de Mendoza que el piloto Jácome Paiva opinaba de que podían entrar navíos de hasta 350 toneladas”.
Como se ve por las descripciones el río frente a la ciudad, por la forma y características de sus fondos, hacía sumamente difícil el acceso por agua hasta cerca de la playa, ya que el frente de la población hacia el río estaba protegido por un gran banco de arena, llamado “Banco de la Ciudad”, de unas tres millas de ancho, que impedía el acceso directo, el cual debía hacerse por canales que lo rodeaban y/o atravesaban hasta comunicar las balizas exteriores con las balizas interiores entre el banco y la ciudad, un ancho canal abierto por el norte pero cerrado al sur donde finalmente se fondeaba. El sitio era adecuado para los fines de la expedición ya que no sólo tenía aguas tranquilas y estaba abrigado de los vientos, quedaba cerca de la boca del Río de la Plata donde se volcaba el Paraná, que en su momento debía remontarse para llegar, supuestamente al Perú. El naufragio de Pancaldo y otros posteriores son buenos indicadores que era realmente necesario un buen puerto seguro en el río de la Plata.
Fue el historiador Raúl Molina quien mejor describió la situación en 1957; publicando un estudio sobre el antiguo puerto de invernada y el asentamiento de Mendoza 79, en donde se refiere a dos descripciones, la de Hernando de Montalvo y la de Ruy Díaz. Montalvo al ocuparse de Buenos Aires señalaba “la existencia de un muy buen puerto, que es el Riachuelo, cuyo canal de entrada calculaba en doce palmos de profundidad y llegada veinte con aguas vivas, agregando, que tenía fuera un buen surgidero, aunque descubierto de los vientos que le pueden hacer daño a los navíos, tales como el sudeste y el sud-sudeste, que podían llevarlos sobre la costa, pero que el poniente (…) y demás levantan poca mar, razón por la cual con el empleo de razonables cabos, estaban seguros”. De lo mismo dice Ruiz Díaz escribe: “La ciudad de la Trinidad está situada sobre el propio Río de la Plata, cuyo puerto es muy desabrigado y corren mucho riesgo los navíos surtos en él, donde dicen Los Pozos, por estar algo distantes de la tierra. Más la Divina Providencia proveyó de un riachuelo que tiene la ciudad por la parte de abajo, como una milla, tan acomodado y seguro, que metidos dentro de él los navíos, no siendo muy grandes, pueden estar sin amarrar con tanta seguridad, como si estuvieran en una caja”.
Molina sostiene que “Cardoso estaba en lo cierto cuando afirmó que la ciudad fue fundada a orillas del río de la Plata, en cambio está totalmente equivocado cuando rechazaba la tesis del curso del Riachuelo frontero de la ciudad. El señor Gandía incurrió también en este mismo error, cuando afirmó que el Riachuelo tenía dos brazos en su desembocadura, posiblemente al confundir a la isla del pozo con una verdadera isla, de acuerdo al significado moderno”. Para concluir asegurando: “Sin embargo, la tesis contraria es la verdadera. En efecto, el padre Antonio Larroui, una de las opiniones más autorizadas en la materia, expresaba: “El Riachuelo, no era entonces lo que hoy, torciendo hacia el Norte la última parte de su curso, iba en medio de algunos algarrobos lamiendo las barrancas y salía al Plata por una verdadera canaleta frente a la actual calle Victoria” hoy Hipólito Yrigoyen. Molina ratifica esta afirmación de Eduardo Madero, “que basado en un plano de José Bermúdez, está dibujada la canaleta de entrada al Riachuelo, con la embocadura frente a la actual calle Victoria”. Su investigación se centra en la ubicación del Riachuelo: “todos los historiadores que después se ocuparon del tema siguieron estas indicaciones y con ligeras variantes, que se reducían a fijar la terminación del canal, ya en la señalada calle Victoria o llevándola hasta la calle Chile o Carlos Calvo, se manifestaron de acuerdo en mencionar que el antiguo curso del Riachuelo bordeaba a la ciudad de sur a norte, después de hacer un pronunciado codo alrededor de la punta de Santa Catalina, o sea la actual barranca del Parque Lezama. Desde entonces, nadie más se ocupó del tema y quedó abandonado, sin adivinar que de la solución de este importantísimo problema dependería en primer término el fijar el lugar donde estaban los pozos o surgideros y la verdadera ubicación del puerto del Riachuelo, o sea el pozo de invernada.
Del examen de este documento resulta que, si bien el curso del Riachuelo no tenía la traza actual, no se hallaba recostado a las barrancas de la ciudad como se lo ha presentado, sino separado por una ancha playa que comenzaba en la Punta de Santa Catalina y llegaba por el norte hasta San Sebastián. En consecuencia, el límite del ejido sur de la ciudad caía en la calle Cochabamba actual, que por estar frontera de la Isla del Pozo señalaba precisamente la desembocadura del Riachuelo, de donde se deduce, siguiendo el memorial de Filicaya y la descripción de Montalvo, que el pozo de invernada se hallaba después de la desembocadura, como se desprende del término empleado por el primero y del de “descubierto”, del segundo, esto es, entre las calles de Chile y la mencionada de Cochabamba 80.
Algunos historiadores denominaron a esta lengua de tierra como isla de pozo, como altura o pequeña prominencia poblada de árboles, según la acepción de la época: 81 “Además, el mencionado curso del Riachuelo, en su última parte corría de sur a norte y su desembocadura se prolongaba por un canal submarino comprendido entre un largo banco frontero de la ciudad y la barranca de media legua de ancho en su superficie, comprendida la playa”. 82
En cuanto al plano de Joseph Bermúdez entre tantos otros, tan denostado por De Gandía, demuestra cómo era el curso del Riachuelo en 1708 cuando desembocaba frente al Fuerte. Ese brazo del Riachuelo, nos informa el militar, “se va cerrando y en breves años se cerrará que no será capaz de entrar ni salir embarcaciones ni aun muy chicas, y que no ha muchos años entraban en dicho puerto navíos, según dicen los antiguos y, que se verán precisados a hacer muelle que salga de debajo de la fortaleza, el cual va señalado con puntos”. En este informe no se refiere a la división del Riachuelo en dos brazos ni en sus dos bocas, tampoco lo informan las comisiones de guerra que fueron nombradas para proyectar las obras de defensa de la ciudad. Concluye Romero “que el brazo este–nordeste de que habla Groussac, no ha existido entonces, su formación data de una época muy reciente, coetánea con el gobierno del virrey Marqués de Loreto. En su memoria de 1785 sostiene: “Se me dio cuenta de que en la canal del Riachuelo, por lo mismo que ella se iba cegando, se abría en la parte más alta un boquete que podría variarla, y aunque se pedían providencias prontas, ninguna di de hecho, y manifesté al capitán del puerto debía observarse el estado y dirección que tomaba, porque era posible, no habiendo agente más poderoso que el agua que ella diera mejor canal y más a propósito” 83. También el plano del ingeniero Eustaquio Giannini de 1805 demuestra que su cauce desaguaba frente a la actual plaza de Mayo: “El Riachuelo que ahora 20 años (1785) conservaba su primitivo curso casi paralelo a esta población, y , por casualidad o malicia, y tal vez por haber contribuido uno y otro mudó su desembocadura” 84.
El estudio del tema, siguiendo estos lineamientos, debería entonces abordarse a partir del análisis geomorfológico, geológico, topográfico e hidrográfico de la región. Investigar un pasado tan lejano obliga a tener en cuenta factores de orden físico, un río que se pierde o cambia de curso, un meandro que se ciega, vegetación que desaparece, aspectos que sirven para ahondar aun más en el problema y abrir innumerables preguntas. Acerca del Río de la Plata todavía existen muchos puntos oscuros que deben develarse, que incluyen posibles mutaciones sufridas por el perfil ribereño ocasionadas por cuestiones geológicas, el corrimiento hacia el sur del delta del Paraná y su avance sostenido sobre la desembocadura del Plata, tema tan sostenido y peleado por Outes. Ahí deben apuntar los interrogantes sobre cómo era la conformación del área a la que arribaron los expedicionarios en 1536.
Nuevamente, y esa es la base de este trabajo, creemos que es necesario volver sobre la geomorfología de las tierras bajas y aceptar que las transformaciones del Riachuelo han sido enormes y que lo que se ve, o se veía, de él, cuando se escribió la historia que hemos visto, casi nada tenía que ver con lo que fue el siglo XVI. No sólo porque la entrada era a través de un canal con “pozos” o fondeaderos, que corría entre la barranca frente a la ciudad y una barra o isleta, sino también por las islas tipo delta que había en la entrada. Aun en los inicios del siglo XX era un lugar para ir a pasar el fin de semana, pasear en botes entre los sauces y pescar. No sabemos si la Boca del Trajinista se abrió no realmente en el siglo XVIII tardío como asevera el Marqués de Loreto; es probable que por allí saliera agua en cada gran crecida aluvional, pero cuando se secó –en realidad ya Bermúdez nos decía que se estaba secando desde mucho antes- el canal habitual, la nueva boca tomó cada día mayor envergadura, cortando la barra frontal. Lo que llamó la atención es que se había hecho una entrada estable y amplia y que la otra había quedado, en comparación, inservible.
Los geólogos observaron algunos de estos cambios, Florentino Ameghino siempre lo hizo presente al entender que el valle había tenido una enorme ingresión marina en tiempos remotos; Outes lo dijo una y mil veces y muchos otros insistieron que lo que ahora (el “ahora” de cuando escribía cada historiador) eran terrenos “fofos y anegadizos” quizás no lo fueran tanto en el pasado. Nájera explicó bien la diferencia entre los tipos de tierras y sus texturas y colores ya en 1947, pero el peso de las hipótesis ya asumidas hacía imposible ver más allá de lo que habían decidido ver. Quizás no quedó bien claro para la historia y los historiadores lo que los ingenieros veían a diario: las inundaciones, movimientos de tierra, relictos que se llenaban o vaciaban con las crecidas, orillas derrumbadas y enormes masas de tierra que eran removidas. Un estudio muy detallado hecho en 1916 85, cuando aun las orillas del río no estaban tan construidas ni transformadas, resulta ahora significativo: su autor observó que entre 1884 (primera observación registrada) y 1913, hubo crecidas que llegaron a los 5,69 metros a la altura del Puente Alsina y muchas otras que superaban los 4 metros, que “en esa circunstancia el material arrastrado aguas abajo fue a depositarse desde el puente de Barracas hasta los canales de acceso del puerto” que, en 1911, alcanzó un volumen de 335.457 metros cúbicos. Y que no todo era tierra que salía, sino también las mareas del Río de Plata que entraban produciendo enormes transformaciones.
Es posible que un nuevo proyecto para encontrar esta perdida aldea en algún lugar del enorme continente americano, sólo pueda iniciarse cuando superemos las trabas historiográficas, los mitos que carga la historia, y entendamos lo que fue la conquista del territorio. Si releemos a Bartolomé Mitre y su Historia de Belgrano ya no podemos asumir que alguien crea que la decisión de dónde fundar se basó en que los conquistadores eran “procedentes en su mayor parte de las provincias de Vizcaya y Andalucía, traían en su temperamento étnico las calidades de dos razas superiores, altiva y varonil la una, imaginativa y elástica la otra”, y por ende tenían que elegir un sitio aireado, con buenas vistas, elevado, arbolado y magnífico. Ni antes ni ahora nadie puede tomar decisiones de esa manera.
Conclusiones
Toda la discusión que se ha revisado hasta aquí parte de supuestos que no han sido discutidos: 1) que el sitio realmente existió, 2) que el “riachuelo de los navíos” haya sido el actual Riachuelo en forma y lugar, 3) que sus restos no fueron destruido en alguna etapa de las obras del Puerto Madero o las del antiguo puerto del Riachuelo, y que nadie lo haya notado, 4) que los hallazgos de restos de embarcaciones en las obras del puerto hayan sido de Mendoza, pero que nadie observó nada en contexto o en las cercanías, y 5) que está donde ahora está la Capital y no en terrenos de la provincia.
Sobre la posible ubicación podemos decir: 1) La interpretación histórica está agotada, salvo que surjan nuevos documentos lo que es bastante poco probable, 2) La interpretación histórica no determina lugar alguno, ni siquiera llega a establecer hipótesis serias ante una lectura moderna, 3) La arqueología no ha mostrado en todo lo excavado a la fecha, materiales de esa cronología, que no pueden confundirse con los de tiempos de Garay o posteriores, 4) Hay en el continente muchos sitios contemporáneos o incluso muy anteriores (La Isabela de Cristóbal Colón, como ejemplo) que han sido excavados y cuya cultura material y arquitectura ha sido estudiada y publicada, 5) Hay en el país muchos sitios de esa cronología que han sido excavados y su cultura material ya ha sido estudiada; es decir que hay conocimientos y experiencia, 6) Que el nivel de profundidad en que esté el sitio, por fuertes procesos de acumulación de sedimento, sea tan abajo, que las excavaciones arqueológicas no hayan llegado allí, 7) La geomorfología ha mostrado el intenso proceso de transformación del valle del Riachuelo, de tal forma que en el siglo XVI poco o nada tenía que ver con lo que vemos hoy o lo que los historiadores discutieron, 8) Desde ese punto de vista, es decir reconstruyendo el delta y la barra de entrada al Riachuelo, es necesario repensar los documentos que describen la entrada al sitio, 9) Esto bien puede significar que el sitio haya estado a orillas de meandros, islas o lugares hoy desaparecidos, transformados o incluso en tierras de la provincia de Buenos Aires, 10) El avance del delta del Paraná ha hecho que ríos que salían al Río de la Plata ya no lo hagan o se han desecado, la barranca está ubicada ahora a varios kilómetros tierra adentro y el régimen de humedad ha variado, con su flora y fauna, 11) Toda suposición hecha sobre la costa, los accesos a los ríos, su recorrido y su ecología, que no esté basada en estudios geográficos y básicamente recientes, no tiene sustento
En base a estas consideraciones creemos que: 1) es necesaria la reconstrucción histórica, geográfica y geomorfológica del valle del Riachuelo y su ingreso, mediante excavación sistemática, 2) deben construirse hipótesis alternativas sobre otros ríos, como el Luján, dado el cambio del delta y la costa, 3) la lectura documental debe ampliarse al territorio y terminar con el documento aislado y fuera de contexto, 4) deben continuar las excavaciones arqueológicas.
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3 Una interpretación comparativa en este posible asentamiento y Asunción puede verse en Daniel Schávelzon, Arqueología de Buenos Aires, Ediciones Emecé, 1999, Buenos Aires
4 Serafim Leite, Un cronista desconocido de la conquista del Río de la Plata Antonio Rodríguez (1535-1553), en: Actas del XXVI Congreso Internacional de Americanistas, Reseñas y Trabajos (1935), pp. 148-160, 1948, Sevilla, pag. 153
5 Gladys Lopreto, Que vivo en esta conquista, textos del Río de la Plata, siglo XVI, Ediciones de la UNLP, La Plata, 1996
6 Antonio Romero, Fundación de la ciudad de Buenos Aires, en: Actas del Congreso Internacional de Americanistas (1926), vol. I, pp. 633-663; Madrid, 1928
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8 Guía del Patrimonio Cultural de Buenos Aires: arqueología urbana, vol. III, DGPat, Gobierno de la Ciudad, Buenos Aires
9 América Malbrán, Informes sobre los trabajos arqueológicos hechos en plazas de Buenos Aires, mecanoescrito, Centro de Arqueología Urbana, 2001, Buenos Aires
10 Guillermo Furlong, ¿Donde estuvo situada la Buenos Aires de Pedro de Mendoza?, Estudios, no, 569, 1965; Algo más sobre la primera fundación de Buenos Aires, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Vol. XLIV, 1971; «La primera fundación de Buenos Aires”, en Todo es Historia no, pp,, 1973
11 Aníbal Cardoso, Buenos Aires en 1536, en: Anales del Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires. Serie III, Tomo XIV, pp. 309-372, 1911; El Río de la Plata desde su génesis hasta la conquista, Anales del Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires, Tomo XXVII, pp. 153-284, 1915
12 Rafael D´Auria, El desconocido: Leone Pancaldo, edición del autor, Córdoba, 1993 (reproduce el juicio); José Torre Revello, Desventura y muerte de un ilustre marino italiano en Buenos Aires (1538-1540), La Prensa, 24 de abril 1938; Enrique de Gandía, Los primeros italianos en el río de la Plata, Azul no. 3, pp. 113-144, Buenos Aires, 1931
13 Comisión Oficial, op. cit., (1941), vol. II, pp. 236-242
14 Uso la versión publicada por José Torre Revello, La fundación…, op. cit. (1937), pag. 189
15 Enrique de Gandía, Enrique, La ciudad de Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza, Historia, no. 51, pp. 109-114; Eduardo Madero, Historia del Puerto de Buenos Aires. Buenos Aires, Ediciones, 1939, pag. 146; Paul Groussac, La Argentina. Noticia sobre Ruy Díaz de Guzmán y su obra, Anales de la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, tomo IX, 1914; Mendoza y Garay: las dos fundaciones de Buenos Aires, Jesús Menéndez, Buenos Aires, 1916
16 Horacio Difrieri, El padre de los ríos, en: Geohistoria de una metrópoli, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1981
17 Beatriz Patti, Primera fundación de Buenos Aires (1536). La historiografía tradicional y las recientes excavaciones arqueológicas en la determinación de su emplazamiento geográfico, Instituto de Arte Americano, 1992, Buenos Aires
18 La decisión del 2 de febrero de 1536 como la fecha de llegada es un consenso entre investigadores sin demasiado sustento; menos aun que la llegada coincida con el establecimiento de la aldea si siquiera la hubo. En este sentido Mariano de Vedia y Mitre ha mantenido una actitud crítica, Don Pedro de Mendoza … (1980), op. cit., pag. 189
19 Ruy Díaz de Guzmán, La Argentina, con notas de Paul Groussac, Anales de la Biblioteca, vol. IX, 1924; Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata, Ediciones Comuneros, Asunción, 1980
20 Crónica del viaje a las regiones del Plata, Paraguay y Brasil, Comisión Oficial del IV Centenario de la Primera Fundación de Buenos Aires, Talleres Peuser, Buenos Aires, 1948; incluye la versión traducida por Edmundo Wernicke, su aparato crítico y todos los estudios alemanes y locales que existían; la versión traducida es la del manuscrito de Stuttgart
21 Sobre el valor de la crónica ver Beatriz Patti, La instalación de Pedro de Mendoza en el Río de la Plata en 1536: crítica de sus fuentes, Crítica no. 44, Instituto de Arte Americano, 1993
22 Ver en el libro la nota 37, pag. 409, de la edición de 1938
23 E. Madero, Historia del puerto…, op. cit., (1939)
24 U. Schmidl, Op. cit., p.37 (1948)
25 Rómulo Zabala y Enrique de Gandía, Historia de la Ciudad de Buenos Aires, 2 vols, Municipalidad de la Ciudad, 1936 (reeditada en 1980), Buenos Aires, pag. 144
26 José Torre Revello, La fundación y despoblación de Buenos Aires (1536-1541), Librería Cervantes, 1937, Buenos Aires
27 B. Patti, op. cit., (1993)
28 Juan José Nágera, Puntas de Santa María del Buen Aire, Municipalidad de la Ciudad, Cuadernos nº 4, Buenos Aires, 2ª. Edición, 1947
29 Miguel Guerín, Ediciones y manuscritos de la Historia de Ruy Díaz de Guzmán, en: Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata, Ediciones Comuneros, pp. 29-48, Asunción, 1980
30 Para las citas uso la versión con estudio preliminar de Enrique de Gandía: Ruy Díaz de Guzmán, La Argentina, Librería Huemul, Buenos Aires, 1974
31 Ruy Díaz de Guzmán, Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata, Ediciones Comuneros, Asunción, 1980
32 Idem, pag. 102
33 Beatriz Patti, La instalación de Pedro de Mendoza…, op. cit., 1993
34 Mariano Pelliza, La crónica de Buenos Aires, en: Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrial de la Ciudad (1887), pp. 5-56, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1889
35 Luego aparecieron los estudios realizado por Roberto Lehmann-Nitsche sobre los manuscritos del diario de Schmidel
36 Eduardo Madero, Historia del puerto de Buenos Aires, edición del autor, Buenos Aires, 1892; usamos para comodidad la publicada por Ediciones Buenos Aires en 1939
37 Idem, pags. 146-147
38 A. Cardoso, Buenos Aires… (1911), op. cit.
39 Idem, pag. 369
40 A. Cardoso, El Río de la Plata desde… (1915), op. cit.
41 Paul Groussac, Mendoza y Garay… (1916), op. cit.
42 Idem, pag. 191
43 Idem, pag. 193
44 Antonio A. Romero, Un fuerte desconocido por los historiadores de Buenos Aires, Actas del Congreso Internacional de Americanistas, vol. I, pp. 633-663, Establecimiento Tipográfico R. Carroni, Roma, 1928; el texto fue presentado en 1926
45 Lo dejó sentado Mariano de Vedia y Mitre en su libro, Pedro de Mendoza…, op. cit., (1980)
46 Comisión Oficial, op. cit. (1941)
47 José Torre Revello, La fundación y despoblación…, op. cit. (1937); La expedición de Don Pedro de Mendoza y la fundación de Buenos Aires, Anales de la Sociedad Científica Argentina, Tomo CXXIII, 1936
48 Serafim Leite, Un cronista desconocido de la conquista del Río de la Plata: Antonio Rodríguez (1535-1553), XXVI Congreso Internacional de Americanistas, vol. II, pp. 168-180, 1935, Madrid; también en La Prensa, 19 de septiembre 1937, 2ª. sección
49 Guillermo Madero, Historia del puerto de Buenos Aires, Edición del autor, Buenos Aires, 1955
50 Idem, pag. 16
51 Raúl A. Molina, El curso de los ríos Paraná y Luján en la cartografía primitiva, Historia no 4, pp. 83-111, 1956
52 Andrés Millé, La cuenca del Plata. Antecedentes para su historia, Buenos Aires, Emecé Editores, Buenos Aires, 1972
53 Guillermo Furlong, ¿Donde estuvo situada la Buenos Aires de Pedro de Mendoza?, en: Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1968 y “La primera fundación de Buenos Aires”, en Todo es Historia, Buenos Aires, 1973
54 C. Rusconi, op. cit. (1928, 1940, 1956)
55 José María Rosa, La Primera Buenos Aires, en: Historia del revisionismo y otros ensayos, Editorial Merlín, 1936, Buenos Aires
56 Silvio Zabala, Orígenes de la colonización en el Río de la Plata, El Colegio de México, 1977, México; pag. 545 y sigs.
57 Idem. Pag. 546
58 R. Zabala y E. de Gandía, Historia de la Ciudad… (1936), op. cit.
59 B. Patti, op cit. (1992)
60 M. de Vedia y Mitre, op. cit. (1980)
61 Enrique de Gandía, Historia de Alonso Cabrera y de la destrucción de Buenos Aires en 1541, Librería Cervantes, 1936, Buenos Aires
62 Ibidem, p. 120-121
63 Ibidem, p. 139; Mendoza abandonó Buenos Aires el 22 de abril de 1537 y falleció el 23 de junio en alta mar.
64 Daniel Schávelzon, La Arqueología urbana en la Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1992. Véanse allí la descripción de las excavaciones en Lezama.
65 D. Schávelzon, La arqueología… (1992), pags. 37-77
66 P. Groussac, Mendoza y Garay…, op. cit. (1916)
67 Ibidem.
68 Ibidem.
69 B. Patti op. cit. (1992)
70 B. Patti, op. cit. (1993)
71 E. Madero, El puerto de …, op. cit., (1939)
72 La biografía de Thomas pueden verse en José Torre Revello, La fundación…, op. cit., (1936), pp. 169-173
73 E. Madero, Op. cit., p. 147
74 Idem.
75 Fermín Eleta, La Armada de Don Pedro de Mendoza y el puerto y pueblo de Nuestra Señora de Buenos Aires. Nuevo enfoque, Boletín del Centro Naval nº 670, 1967
76 A. Romero, Fundación de la ciudad…, op. cit. , pp. 637-638
77 Ibidem, pp. 640- 641
78 Ibidem, pag. 655
79 Raúl Molina, Quiénes fueron los verdaderos fundadores de Buenos Aires, Historia no. 1, pp. 29-39; El curso de los ríos Paraná y Luján en la cartografía primitiva, Historia no. 4, pp. 83-111, 1955; El antiguo Puerto de invernada de Buenos Aires y el asiento de Pedro de Mendoza, Historia no. 9, pp. 8-27, 1957
80 Ibidem.
81 Molina refiere: “Existen numerosos testimonios del tiempo de Garay, en que se da el nombre de isla a una pequeña colina poblada de árboles, tales, la famosa isla del gato, la isla del guaraní, etc. El señor Gandía, en su historia de Buenos Aires, ha confundido esta lengua de tierra con una isla, del mismo modo que el Dr. Aníbal Cardoso en su Buenos Aires en 1936”.
82 Ibidem.
83 A. Romero, Op. cit. (1928)
84 Ibidem.
85 Juan José Carabelli, Contribución al estudio del curso del Riachuelo, Boletín de Obras Públicas, vol. XVI, no. 1, pp. 191-215, 1916, Buenos Aires